Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

La “mafia” periodística de Jon Lee Anderson

El pasado domingo 27 de julio terminó el Festival Gabo 2025. Una de las actividades de cierre fue el taller: “Narrar personas, no personajes: una guía para el perfil periodístico”. El laboratorio estuvo a cargo del periodista Jon Lee Anderson. Aquí una memoria incompleta.

Farouk Caballero, especial para El Espectador

02 de agosto de 2025 - 09:05 a. m.
El periodista Jon Lee Anderson dictando su taller de perfil en el Festival Gabo 2025 a diferentes periodistas y académicos.
Foto: Farouk Caballero
PUBLICIDAD

El Festival Gabo cumplió trece años. Como festejo, abrió sus puertas gratuitas bajo el concepto: “Vernos de cerca”. ¡Y nos vimos de cerca! Gracias a eso, corroboré que Jon Lee es un enorme reportero hasta en estatura, mide casi dos metros. Ojalá le hubiesen pagado primera clase, porque un viaje en económica desde Londres, donde vive, a Bogotá, lo obligaría a sentarse once horas en posición fetal. Lo destrozaría. Llegó vestido con camisa de manga corta color beige de cuello y botones. Líneas cafés horizontales la atravesaban de manga a manga. Su pantalón era azul petróleo y sus botas desgastadas como manda la tradición de libreta y grabadora. Eso sí, lo mejor de su pinta fueron las medias color amarillo Atlético Bucaramanga. Qué buen gusto tiene.

La presentación estuvo a cargo del director de la Fundación Gabo, Jaime Abello Banfi. Jaime usó su vozarrón caribe, que no necesita micrófono, y nos pidió a los asistentes que lo aprovecháramos de veras, porque el privilegio era solo para nosotros. Que le preguntáramos todo lo que se nos ocurriera. Le hicimos caso. Dentro de los asistentes al taller se escucharon acentos de periodistas, profesores y estudiantes que llegamos al Centro de la Felicidad de Chapinero desde México, Ecuador, Colombia, Argentina, Hungría, Nueva York, Panamá, etc. Eso sí, el lenguaje de todos fue uno solo, el periodismo.

El reportero internacional de The New Yorker empuñó su arma de siempre, la palabra. Su entrada fue fulminante, dijo que “lo que pasa en el mundo pasa por las personas”. Parafraseó a Gabo y rememoró que todos tenemos tres vidas: “una pública, una privada y una secreta”. Frente a esto, no esquivó el prejuicio que se tiene al conocer la imagen histórica de un perfilado y trajo el ejemplo del dictador Augusto Pinochet: “yo sabía que era un sanguinario, había repudio de mi parte, pero un perfil no puede ser panfletario. Me salvó la diplomacia y la reportería. Hablé con sus allegados, con su hija y después él mismo me atendió en más de una oportunidad”. Jon Lee descubrió que la veneración de Pinochet a Napoleón y extrañamente al Mao Zedong de la China comunista, se debía a que ellos “tenían la vida y la muerte de millones en sus manos, me lo contó él mismo, y en su tono se le notó que se sentía el mero-mero, como Trump o Putin”. Luego, descubrió que a tres de sus hijos los bautizó en honor a los emperadores romanos: Lucía, Augusto y Marco Aurelio. Describió, también, la cantidad de medallas y llaves de ciudades estadounidenses que el dictador tenía como trofeos por ser uno de los más grandes violadores de derechos humanos del hemisferio en nombre del anticomunismo. Él investigó, vio, escuchó y describió, no opinó.

Read more!

Jon Lee nos aconsejó grabar y tomar notas, sobre todo si es un poderoso el centro del perfil, pues así es más fácil defenderse de una cita que no les agrade. Sus textos han surgido del poder en pleno: el rey Juan Carlos I, Lula, Chávez, Pinochet, Daniel Noboa, García Márquez, Gadafi, pronto Milei, etc. Y desde la tierra administrada por Gustavo Petro, quien dicho sea de paso bautizó a los periodistas que no lo alaban como “mafioperiodistas”, se hace necesario recordar el prólogo en el que Anderson presenta el libro El escándalo del siglo, una compilación de textos periodísticos de Gabo. Ahí acentuó que el único Nobel cataquero, en “una conversación que mantuvimos en 1999, me invitó a ser uno de los profesores de la Fundación y me describió la futura fraternidad hemisférica de cronistas y reporteros como ‘una mafia genial de amigos’ que no solo elevaría el nivel periodístico de América Latina, sino que fortalecería sus democracias”. Esas palabras las refrendó en el taller. Se declaró como “fascinado del poder. Vivo intrigado intelectualmente del poder, porque las justicias e injusticias de los poderosos nos rigen la vida. Trump y sus cretinos llegaron al poder en Washington y declararon la guerra contra la creatividad y la intelectualidad. Explícitamente quieren que desaparezcamos”.

