La Italia que bajó el telón: un país con 500 teatros abandonados
El país europeo tiene una merecida fama de cultura, aunque en las calles de sus ciudades languidecen cerrados unos 500 teatros. Sin embargo, muchos no se rinden a este panorama, como un empresario y musicólogo inglés que sueña con reconstruir en Venecia la primera ópera pública de la historia.
Italia, país del mediterráneo europeo, cuenta con cientos teatros abandonados. El fenómeno afecta al país de norte a sur, desde la Lombardía de Dario Fo, pasando por la Roma de Anna Magnani, hasta llegar a la Nápoles de Pulcinella y Edoardo de Filippo. Este problema resonó con fuerza en la reciente Fiesta del Cine de Roma con la proyección del documental “Via Sicilia 57-59. Giorgio Albertazzi. El teatro es vida”, que repasa el legado de este actor en el centenario de su nacimiento.
La cinta recuerda cuando en 1963 Albertazzi, dirigido por Franco Zeffirelli, recitó en Roma “Hamlet” durante dos meses con un gran éxito de público, convirtiéndose poco después en el primer italiano en dar vida al príncipe de Shakespeare en la mismísima Londres. “Es un modelo de un teatro que ya no existe en Italia”, explica uno de los directores del documental, el director y presentador televisivo Pino Strabioli.
En Roma, por poner un ejemplo, permanecen clausurados teatros que en el pasado reservaron "seratas" casi legendarias, como el Eliseo, que en los años 50 vio nacer la compañía de Lucchino Visconti, o el histórico Teatro Cometa.
Lo mismo ocurre con el Valle, considerado uno de los más hermosos de Europa, o el de las Artes, fundado en 1937 junto a la emblemática Vía Véneto, escenario de la "Dolce Vita". Y son solo algunos: "Da mucha pena", lamenta.
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“Se debe a que hay demasiados, pero también a que ya no se invierte en cultura, a que el teatro no se ve como una industria y factura poco, a que el dinero del Gobierno para espectáculos en vivo es desde hace años verdaderamente poco y está mal repartido”. Strabioli resume: “No tenemos un proyecto cultural auténtico”, apuntando que, a pesar de eso, el público sigue yendo a la butaca.
El otro director del documental, Fabio Masi, recibe a esta agencia en la penumbra de lo que un día fue el Teatro Quirinetta de Roma, un laberinto de salas a dos pasos de la Fontana de Trevi hoy sumido tristemente en la oscuridad y en un penetrante olor a humedad.
"Más de 500 teatros cerrados es un dato dramático, una emergencia que se ha convertido en crónica con los años", lamenta.
En su opinión, ha emergido una “fisura neta” en el modo en el que las nuevas generaciones buscan entretenimiento, pero esto no debería impedir proteger el patrimonio: “No pretendo detener el océano con las manos, pero cuando un fenómeno llega hay que aprender a gestionarlo”, sostiene.
Entretanto, Italia cuenta con numerosas formas de dramaturgia "de calle", social y joven que, opina Masi, podrían ayudar a crear una estrategia futura: "Se puede partir de ahí, de conceder ciertos lugares abandonados a soñadores y no a especuladores", sugiere.
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Reconstruir el San Cassiano de Venecia
Hablando de idealismos, un caso reseñable es el de Paul Atkin, un empresario y musicólogo inglés que revela a EFE al otro lado del teléfono su sueño: reconstruir el Teatro San Cassiano de Venecia, creado en 1637 como la primera ópera pública del mundo, pionera en vender "entradas".
El edificio fue demolido en 1812 por las tropas francesas de Napoleón, pero Atkin asegura que, aunque haya muy pocas pruebas de su aspecto, los archivos venecianos empiezan a ofrecer datos de este histórico recinto y de su maquinaria barroca.
El musicólogo ya ha encontrado el edificio en el que podría recrearlo, el Palacio Donà Balbi, a orillas del Gran Canal, pero el proyecto requiere una gran suma de dinero y busca inversores que él prefiere llamar "fundadores".
Todos sus planes, inspirados en el precedente del "Shakespeare's Globe" de Londres, tienen un precio total de 60 millones de euros, aunque por ahora solo busca 24: la mitad para comprar el Palacio, joya de la arquitectura veneciana, y otros doce para empezar la obra.
