Publicidad

La infancia de un poeta

Crónica de un viaje al pueblo natal del autor, Fuente Vaqueros, en donde su casa es hoy un museo para guardar la memoria de una figura controvertida y reverenciada.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Ana C. Restrepo Jiménez / Especial para El Espectador
08 de septiembre de 2012 - 09:00 p. m.
La casa en donde nació Federico  García Lorca, en la calle Manuel  de  Falla, en Fuente Vaqueros. / Jerry McDermott
La casa en donde nació Federico García Lorca, en la calle Manuel de Falla, en Fuente Vaqueros. / Jerry McDermott
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

No hay corriente de viento que sacuda el avión durante el descenso al aeropuerto Federico García Lorca, de Granada. La tierra árida que se vislumbra desde las ventanillas es el anuncio del calor veraniego, inclemente, que me espera.

Abordo un taxi. El conductor calla y sube el volumen del radio: es el Amor Brujo, de Manuel de Falla. Después de unos minutos de recorrido por las vegas granadinas, interrumpo el éxtasis musical para preguntar por el destino de mi peregrinación: Fuente Vaqueros, la cuna del poeta y dramaturgo Federico García Lorca.

El taxista, con voz de cantaor, me habla del artista y de sus muertes, de las múltiples hipótesis que rondan su trágico final en agosto de 1936. “¡Lo fusilaron los falangistas!”, exclama sin dudar. Mientras disminuye la velocidad para adentrarnos en los callejones de Granada, mi imaginación comienza a jugar y el bullicio de los turistas y los bares de tapas desaparece para transformarse en marchas y gritos autoritarios de las tropas franquistas.

Granada es puro sincretismo. En esa tierra soñada que ha sido albergue de cristianos, moros y gitanos, Isabel la Católica conoció al navegante genovés que la cubrió de gloria. Sus rincones evocan leyendas y tragedias, y La Alhambra revive el asombro que sus jardines y salones provocaron en artistas como Lord Byron, Washington Irving, Víctor Hugo y Claude Debussy (quien se inspiró en postales, pues jamás pisó territorio granadino).

En Granada, Leonard Cohen decidió cantar el Pequeño vals vienés (de Poeta en Nueva York, de García Lorca): “Te quiero, te quiero, te quiero, / con la butaca y el libro muerto, / por el melancólico pasillo, / en el oscuro desván del lirio, en nuestra cama de la luna”.

Pero no. No me conformo con la ciudad histórica, ni quiero ser otra de las ocho mil personas que a diario entran a fantasear en La Alhambra. Necesito llegar a la casa de Fuente Vaqueros.

La nostalgia me obliga a peregrinar hacia ese lugar que marca la vida del poeta (¿de todo ser humano?): la infancia.

Domingo, 7:00 a.m. Recorro las esquinas tranquilas de Granada buscando cómo llegar a Fuente Vaqueros. Paso por la calle San Matías y del pequeño balcón de una pensión se asoma, semidesnudo, un anciano de rasgos orientales; mira el cielo atravesado por una nube de aves y rompe el silencio con un grito tembloroso: “¡Llegaroooon las golondrinas!”.

Encuentro quién me lleve al pueblo. Durante treinta y cinco minutos viajo por extensas vegas, bañadas por el río Genil. A los lados del camino plantaciones de cebollas, ajos y espárragos, entre retazos de bosques con árboles perfectamente enfilados.

Las aceras están desiertas, las puertas y ventanas cerradas; un par de señoras robustas pasean en sus bicis frente a las casas, blancas y sobrias, de uno y dos pisos. Diagonal a la puerta trasera de la casa, en la calle Manuel de Falla, espero a que abran mientras me tomo un café en el bar El Reloj.

La casa de labranza, de estilo granadino, fue construida en 1880, cuando Federico García Rodríguez, acaudalado labrador y terrateniente, se casó con Matilde Palacios. Enviudó y contrajo nupcias con una maestra de escuela, Vicenta Lorca Romero. El 5 de junio de 1898 nació su primer hijo, Federico; en 1900, Luis (que murió a los dos años). Los siguieron Francisco, María de la Concepción (Concha) e Isabel.

Son las 11 a.m. Llega Rosario, la guía de la casa museo, que me da la bienvenida al tour (soy la única visitante de la mañana). Comenzamos por el comedor, decorado con fotos familiares y elementos de uso doméstico, como vajillas y copas; en la sala, contigua, hay un piano vertical y sobre él un retrato de Federico, adulto, tocándolo (la foto no corresponde a la época en que habitó la casa).

La pared está adornada con un frutero y un payaso bordados sobre dibujos hechos por el artista.