Read more!

Esa tarde en Bogotá, Jon Lee cumplió con su deber como maestro de la Fundación Gabo y como capo iniciático de la “mafia genial de amigos”. Los iniciados fuimos nosotros. El rito, el taller. Nos insistió en el rol esencial de la investigación en el perfil periodístico. Subrayó que un solo encontronazo con la persona es insuficiente y que tanto el trabajo de archivo como la lectura previa son innegociables antes de una entrevista. Para ejemplificar, señaló que un buen perfil, así se citen seis o siete, debe tener cuarenta fuentes humanas en la investigación. Recordó que invirtió cinco años de reportería antes de escribir la biografía del Che Guevara. El resultado es que ese relato es ya un clásico de la no ficción en diferentes idiomas y es en sí mismo una cátedra del buen periodismo narrativo.

El ejemplo de Che Guevara: una biografía revolucionaria, sirve de puente para el diálogo del periodismo impreso con las nuevas tendencias más gráficas y digitales. Pues la adaptación a novela gráfica, que Jon Lee hizo con José Hernández, ha sido un éxito en receptores más audiovisuales. El californiano sostuvo que las redes sociales de hoy son un buen insumo. Demarcó que “ojalá TikTok no sea el camino, pero no hay que excluirlo del todo”. Su visión es resistencia. Su trabajo arduo, de zapatos gastados y comprometido con las audiencias está al otro extremo de la gratificación inmediata de los videítos virales de hoy. Jon Lee prefiere usar todos los sentidos para hacer periodismo. Nos recalcó que por una pantalla no se huele ni una persona, ni un pueblo, ni una ciudad. Que las manos del otro y sus callos no se sienten. Que el enfoque de un video no te deja ver más allá, que una escena vista de manera presencial no es remplazable por lo que diga una IA o lo que transmita el último iPhone. En definitiva, que el periodismo sin pandemia es o es presencial.

Son personas, no personajes

La necesidad de estar en el sitio de los hechos debe sumarse con una dignidad a prueba de todo para con la fuente humana que se trabaje. Lo extraordinario del periodismo es que no tiene estratos sociales. Las fuentes son personas y se deben tratar por igual así “vivan en The Hamptons, una de las zonas de millonarios en Nueva York, Cúcuta, Haití o Nueva Orleans”. Jon Lee recordó dos personas cuyas historias individuales se volvieron un perfil para explicar hecatombes globales. La primera fue el huracán Katrina de 2005. El reportero llegó, Nueva Orleans estaba bajo el agua. Indagó y encontró la historia de vida de Lionel Petri. Este afroamericano le habló a Jon Lee porque se dirigió a él con tono digno y de respeto. Lionel y su familia son víctimas del huracán y del racismo, y el tacto de Anderson no revictimizó, dignificó. Su actuar le permitió conocer el temor y los siglos de asesinatos por color de piel que perviven en la zona, aun, en medio de una catástrofe como Katrina. Igual le pasó cinco años después, pero en Puerto Príncipe, Haití. Un terremoto quiso borrar la población el 12 de enero de 2010. Los datos dicen que tuvo 7,0 de magnitud y 12 km de profundidad, pero no sirven de nada sin la voz de Nadia Françoise. Él la vio porque viajó a la zona. La escena real tenía a una mujer que caminaba erguida y casi altiva en medio de la devastación. Tenía hambre. Buscaba comida para ella y los suyos, pero no en posición hincada de mendicidad. Jon Lee, respetuoso y veterano, se acercó de a poco. Logró su confianza y pudo contribuir para que obtuvieran alimentos de un banco de apoyo, pero más allá de eso, se ganó la posibilidad de escuchar una historia única, que por bella y estética, no deja de ser profunda y cruda. Eso, eso es periodismo.

