La inminente tensión es la exposición del artista Aníbal Vallejo (Medellín, 1975) que actualmente se exhibe en La Casita (Bogotá) y que se realiza en el marco de la iniciativa de la Colección Chehebar, que apoya la producción y circulación del arte contemporáneo. Los artistas invitados a realizar una muestra en este espacio de exhibición deben desarrollar su proyecto en diálogo con una de las obras de la colección, y en esta ocasión la obra seleccionada fue una pintura de Gustavo Zalamea, a partir de la cual Aníbal Vallejo gestó las ideas de su apuesta expositiva, donde revela un pensamiento importante sobre las relaciones entre el dibujo y la pintura con obras de arte que trastocan tiempos históricos y nos enfrentan con imágenes míticas e icónicas.
Esta vez su trabajo se volcó a explorar las posibilidades de la figura humana, y me atrevo a decir que puntualmente la silueta fue el elemento esencial que provocó las obras que se presentan en la muestra. Esa idea insinuada de corporeidad es revitalizada a través de las escenificaciones que Vallejo erigió con cada obra. Y digo escenificaciones porque encuentro algo teatral en esta exposición, un sentido dramático que potencia cada obra y en consecuencia el todo que consolida el montaje. Vallejo experimentó con personajes icónicos y convocó obras de arte magistrales para concretar su propuesta. Por un lado, nos encontramos con la presencia de Narciso, Sísifo, Ícaro y Caronte, y por otro, con imágenes que evocan a Théodore Géricault, Henri Matisse, Giacomo Bala, Óskar Schlemmer, Giannina Censi y Francis Alÿs, entre otros.
Imposible introducir esta conversación con Aníbal Vallejo sin decir algo acerca del color y el rol fundamental que éste tiene en sus creaciones, particularmente en La inminente tensión el color es el elemento expandido que se sale de la pintura y se toma el espacio expositivo. Siempre hay que hablar del color cuando se indaga la obra de Vallejo y siempre habrá que volver a pensar en Ellsworth Kelly, Blinky Palermo y Günther Förg como referencias primeras en su comprensión del color y sus experimentaciones plásticas.
¿Cómo dio inicio al proyecto de esta exposición teniendo como referente la pieza de Gustavo Zalamea de la Colección Chehebar?
Aunque conocía la obra de Zalamea con anterioridad, el proyecto me dio la oportunidad de profundizar en el trabajo de este artista multidisciplinario y conocer su poderoso talento, que iba más allá de lo que como espectador entendía. En mi trabajo personal venía haciendo una pintura completamente abstracta con dibujos lineales en hilo y la exploración de lo tridimensional. Cuando supe que la pieza de la colección con la que debía generar un diálogo era una pintura del maestro Zalamea, me obligué a incluir la figura humana, porque quise generar una conversación más directa con él, lo que me llevó a empezar desde cero todo este proceso de creación. Ahora, debo señalar que trabajar con la figura humana no era algo nuevo; ya en otro momento de mi trabajo ha estado presente.
La inminencia es una palabra que alude a lo apremiante, lo inaplazable, lo imperioso. ¿Qué es eso inminente en su trabajo como artista, en sus procesos creativos? Considero que hay ahí una serie de obsesiones, ¿o me equivoco?
Eso inminente es el hecho mismo de levantarse cada día y continuar procesos que no se sabe muy bien para dónde van. El trabajo del arte es solitario, pues uno está ahí, dando vueltas y tratando de resolver pequeñas cosas que no necesariamente hay que resolver. Donde nadie te dice el camino a seguir y hace que la libertad en el arte se convierta en una forma de prisión permanente. Vienen las dudas y frustraciones. Pero eso es precisamente lo inminente. Ahora, no lo había relacionado con la obsesión, pero tiene mucho sentido. La necesidad de seguir haciendo cosas, aunque estas no lleven a ningún lado, porque esa es la sensación permanente en mi proceso creativo: hacer una pintura para exhibirla o no, acaso venderla para comprar nuevamente materiales y empezar desde cero (…), todo ese ciclo hace parte de la inminencia
Manifiesta que “no hay nada que separe el dibujo y la pintura”. ¿Cómo se comportan esas dos formas de expresión en su obra, si pensamos en su producción como un todo?
Están íntimamente ligadas, pero se comportan de manera libre. Me atrevo a pensar que ya no hay nada que separe a una práctica de la otra; sea pintura, dibujo, escultura, instalación, etc. Son herramientas que están ahí para poder decir algo.
“La pintura es para contar las experiencias y pensamientos más íntimos”, escribió en sus reflexiones sobre lo que para usted representa pintar. ¿Qué sucede cuando está pintando?
En la producción emerge de alguna forma todo lo que voy viviendo, lo cotidiano. El arte está profundamente ligado a las vivencias. Lo que hago como artista no es inventar ni tratar de inventar cosas nuevas, sino que estoy apoyándome permanentemente en la historia, sea del arte, de la literatura o en general; allí encuentro mi propio lenguaje y es a través de ese lenguaje que digo cosas íntimas. No hay manera de separar lo personal de lo artístico, aunque me empeñe en hacerlo.
Ahora que lo menciona, resulta impresionante su conocimiento de historia del arte. Es a partir de estos conocimientos que constituye imágenes potentes que remueven el tiempo. ¿Cómo son los procesos que actualizan imágenes y obras de arte de otros tiempos?
Paso mucho tiempo leyendo, mirando e investigando sobre artistas que me interesan, y cuando estoy trabajando sobre un tema cualquiera vuelvo a esos conocimientos, imágenes, ideas, que se me van quedando. Por un lado, es tratar de conocer lo que ya otro ha hecho, pero también es dejar abierta la posibilidad de originar un diálogo revitalizado con ese referente. La técnica, el material o el formato los va dictando el proyecto, a medida que se va desarrollando, y en esos procedimientos materiales o conceptuales inevitablemente se va entramando una manera de entender el arte y de hacer las obras en medio de la que respiran esos referentes, ese atlas visual que está en mi cabeza.
