Oscar Wilde y el arte, el arte y la crítica, la crítica y Oscar Wilde, y el tiempo, que en su ensayo sobre “El crítico como artista” era el que le daba y le daría a cada obra una nueva faceta, una nueva dimensión, con la colaboración del crítico, o gracias a él, y dejaba en un montón de cenizas su realidad y salvaba una pequeña porción. “Sentirá esto de tal modo, que a medida que vaya progresando la civilización y vayamos estando organizados más elevadamente, lo más selecto de cada época, los espíritus críticos y cultos, se interesarán cada vez menos por la vida actual e intentarán obtener sus impresiones casi exclusivamente de lo que haya tocado el Arte”. Entonces, y por la gracia del artista y el crítico y la grandiosidad del arte, un solo libro logrará en una hora hacer vivir a un simple mortal, “más que la vida en veinte años de ignominia”.
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Para Wilde, el tiempo, el arte y la crítica habían logrado un “traspaso de emociones” a través de los siglos y los milenios al que simplemente describió con la palabra “extraño”. “Sufrimos las mismas dolencias del poeta y el cantor nos transmite su pena. Los labios muertos guardan un mensaje para nosotros, y los corazones convertidos en polvo pueden comunicarnos su alegría”, escribió, y más adelante afirmó que, por el arte, no había pasiones imposibles de experimentar “ni placeres que no podamos gozar”. Cada quien era libre de elegir el momento de su iniciación en esa vida llamada arte que iba más allá de la vida, que la suplantaba con sus heridas y alegrías, con sus odios y amores, y cada quien decidía en qué instante empezaba a ser libre para sumergirse en ella.
“Porque el arte no nos hiere jamás”, dijo, y añadió que frente a una obra de teatro, ante un cuadro o una escultura, con un libro o por una sinfonía, él podía llorar, pero no se sentía herido. “Nos afligimos, pero no es amarga nuestra pena. En la vida real del hombre, como dice Spinoza no sé dónde, es el pago a una perfección menor. Pero la tristeza que nos ocasiona el arte nos purifica y nos inicia”, aclaró, y complementó su comentario agregando que aquella última máxima era de la autoría de un viejo, muy viejo, crítico del arte griego. “Con el arte, y sólo con él, podemos realizar nuestro perfeccionamiento. Con el arte, y sólo con él, podemos defendernos de los peligros sórdidos de la existencia real”, sostuvo, concluyendo que el gran secreto de la alegría estaba en la contemplación de aquellos personajes que no habían existido, pero que no iban a morir jamás.
Sus tiempos y todos los tiempos presentes únicamente podían ser comprendidos en su totalidad si se conocía el pasado, pues todos aquellos que creían o consideraban que el presente no era más que la cosa presente, escribía Wilde, no sabían ni entendían nada de su propia época. “Para comprender el siglo XIX, es preciso comprender cada uno de los siglos que le han precedido y que contribuyeron a su formación. Para saber algo de uno mismo hay que saberlo todo de los demás. No existe ningún estado de ánimo con el que no se pueda simpatizar, ni género de vida desaparecido que no se pueda resucitar”. En esos viajes al pasado, que era como decir, al arte, los simples mortales comprendían la moral de otros tiempos y, al comprenderla, se deshacían, se desprendían de ella.
“Y todo el que desee comprender verdaderamente a Shakespeare debe antes comprender sus relaciones con el Renacimiento y la Reforma, con la época de Isabel y la de James; debe serle familiar la historia de la lucha entre las antiguas formas clásicas y el nuevo espíritu romántico, entre la escuela de Sidney, de Daniel y de Johnson, y la de Marlowe y su hijo, que fue más grande que él; debe conocer los materiales de que disponía Shakespeare y su modo de emplearlos, las condiciones de la representación teatral en los siglos XVI y XVII, y los obstáculos y las ventajas que ofrecía desde el punto de vista de la libertad; la crítica literaria de la época de Shakespeare, sus fines, sus reglas y sus razones; debe estudiar la lengua inglesa en su evolución y el verso libre o rimado en sus diversas fases…”.
La crítica que trasciende la obra de arte
Antes de que todo ello pudiera pasar, estaban el artista y el crítico. Uno, para hacer su obra. El otro, para rescatarla, y con ella, rescatar su época. “La vida contemplativa, la vida que tiene por objeto ‘ser’ en vez de ‘obrar’ —y no solamente ‘ser’— sino ‘devenir’, irse haciendo, llegar a ser; eso es lo que puede darnos el espíritu crítico”, creía y pensaba Wilde, y remataba asegurando: “Tranquilo, sirviéndose a sí mismo de centro, el crítico esteta contempla la vida; y ninguna flecha lanzada al azar puede penetrar entre las junturas de su armadura. Él, por lo menos, está en salvo. Ha descubierto el modo de vivir. Ese género de vida, ¿es inmoral? Sí, Todos los artes son inmorales, menos esas formas inferiores de arte sensual o didáctico que intentan impulsar a la acción buena o mala”.
El crítico de arte debía ir más allá de una obra de arte. Mucho más allá. Debía interpretarla, de una o varias maneras, y trascenderla. Interpretarla y confundirla. “Hay tantos Hamlets como melancolías”, decía en su ensayo sobre “El crítico como artista”, y explicaba que el actor, antes que nada, era el primer crítico de un drama, pues mostraba la obra de un dramaturgo, de un poeta, “en nuevas condiciones, y según un método particular”, volviéndose el dueño momentáneo de las palabras escritas y de su significado, de los silencios y los tonos y los gestos. Su interpretación de un Hamlet, por citar un ejemplo, era la creación de un nuevo Hamlet. Uno más entre tantos que hubieran sido, y entre tantos que fueran puestos en escena, y así, Shakespeare pasaba a ser un simple espectador de su creación.
En las últimas páginas de su ensayo, Wilde, en voz de Gilberto, uno de los dos protagonistas de su obra, se atrevía a escribir que el crítico artista, como el místico, era siempre un rebelde, y argüía que era muy sencillo ser “bueno”, “conforme al tipo vulgar de la bondad. Basta con tener cierta cantidad de terror sórdido, cierta falta de imaginación y cierta pasión vil por la respectability de la clase media”. En últimas, ser un borrego dominado por el miedo y por el qué dirán era más fácil que superar aquellas medianías y crear, y más aún, que crear sobre lo creado. A fin de cuentas, “la Estética es más elevada que la Ética”, aseguraba, y sentenciaba que “hasta el sentido del color tiene más importancia para el desarrollo del individuo que el sentido del bien y del mal. La Estética, en suma, es a la Ética en la esfera de la civilización consciente lo que la selección sexual es a la selección natural en la esfera del mundo exterior. La Ética, igual que la selección natural, hace posible la vida. La Estética, lo mismo que la selección sexual, hace la vida seductora y maravillosa”.