Al taller se filtró una banda sonora, el canto de Pablo Milanés. Justo afuera del Aula de música, donde estábamos volviéndonos mafiosos del periodismo con el capo Jon Lee, se proyectaba el documental: “Para vivir: el implacable tiempo de Pablo Milanés”, dirigido por el cubano Fabien Pisani. Las canciones entraron cada vez que la puerta se abrió. Y Cuba, donde Jon Lee vivió sus años, tuvo todo que ver con las siguientes enseñanzas que nos legó. Al radicarse un tiempo en la isla, mejoró su español. Sus editores, más tarde, lo convencieron de que hiciera un perfil sobre el rey Juan Carlos I. Ni él mismo sabía “¿qué carajos hace un reportero de guerra escribiendo sobre un monarca?” A regañadientes, aceptó. Nueva lección: no siempre hay que escribir sobre lo que nos gusta. Se preparó. Dejó de esquivar balas en terreno y leyó toneladas sobre linajes, casas de dinastías reales, Borbones y demás asuntos medievales de coronas y palacios. Nos confió que ensayó verbalmente el protocolo para hablarle al rey. Cuando lo tuvo de frente, conversaron. Jon Lee hizo de la forma “su majestad” una muletilla, la usó al inicio y final de cada frase. El rey le susurró una felicitación por ese español pulcro. Anderson aprovechó. Le cuchicheó que lo había aprendido en Cuba, que era el país al que “el presidente Aznar le impedía ir a su majestad” en ese momento. El rey le dio la razón. Jon Lee anotó. Siguió investigando y gracias a un periodista español, averiguó y confirmó que en momentos específicos en los que “su majestad” se desaparecía, estaba colonizando amores extramonárquicos. Jon Lee publicó las dos informaciones porque, ni rey ni periodista, le dijeron que eran off the record.

Hubo crisis en España. Primero porque los españoles tenían prohibido citar en texto al rey. Segundo, porque señalar un amorío de ese tipo era casi un crimen. En lo periodístico hay que decir que Jon Lee no es español, el rey no es su rey y la información obtenida nunca fue off the récord. No hubo violación de ningún código ético. La anécdota permitió que Jon Lee acentuara uno de sus mandamientos: “off the record es off the récord”. Yo, ahora, lo honro al chismosearles que nos regaló una anécdota exquisita del excéntrico Milei y sus perros muertos. Una colega argentina de La Nación le preguntó sobre el tema. Él se soltó en prosa. Escenificó todo como un director de cine. Incluso entregó descripciones detalladas de protagonistas y creó tensión dramática con clímax sostenido. Su teatralidad fue hipnótica. Todos estábamos lo que le sigue a atentos y tomamos notas. Él, al final, sentenció: “esto es off”. Nada que hacer.

En cuanto a los verificadores de datos afirmó que son más que relevantes. Asimismo, apuntó “que hay gente que no tiene el pellejo para ser periodista”. Mencionó, sin nombres, a sus amigos/colegas que por la cercanía que la profesión da a contextos jodidos, física y mentalmente, deben alejarse. Mientras que él no solo se para firme en su trabajo, sino que nos reveló su propia terapia: “escribiendo y hablando, uno se mantiene sanito”. Eso sí, ya con la confianza que dan cuatro horas viéndonos de cerca, se le salió el justiciero humano que lleva adentro, pero que mantiene a raya en sus escritos: “en mi carrera he compartido con gente que, creo en realidad, debería ser ejecutada para el bien de la tierra”. Nos explicó que toma sus notas en spanglish, que compartiendo una cerveza putea más de lo que se permite hacer en sus textos, aunque uno que otro fuck ha publicado en sus “décadas de chamba”. Nos invitó a defender la mafia periodística saliendo a la calle y metiéndonos “polvo en las uñas”.

No ad for you

Su español, en todo momento, se entendió con sabrosura caribe, porque sus dejos cubanos les dan cadencia a sus palabras. Al finalizar, me quedaron marcados un saber y una escena más. El primero es que eso de la mafia es genial, porque resignifica el contenido de la palabra que se ha usado para Al Capone y el mundo gansteril, los carteles de narcotráfico, trata y demás, los políticos, los reyes, los corruptos, en fin, los poderosos… y qué bueno que la fiscalización de esas mafias la hagamos desde la mafia periodística. Jon Lee, nuestro capo, ya nos inició. El camello ahora es nuestro.

La segunda nos obliga a viajar a 1957, fecha de su nacimiento, porque desde ahí, sin saberlo, se conectó con Gabo. La vaina es así. En el Bulevar Saint-Michel de Paris, García Márquez vio a Hemingway caminando con su esposa Mary Welsh. La realidad le ganó a la imaginación de Gabo, porque Mary, según él mismo narró: “era mucho más bajita de lo que yo me imaginaba, y muy muy rubia”. García Márquez pensó en acercársele al gigantesco Ernest Miller e invitarle un café. No se atrevió. No quiso “hacer el lagarto, el entrometido. Fue una cosa fugaz. E hice lo único que se me ocurrió. Le grité con la mano extendida: ‘¡Adiós, maestro!’ Y él, desde el otro lado, me vio y me contestó: ‘adiós, amigo’”. Nunca más se cruzaron. Eso sí, ese saludo de banqueta a banqueta fue en 1957.

No ad for you

Y yo nunca escribiré nada al nivel de Gabo, pero Jon Lee Anderson sí ha escrito al nivel de Hemingway. Así que revivo el código mafioso y me despido, por ahora, diciéndole: ¡Adiós, maestro!

Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

Por Farouk Caballero, especial para El Espectador

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.