Y continuando con ese asunto: ¿cómo es esa revisión y estudio concentrado de esos referentes que reanima con su trabajo?
El arte es un trabajo de mucha disciplina y rigor, y no me refiero a la destreza en la técnica sino a la investigación constante y a la evolución de los procesos. Me interesa mucho la historia del arte y de los artistas, porque es de allí que surgió todo esto que nos rodea y que llamamos contemporáneo. Retomar una obra desde donde otro artista la dejó enriquece el panorama y le da una nueva visión. No importa la originalidad sino la descontextualización de las ideas. Es como el trabajo de un discjockey, que toma una canción y la mezcla con otra, creando una versión nueva y al mismo tiempo original.
De esa revisión histórica visual emergen entonces los personajes míticos en este proyecto que está presentando. Allí adquieren una actualidad tremenda y como espectadores nos confrontamos con la acción que representa cada mito y recobramos las ideas que contienen esas imágenes que hemos visto una y otra vez. ¿Qué lo motivó a hacerlos protagonistas de este proyecto?
En la muestra, los mitos a los que hago referencia los tomo como metáforas contemporáneas. En una de las pinturas hago una alusión directa a la obra del artista belga Francis Älys, quien a mediados de los años noventa hizo un performance donde arrastró un gran bloque de hielo por Ciudad de México hasta que este desapareció por completo. Esta imagen magnífica y absurda al mismo tiempo me llevó a pensar directamente en el mito de Sísifo, quien fue condenado a empujar una roca en una montaña empinada por toda la eternidad. Es una representación de la vida, y eso es lo que creo que puede estar ahí en esas pinturas con esos personajes, con Ícaro, Narciso, Caronte (el del Infierno de Dante) y Sísifo. Son imágenes que remiten a la existencia misma.
En esta exposición, las obras están dispuestas en el espacio como unas presencias que cuestionan el arte mismo. ¿Qué representa para usted esta exposición? Para mí, la exposición como imagen total es una única instalación.
Sí, la exposición es una única instalación, como bien lo dices, donde el color se toma el espacio y a la vez conecta los diferentes relatos que hay en las pinturas. Me intriga mucho el efecto del color en la percepción del espectador y cómo éste influye en la apreciación de las obras, a pesar de que éstas funcionan de manera independiente a la instalación. Ese color que sale de la pintura y se expande en el entorno arquitectónico. El objetivo que me propuse en esta muestra es, aparte de la tensión entre el dibujo y la pintura, reforzar el alcance del color. La exposición es el resultado de la mezcla de diferente estadios de mi proceso artístico y sin ningún tipo de pretensión. Eso es algo que considero positivo.
Usted dice que “la obra de arte no se termina nunca” y me hace pensar en una expresión de Borges: “El arte es la inminencia de un evento que nunca ocurre”. ¿Tiene esa sensación de un tiempo latente en las obras o de una latencia que no deja de ser?
Siempre he considerado la pintura como una serie de pensamientos, de ideas que se repiten en un cuadro o en otro o que fluyen después de unos años, pero que hacen que se mantenga viva y no se acabe. Surge la imperiosa necesidad de seguir adelante porque está todo por contar. En ese punto, la obra de arte no interesa. (…) No conocía esa expresión, pero Borges tenía toda la razón.
* Curadora, investigadora y docente.
* La Casita, calle 86 N.º 27-85. Tel. 339 9654 (visitas programadas). Horario: 10:00 a.m. - 2:00 p.m. Cierre de la exposición: 4 de abril.
* Proyecto La inminente tensión: http://www.anibalvallejo.com
El legado de Gustavo Zalamea
Gustavo Zalamea (1951-2011) fue uno de los grandes pintores de la historia del país. A partir de 1971 realizó cincuenta exposiciones individuales y participó en al menos cien exposiciones colectivas en Colombia y en el exterior. En 1994 ganó el concurso de méritos 125 años, en la Universidad Nacional, e ingresó como profesor a la Facultad de Artes. En octubre de 1999 expuso en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y Ediciones Jaime Vargas editó una selección crítica con 200 reproducciones. Entre sus numerosos reconocimientos figuran: Primer Premio en el XXX Salón de Artistas Colombianos, 1986; Premio Nacional de Diseño Gráfico (por el logotipo del Museo Nacional de Colombia), 1993. También obtuvo medalla en la V Bienal Americana de Artes Gráficas 1986 y la beca Colcultura para el Proyecto Bogotá, 1994. Fue nominado al Premio Luis Caballero (segunda edición, 1999-2000) y ganó el premio de ensayo del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, con su escrito de divulgación Arte en emergencia, 1999.
La mirada del arte contemporáneo
Aníbal Vallejo (1975) estudió artes plásticas en la Universidad de Antioquia y luego diseño de moda en la Colegiatura Colombiana de Diseño. Luego se radicó en Europa, donde complementó su formación como pintor en Inglaterra, España e Italia. Durante más de diez años ha participado en exhibiciones en galerías, museos y ferias internacionales. Primero llamó la atención en Bologna y Florencia, Italia y luego en la galería Scope de Nueva York, donde la crítica valoró sus odaliscas, una reinterpretación de la obra de Henri Matisse. La Black Square Gallery de Miami le abrió las puertas en 2011. Un ejemplo de su técnica está en la serie sobre “El jardín de las delicias”, que empezó en 2011 y en el que utilizó bordado industrial. Sus obras forman parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Medellín y del Museo de Antioquia. Actualmente vive y trabaja en la capital antioqueña.