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La importancia de “Camila Todoslosfuegos” y “El dedo índice de Mao”

El escritor antioqueño Juan Diego Mejía llega al sello editorial Tusquets con la reedición de las que fueron sus primeras novelas, aquí analizadas por un experto.

Azriel Bibliowicz * / Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2022 - 02:40 p. m.
Juan Diego Mejía (1952) se ha convertido en uno de los escritores más reconocidos del país desde que ganó el Premio Nacional de Novela en 1996 con "El cine era mejor que la vida". Las que ahora reedita Tusquets, "Camila Todoslosfuegos" y "El dedo índice de Mao", fueron publicadas en 2001 y 2003.
Juan Diego Mejía (1952) se ha convertido en uno de los escritores más reconocidos del país desde que ganó el Premio Nacional de Novela en 1996 con "El cine era mejor que la vida". Las que ahora reedita Tusquets, "Camila Todoslosfuegos" y "El dedo índice de Mao", fueron publicadas en 2001 y 2003.
Foto: Sergio González-Cortesía de Penguin Random House

Con razón, el sello Tusquets festeja la publicación de las dos primeras novelas del escritor antioqueño Juan Diego Mejía, Camila Todoslosfuegos y El dedo índice de Mao, obras que merecían ser rescatadas y vueltas a publicar para que no terminaran en el olvido. Por cierto el rescate de diversas obras de la literatura nacional, que ya no se encuentran en librerías, pero que ya forman parte del canon de la literatura nacional, es una de las grandes labores que viene realizando Juan David Correa, como editor literario de Planeta y de cuyo cometido y acierto deberíamos estar agradecidos los escritores del país. (Recomendamos: Reseña de la más reciente novela de Azriel Bibliowicz, sobre el agua y la mitología muisca en Bogotá).

Sin duda, hay vasos comunicantes entre estas dos obras que vuelven a ver la luz del día. Tanto Camila Todoslosfuegos como El dedo índice de Mao, son novelas que podrían clasificarse como de formación o educación sentimental. Suceden en la ciudad Medellín, entre las décadas de los setenta y ochentas y los protagonistas son jóvenes universitarios que comienzan a abrirse paso en la vida, llenos de incertidumbres y angustias, pero también de sueños.

En estas dos novelas se camina y se camina mucho por la ciudad, sin rumbo fijo y donde el simple caminar parece ser un acto de búsqueda. No saben todavía para donde van, pero tienen que seguir, aun cuando no tienen claro hacia dónde se dirigen. Son las dudas de la juventud, el ser o no ser, como diría Hamlet, el emblemático joven perplejo.

En estas novelas se inician los primeros amores, llenos de inseguridades, pero también esperanzas, donde un beso hace toda la diferencia y las actitudes irreverentes y revolucionarias se ven como heroicas, pero no obstante, nada cambia. En Camila, las motocicletas, la velocidad, el atrevimiento, la insolencia religiosa de los “nadaista”, o mejor de “los nada”, como los llaman los personajes de la novela y sus arrebatos escandalosos se diluyen con el pasar de los días. Y las chaquetas de cuero marcan toda una época.

Pero, quisiera concentrarme, ante todo en El dedo índice de Mao, que considero una las grandes obras dentro de este género literario. El reconocido crítico Harold Bloom en su libro, La Ansiedad de las Influencias, publicado en 1973, sostiene que todas las grandes novelas de la literatura son una relectura de obras que las preceden y que han tenido un importante impacto en el autor que las ha retrabajado y en ocasiones refuta para abrir otros y nuevos espacios. Sin embargo, las influencias son fundamentales para el desarrollo de la tradición. Al fin y al cabo, estas relecturas con sus diferencias y similitudes demuestran que la gran la literatura es también un diálogo entre textos.

Ahora bien, en El Dedo índice de Mao, más que una ansiedad encontramos una celebración y reconocimiento de la obra que va a sustentar esta historia: De Ratones y Hombres del premio nobel John Steinbeck. Y aquí también vale la pena recordar la famosa frase de Newton: “vi más allá porque me paré sobre los hombros de unos gigantes”. Esa es la sensación que uno tiene cuando lee esta novela de Juan Diego Mejía porque sin dejar de ser un sentido homenaje a la obra de Steinbeck, resulta diferente, original y novedosa.

