La main harmonique: un concierto como debe ser

Reseña sobre la presentación de este ensamble vocal francés, realizada en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. La agrupación también visitó Leticia y Popayán como parte de la Temporada Nacional de Conciertos 2018 del Banco de la República.

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Alexander Klein*
25 de abril de 2018 - 02:48 a. m.
La main harmonique logró en la Sala de Conciertos de la Luis Ángel Arango exponer las bondades del contraste.    / Gabriel Rojas © Banco de la República
La main harmonique logró en la Sala de Conciertos de la Luis Ángel Arango exponer las bondades del contraste. / Gabriel Rojas © Banco de la República
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En el mundo de la música, cuando uno pertenece a la audiencia y no al elenco de artistas, a veces es fácil pensar que llevar a cabo un concierto solo requiere pararse en el escenario y simplemente tocar o cantar. Después de todo, eso es precisamente lo que parecen hacer los artistas desde tiempos inmemorables. Pero la realidad, como siempre, es algo más compleja, y hace unos días una renombrada agrupación francesa dio toda una prueba de esto. Me refiero al ensamble vocal La main harmonique, conformado por cinco cantantes (Nadia Lavoyer, Judith Derouin, Frédéric Bétous, Guillaume Gutierrez, Romain Bockler) y dos instrumentistas (Étienne Floutier, Ulrik Gaston Larsen) que se presentaron en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango para presentar un programa de música antigua dominado por la figura de Claudio Monteverdi.

De la técnica de canto de los miembros de esta agrupación poco tengo que decir: los ataques, la respiración y el apoyo de cada cantante fueron verdaderamente impecables, eso sin contar el uso claro y certero de las consonantes, no obstante, un leve desliz en la primera obra del programa cuando cada cantante pronunció donde quiso la consonante final de la palabra magnificat siendo que esta debía sonar entre todos a un mismo tiempo. Dado que tropiezos como este son casi irrelevantes, especialmente si se corrigen en el resto del concierto como efectivamente lo hizo el ensamble, me concentraré en un aspecto clave que hizo que este concierto fuera todo un éxito y que no les haría mal a nuestros jóvenes intérpretes a la hora de preparar sus recitales: el principio del contraste para crear variedad en el programa.

Los miembros más atentos de la audiencia seguramente se dieron cuenta de que, a pesar de que el programa estaba conformado casi exclusivamente por obras de Monteverdi, cada una de ellas se presentó de manera distinta. Por ejemplo, si en una estaba todo el coro, en la siguiente solo se quedaban cantando dos o tres artistas. Y si en una cantaban estos dos o tres artistas, en la siguiente cantaba uno, o cantaban todos de nuevo, pero esta vez acompañados de la tiorba y la viola da gamba. Estos detalles, por más mínimos que parezcan, le dieron al concierto toda una sensación de variedad que francamente no existía en un programa casi monótono. Fue, entonces, toda una lección de cómo encontrarle contraste a una música que casi no lo tenía, y ese cómo consistió en variar el formato de cada obra. A este simple recurso se le agregó otro muy efectivo: los pequeños intermedios instrumentales que la agrupación situó en la segunda parte del programa. Esto no solo les permitió a los cantantes descansar sus voces y cuerpos (porque, recordemos, para el cantante su instrumento es todo su cuerpo), sino que, de nuevo, le agregó contraste a las catorce –lean bien: catorce– canciones de Monteverdi que dominaron el recital.

Dice un adagio popular, muchas veces descontextualizado, que la tradición nunca muere. Y en el caso de la música, una de esas tradiciones se llama contraste. Porque gracias a él, los artistas pueden tornar un programa monótono en un concierto exitoso, y eso es precisamente lo que La main harmonique logró en la Sala de Conciertos de la Luis Ángel Arango, recordándonos a todos que cuando de un concierto se trata, la planeación de su programa es casi tan importante como la propia calidad de su interpretación. Músicos jóvenes: ¡Tomen nota!

* Profesor de cátedra de la Universidad de los Andes.

 

Por Alexander Klein*

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