“Tenemos una oportunidad de oro para Venecia y el mundo de reconstruir la primera ópera pública del mundo”, promete, sin perder un entusiasmo a prueba de bombas, las de la eterna burocracia del “Bel Paese”, a la espera de un beneplácito aún por llegar.
Italia, país del mediterráneo europeo, cuenta con cientos teatros abandonados. El fenómeno afecta al país de norte a sur, desde la Lombardía de Dario Fo, pasando por la Roma de Anna Magnani, hasta llegar a la Nápoles de Pulcinella y Edoardo de Filippo. Este problema resonó con fuerza en la reciente Fiesta del Cine de Roma con la proyección del documental “Via Sicilia 57-59. Giorgio Albertazzi. El teatro es vida”, que repasa el legado de este actor en el centenario de su nacimiento.
La cinta recuerda cuando en 1963 Albertazzi, dirigido por Franco Zeffirelli, recitó en Roma “Hamlet” durante dos meses con un gran éxito de público, convirtiéndose poco después en el primer italiano en dar vida al príncipe de Shakespeare en la mismísima Londres. “Es un modelo de un teatro que ya no existe en Italia”, explica uno de los directores del documental, el director y presentador televisivo Pino Strabioli.
En Roma, por poner un ejemplo, permanecen clausurados teatros que en el pasado reservaron "seratas" casi legendarias, como el Eliseo, que en los años 50 vio nacer la compañía de Lucchino Visconti, o el histórico Teatro Cometa.
Lo mismo ocurre con el Valle, considerado uno de los más hermosos de Europa, o el de las Artes, fundado en 1937 junto a la emblemática Vía Véneto, escenario de la "Dolce Vita". Y son solo algunos: "Da mucha pena", lamenta.
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“Se debe a que hay demasiados, pero también a que ya no se invierte en cultura, a que el teatro no se ve como una industria y factura poco, a que el dinero del Gobierno para espectáculos en vivo es desde hace años verdaderamente poco y está mal repartido”. Strabioli resume: “No tenemos un proyecto cultural auténtico”, apuntando que, a pesar de eso, el público sigue yendo a la butaca.
El otro director del documental, Fabio Masi, recibe a esta agencia en la penumbra de lo que un día fue el Teatro Quirinetta de Roma, un laberinto de salas a dos pasos de la Fontana de Trevi hoy sumido tristemente en la oscuridad y en un penetrante olor a humedad.
"Más de 500 teatros cerrados es un dato dramático, una emergencia que se ha convertido en crónica con los años", lamenta.
En su opinión, ha emergido una “fisura neta” en el modo en el que las nuevas generaciones buscan entretenimiento, pero esto no debería impedir proteger el patrimonio: “No pretendo detener el océano con las manos, pero cuando un fenómeno llega hay que aprender a gestionarlo”, sostiene.
Entretanto, Italia cuenta con numerosas formas de dramaturgia "de calle", social y joven que, opina Masi, podrían ayudar a crear una estrategia futura: "Se puede partir de ahí, de conceder ciertos lugares abandonados a soñadores y no a especuladores", sugiere.
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Reconstruir el San Cassiano de Venecia
Hablando de idealismos, un caso reseñable es el de Paul Atkin, un empresario y musicólogo inglés que revela a EFE al otro lado del teléfono su sueño: reconstruir el Teatro San Cassiano de Venecia, creado en 1637 como la primera ópera pública del mundo, pionera en vender "entradas".
El edificio fue demolido en 1812 por las tropas francesas de Napoleón, pero Atkin asegura que, aunque haya muy pocas pruebas de su aspecto, los archivos venecianos empiezan a ofrecer datos de este histórico recinto y de su maquinaria barroca.
El musicólogo ya ha encontrado el edificio en el que podría recrearlo, el Palacio Donà Balbi, a orillas del Gran Canal, pero el proyecto requiere una gran suma de dinero y busca inversores que él prefiere llamar "fundadores".
Todos sus planes, inspirados en el precedente del "Shakespeare's Globe" de Londres, tienen un precio total de 60 millones de euros, aunque por ahora solo busca 24: la mitad para comprar el Palacio, joya de la arquitectura veneciana, y otros doce para empezar la obra.
“Tenemos una oportunidad de oro para Venecia y el mundo de reconstruir la primera ópera pública del mundo”, promete, sin perder un entusiasmo a prueba de bombas, las de la eterna burocracia del “Bel Paese”, a la espera de un beneplácito aún por llegar.