Ambas tiene como protagonista a un joven retrasado mental, pero me atrevería a decir que si algo caracteriza a esta novela de Juan Diego, es la ternura, su impresionante delicadeza en sus descripciones, la cariñosa relación de “Juancho” el narrador con su hermano menor a quien cariñosamente llama el “gordo”, pero ante todo es su “amigoamigazo”, y termina ‘por ser su gran protector.

Sin embargo, a pesar de la ternura que subyace en la obra, no deja de ser angustiante presenciar la impotencia del “gordo” y sus equivocaciones involuntarias cuando no es consciente de la gran fuerza que tiene en sus manos y lastima, sin proponérselo, a los invitados a la casa cuando los saluda dándoles la mano.

También resulta inquietante verlo en su inmenso esfuerzo por aprender a escribir su nombre, con dificultad, e intenta lentamente dibujar las letras, una a una. Y la dolorosa insensibilidad de las monjas maestras y del vecino carpintero que se burlan de muchacho indefenso, sin compasión. Pero también habría que señalar, como Juancho se siente atado a su hermano y por ello no goza de la libertad de otros jóvenes de su generación que sueñan con irse al monte a servirle a la “revolución.”

Esta novela es una obra de formación, típica de esos años en que las asambleas y movimientos estudiantiles dominaban el panorama de las universidades públicas colombianas. Pero, a su vez, es una historia de la familia, de un padre que fracasa en los negocios, llega tarde y tomado con el médico a atender el parto de su mujer, y muere solo en otro negocio fallido en Venezuela. También de angustia de una madre que no quiere morir antes que su hijo retrasado y dejarlo a la deriva. De un amor que comienza en la biblioteca de la Universidad cuando Claudia, una joven estudiante de literatura, busca el libro de Steinbeck, pero no lo encuentra, porque Juancho lo ha tomado antes de los estantes.

Otro de los protagonistas, Raúl, el “mono”, de origen campesino y que ha llegado a la ciudad dejando todo atrás y cuya manos lastimadas por el trabajo rural y cortadas, llaman la atención. Viste siempre con sarape mexicano y botas ecuatorianas. Pero es la culebra que se forma en su frente cuando la frunce, lo que en últimas lo distingue.

El “mono” es quién le presenta Claudia a Juancho, sabiendo la quiere conocer porque le parece una mujer preciosa, pero no sin antes darle un puño en el brazo o la pierna, o el pecho, que es su forma “cariñosa” de expresar la amistad. El “mono” la conoce porque la ha visto en las reuniones políticas maoístas, a las cuales él siempre asiste.

A lo largo de la novela, siempre aparecerá el dedo índice de Mao, no solo como señal acusadora, sino como indicador de autoridad y de lo correcto. Y si un militante, se quiere ser un maoísta serio, debe saber y aprender a usar el dedo índice, porque sin el dedo índice no hay autoridad, ni verdad posible.

Pero también hay que decir que el autor, en este caso, nos devela que la reverencia al dedo índice, quizás tiene un origen religioso más allá del simple gesto de los militantes maoístas, porque en China el hueso del dedo índice de Buda se ha vuelto un relicario. Y nada es casual en este mundo.

Pero esta obra, con su trama compleja, nos hace comprender que el compromiso político, no es tan sencillo ni fácil y que tiene también un lado oscuro, porque las mujeres, por ejemplo, no pueden usar su dedo índice, pero el resto de su cuerpo si debe estar a disposición de los militantes. No es casual que Claudia le advierte a Juancho, que a pesar de ser ella militante, espera de él, un comportamiento diferente. Esta novela también nos habla del trabajo revolucionario en diferentes zonas del país, y como algunos “descalzos” se volvían leyenda entre los militantes, porque sacrificaban cualquier interés individual por “la revolución”.

La novela sin lugar a dudas retrata un momento histórico de las universidades colombianas y de los jóvenes colombianos, tanto en sus ilusiones, desilusiones y mareos. Pero, debo advertir que nadie se va a marear con la lectura de la obra, porque está muy bien tejida, con gran artesanía y un manejo del lenguaje exquisito y una ironía elegante, lo que la convierte en una importante obra de la literatura nacional. Sin duda, está tan fresca como cuando se lanzó por primera vez y estoy seguro de que continuará en su camino, paso a paso, como los jóvenes en las calles de Medellín y sus páginas, sin duda, cruzarán las barreras del tiempo.

* Texto leído la semana pasada en el evento de presentación en el Fondo de Cultura Económoca de México.

Por Azriel Bibliowicz * / Especial para El Espectador

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