La vida en ocasiones nos plantea escenarios en donde el azar se vuelve nuestro confidente. Pensamos que el destino puede marcase, no por nuestras decisiones, sino por las oportunidades que la vida misma nos muestra. Sea de una u otra manera, estamos destinados en algún punto a tomar decisiones y a asumir las consecuencias de éstas. Eso es la improvisación: saber navegar a la deriva, allí donde siempre se planteará una dicotomía qué romper, una dualidad qué transgredir, una decisión qué tomar, para bien o para mal.
Lograr un equilibrio en esa toma de decisiones conlleva a una buena improvisación, ya que se tiene en cuenta el balance entre conceptos, no importa el área del conocimiento. No se trata de juzgamientos, pero existen códigos de comportamiento, que se adquieren con la experiencia y sirven para una mejor comunicación.
Improvisar es estar atento, es saber esperar. En ocasiones es no pensar. En algunos momentos es pensar con rapidez. Todo depende del contexto. La improvisación puede llegar a trascender paradigmas y rótulos de comportamiento, ya que se tiene en cuenta la parte tanto emocional y humana, como la parte científica y pura. En ambos sentidos siempre se encuentra una simetría, una causa y una consecuencia; y entre más recursos uno tenga, entre más lenguaje uno adquiera, se improvisa con más gusto y exquisitez. En conclusión se podría pensar que la improvisación es como la vida misma. Entre más viejos estemos, ¡con seguridad improvisaremos mejor!