No es casual que Jean Vigo (1905-1934) y François Truffaut (1932-1984) compartan una misma sesión en el Ciclo de Clásicos del cine francés. Son dos espíritus afines cuya experiencia personal e intereses creativos guardan similitudes: el deseo de libertad que permea su filmografía, el gran amor por el cine donde encontraron un lugar en el mundo, la vida familiar conflictiva y una extrema sensibilidad para abordar temas como el amor y la infancia.
Vigo hizo cada filme como si fuera el último y logró ser, al mismo tiempo, radical, crítico y vanguardista. Estaba enfermo cuando rodó Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933) y El Atalante (L’Atalante, 1934) y ambas obras las realizó con total intensidad, como si presintiera que le quedaba poco tiempo. “Es el cine encarnado en un hombre”, declaró Henri Langlois, director de la Cinemateca Francesa.
Sin lugar a dudas, Vigo es uno de los talentos más originales que haya dado el séptimo arte, junto con Renoir, Gance y Buñuel. Dijo adiós demasiado pronto, a los 29 años, y dejó un legado que se resume en sólo cuatro películas. Una obra que integra de manera inusual el realismo y la poesía, la evocación y el sueño. Su influjo fue fundamental para directores como Truffaut, Godard y Lindsay Anderson.
Cero en conducta es una cinta de 45 minutos inspirada en la propia infancia del director. Describe con gran sensibilidad la situación vulnerable de los niños en el mundo de los adultos. En su estreno fue incomprendida, considerada subversiva, antifrancesa, y censurada por espacio de 12 años hasta 1945. Pese a las imperfecciones y carencias, Truffaut la calificó de obra maestra y ha sido reconocida como “un magnífico poema de la infancia”. Su reputación ha seguido creciendo con el tiempo.
El reparto está conformado casi totalmente por actores no profesionales. Vigo es el guionista, director, editor y productor. Es la vivencia de cuatro muchachos, Caussat, Colin, Bruel y Tabard, que se rebelan contra la rigidez escolar. Los nombres de los protagonistas son tomados de amigos reales del realizador. Los personajes de los adultos son caricaturas salvajes de los profesores que odió en la escuela. El humor corrosivo y la crítica social se consideraron en su momento intolerables.
Truffaut le rinde homenaje en el corto Les Mistons y en Los 400 golpes, y fue inspiración para Lindsay Anderson en If (1968). Para la memoria queda la escena de la guerra de almohadas con las plumas flotando en cámara lenta.
“Los 400 golpes” (“Les Quatre cents coups”, 1959) de Truffaut
Podría decirse que con François Truffaut nace y muere la Nueva Ola (Nouvelle Vague). Su ópera prima, Los 400 golpes, supone oficialmente el nacimiento de este importante movimiento. Ganó el premio al mejor director en Cannes y logró nominación al Óscar como mejor guion. Está dedicada a la memoria de André Bazin, mentor del director y quien murió antes de ver su éxito. Truffaut ayudó a muchos de los colegas de la Nueva Ola a sacar adelante sus películas. Cuando murió en 1984, también lo hacía simbólicamente la Nouvelle Vague.
Los 400 golpes es una película dura sobre la infancia, la soledad y lo injusto del mundo. Está inspirada en la penosa experiencia del realizador y evita el sentimentalismo y edulcorar la infancia. Sus cualidades permanecen intactas después de 58 años y las imágenes siguen teniendo el mismo impacto emocional. Doinel intenta encajar en una familia, en la escuela, en la sociedad. Soporta la incomprensión de los adultos y la humillación constante. “Aquí sufrió el pobre Antoine Doinel un castigo injusto de un profe cruel”, escribe al ser enviado a un rincón del aula de clase.
La cinta supuso igualmente el nacimiento de un nuevo actor y una colaboración excepcional entre intérprete y actor, el niño Jean-Pierre Léaud, álter ego de Truffaut y con quien realizaría un total de cinco películas. “Antoine Doinel es el personaje imaginario que resulta ser la síntesis de dos personas reales, Jean-Pierre Léaud y yo”, explicaba el cineasta.
“Al escribir el guion con mi amigo Marcel Moussy, nos inspiró la idea de esbozar una crónica de la adolescencia vista no con la habitual nostalgia conmovedora”. Con una sensibilidad especial frente a los niños en el cine, Truffaut será un maestro a la hora de dirigirlos y de entender cómo se trabaja con ellos: “Lo más importante es no utilizar al niño como a un actor a quien se le da un texto, sino como un colaborador (…). No se trata de rodar con niños para entenderlos mejor, sino de filmar niños porque se les quiere”.
El famoso travelling final es de antología, un momento culminante en la historia del cine que sigue provocando la misma mezcla de tristeza y desazón. A propósito, Truffaut escribió: “No se puede poner un final optimista porque la vida no es optimista; tampoco se puede poner un final pesimista, porque sería un desastre comercial. Es necesario un final que incluya los dos. De ahí el final de Los 400 golpes y el de casi todas mis películas. Hago finales ambiguos, siempre pensando un poco en Chaplin. Es su idea de marchar por la carretera y cruzarse con los policías, es la idea de la libertad amenazada. Creo que es la verdadera solución”.
*En salas el 9 de abril.