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En tiempos de ruido constante y pantallas encendidas, leer se ha convertido en un acto de resistencia. Para mí, la búsqueda de nuevos ejemplares es más que una rutina: es a lo que he llamado mi “alimento literario”. Este año, he retomado la lectura con un ritmo más ágil, explorando lanzamientos de autoras y autores como Rosa Montero, Pilar Quintana, Isabel Allende, Juan Gabriel Vásquez, Laura Restrepo y Antonio García Ángel, entre otros. Cada libro ha sido una puerta abierta a nuevas voces e historias.
Pero ha sido en las librerías, “esas catedrales del silencio”, en donde he vivido los momentos más reveladores. No solo en Colombia, sino también en otros países, he encontrado refugio entre estantes, acompañada por el aroma del café y la promesa de una nueva aventura con las letras.
En Buenos Aires me detuve ante un título que me llamó la atención: Mis tardes en el pequeño café de Tokio, de la escritora japonesa Michiko Aoyama. Lo compré sin expectativas y terminé encantada. En sus 204 páginas, ese pequeño café se convierte en el escenario íntimo de varias historias de mujeres que encontraron un refugio para sus sentimientos.
Más tarde, en una librería de Cartagena, descubrí una notable presencia de autores japoneses. Fue entonces cuando comprendí que la literatura japonesa está ganando terreno en nuestro país. Algunos de los nombres que he leído:
- Michiko Aoyama, autora de Mis tardes en el pequeño café de Tokio, reconocida por su sensibilidad contemporánea.
- Sosuke Natsukawa, autor de El gato que amaba los libros, best seller en Japón.
- Hiyoko Kurisu, autora de novelas ligeras o ranobe, como se conocen en japonés
- Toshikazu Kawaguchi, con su historia Antes de que se enfríe el café, donde el realismo mágico se entrelaza con la ternura humana.
Y, por supuesto, Haruki Murakami, el más conocido en nuestro país. Aunque solo he leído Tokio Blues y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, ambas obras revelan esa línea japonesa que explora lo íntimo, lo melancólico, lo misterioso.
Leer literatura japonesa es sumergirse en paisajes reales y fantásticos, donde lo cotidiano se transforma en asombro. Son historias que aprietan el corazón con su delicadeza, su misterio y su verdad silenciosa.
Hoy, más que nunca, necesitamos espacios para leer en silencio. Para descubrir autores que nos inviten a mirar hacia adentro. Y quizás, como en ese pequeño café de Tokio, encontrar en la literatura un refugio donde las historias ajenas nos ayuden a comprender la nuestra.