Rosario recita su guión de memoria, y pienso que esto no es estrictamente un museo: da la impresión de que la familia ha salido a almorzar. Me siento como el ladrón que irrumpe en una casa en ausencia de sus dueños.

Entre la sala y la cocina hay un pasadizo angosto con el techo muy bajo: solía ser el depósito de leña. Por su forma, Rosario lo llama el “huevo”. Cuentan que a Federico le encantaba corretear de un lado a otro: de la formalidad del salón al calor y la conversación de la cocina. (También dicen que le gustaban las procesiones de iglesia, hacerle altares a la Virgen y armar teatrinos para títeres).

Pasamos a la habitación de los padres: el catre donde Vicenta parió a sus hijos, ubicado al lado de la ventana que da hacia la calle. En un gabinete con una media luna permanece una caja de madera con botones negros y objetos de costura.

Detrás de una cortina, un cuarto con una cama cuna. De los espacios de la casa que conservan su carácter doméstico original, sólo la alcoba de Federico, sin juguetes, y la cocina, sin aroma alguno, evidencian que se trata de un museo. Federico García Lorca nunca escribió en este lugar, pero sí pasó aquí sus primeros años. Aquí se inició su proceso creativo.

El biógrafo Christopher Maurer recuerda sus palabras: “Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón”.

La familia vive en Fuente Vaqueros hasta 1907 y se muda a Asquerosa (hoy Valderrubio), donde Federico estudia primaria: “Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo y cuando me ven casi no se atreven a tocarme con sus manazas sucias y de piedra por el trabajo. ¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza? ¿Creéis que la ciudad me ha cambiado? No... Vuestras manos son más sanas que las mías. Vuestros corazones son más puros que el mío. Vuestras almas de sufrimiento y de trabajo son más altas que mi alma. Yo soy el que debiera estar cohibido ante vuestra grandeza y humildad. Estrechad, estrechad mi mano pecadora para que se santifique entre las vuestras de trabajo y castidad”.

El segundo piso, que antes era el granero, ha sido transformado en sala de exposiciones culturales itinerantes.

Me dirijo al patio interior de la casa: el carmen (del árabe karm: ‘jardín’ o ‘viñedo’), con una inmensa enredadera que decora y protege del rigor del sol y cubre el pozo de agua, la palangana y un busto en bronce de Federico García Lorca, obra del escultor Eduardo Carretero.

Finalmente, en la planta baja del ala trasera de la casa hay una modesta librería. Encima, una sala de proyección y conferencias (para unas veinte personas). Allí veo los únicos videos que se conservan de García Lorca: en Montevideo (1934) y en Madrid, con el grupo de teatro universitario La Barraca.

El 29 de julio de 1986, Isabel García Lorca, la hermana menor, abrió al público las puertas del Museo Casa Natal, que hace parte de la ruta cultural lorquiana que continúa en Valderrubio, la Huerta de San Vicente, Víznar y Alfacar.

Sin modestia, cada lugar asegura guardar la verdad sobre Federico.

Con desdén, algunos dicen que García Lorca no es un buen poeta. Sin vergüenza, tejen y distorsionan versiones de su muerte. Con descaro, creen que su historia no fue más que una leyenda...

Lo cierto es que Fuente Vaqueros conserva uno de los más sentidos testimonios de lo que su vida significó: la alocución en la inauguración de la Biblioteca Pública de su pueblo. Tal vez su obra escrita y algunos apartes de ese discurso memorable sean un testimonio parcial de su verdad (o verdades): “El libro es sin disputa la obra mayor de la humanidad”, “es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo el verdadero sentido de la libertad, sino el sentido actual de la comprensión mutua y de la vida”.

Guardo en mi bolsillo el tiquete de entrada con la inscripción de su Canción tonta: “Mamá, yo quiero ser de plata. / Hijo, / tendrás mucho frío. / Mamá. / Yo quiero ser de agua. / Hijo, / tendrás mucho frío. / Mamá. / Bórdame en tu almohada. / ¡Eso sí! / ¡Ahora mismo!”.

¿Cómo murió Federico?, le pregunto a Rosario antes de mi regreso a Granada.

“¡Por rencillas familiares!”, exclama, también, sin asomo de duda.

El discurso ante el público

Estos son algunos apartes de la intervención de Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros.

“Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribir Bodas de sangre.

[Fuente Vaqueros] Está edificado sobre el agua. Por todas partes cantan las acequias y crecen los altos chopos donde el viento hace sonar sus músicas suaves en el verano.

En todo el pueblo de Granada, y no es pasión, no hay otro pueblo más hermoso, ni más rico, ni con más capacidad emotiva que este pueblecito”.

Por Ana C. Restrepo Jiménez / Especial para El Espectador

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.