Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

“La mala hora”, los pasquines y la clandestinidad

Presentamos una reseña de “La mala hora” (1962), de Gabriel García Márquez.

María Cusco

31 de enero de 2021 - 01:00 p. m.
Reciente portada de "La mala hora", de Penguin Random House.
Foto: Archivo Particular
PUBLICIDAD

En La mala hora se presentan una serie de sucesos que atañen a un pueblo inmerso en contextos de violencia. La obra cuenta con una circularidad estructural: comienza con el padre Ángel y Trinidad, termina con el padre Ángel y Mina.

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

El comienzo y el final de la novela están atravesados por una conversación en la que se rodea el problema central que afecta al pueblo: la violencia. En ambos momentos se habla de unos papeles sobre los que hay alboroto en el pueblo. Se trata de escrituras, de realidades, de una novela que se transforma en tanto dichas escrituras afectan las vidas de los personajes.

“-Donde Margot Ramírez -dijo Trinidad, distraída, haciendo sonar los ratones muertos dentro de la caja-. Pero anoche hubo algo mejor que la serenata.

-¿Qúe fue?

-Pasquines -dijo Trinidad. Y soltó una risita nerviosa”.

En seguida de esta primera conversación, el foco de la novela nos lleva a la casa de César Montero. Es por la mañana y él está saliendo en mula, cuando ve un pasquín en la puerta. “Lo leyó sin desmontar. El agua había disuelto el color, pero el texto escrito a pincel, con burdas letras de imprenta, seguía siendo comprensible. César Montero arrimó la mula a la pared, arrancó el papel y lo rompió en pedazos” (García Márquez, 9), luego se encaminó hacia la casa de Pastor y apretó el gatillo. Es interesante que, así como en este suceso, en ningún momento leemos lo que está escrito en los pasquines, como si estos fueran una suerte de réplica de lo que pasa en el pueblo: no leemos los pasquines, pero sabemos a qué refieren, y los pasquines son el resultado de lo que todo el mundo -y nadie- sabe: “Es todo el pueblo y no es nadie”, escucharía el alcalde en voz de Casandra.

Podría señalarse que la multiplicidad de focalizaciones de la novela responde a la multiplicidad de relatos y realidades que se presentan, es decir, si bien las escrituras de los pasquines apuntan a humillar a los destinatarios poniendo en evidencia pública asuntos de su intimidad y su sexualidad, poniendo en voz de todos -de forma explícita- lo que ya está en voz de todos (siguiendo la idea de Casandra), estas también afectan y determinan el transcurrir del presente del pueblo, por lo que las focalizaciones demuestran un panorama de cómo la gente reacciona frente a lo que está pasando, y de este modo se vislumbra que hay un agobio latente en el pueblo.

Read more!

Por ejemplo, cuando el padre Ángel va donde la mujer del juez Arcadio y le insiste que debe casarse para estar segura y dar buen ejemplo al pueblo, ella responde: “Es mejor hacer las cosas francamente (...). Otros hacen lo mismo, pero con las luces apagadas. ¿Usted no ha leído los pasquines?”. En este sentido, la mujer del juez Arcadio pone en evidencia las realidades que revelan los pasquines: realidades en las que la moralidad que imparte la institucionalidad es desobedecida, y, por la escritura, esas desobediencias son reconocidas.

La mala hora puede leerse en clave metatextual en tanto que al interior de esta novela (un artefacto esbozado mediante el lenguaje), se dan una serie de situaciones que, a partir de la escritura (el lenguaje) transforman y ponen en evidencia las realidades del pueblo y las miradas que por sentado hay de ellas.

Read more!

Un aspecto importante que contribuye a este análisis es que hacia el final de la novela ya “nadie hablaba de los pasquines”, sino de unas hojas clandestinas por las que algunos se estaban yendo al monte, con las nuevas guerrillas. El interés central ya no eran lo pasquines sino las hojas clandestinas, no obstante, la violencia seguía envolviéndolo todo. Así como el diálogo del padre Ángel: ya no era con Trinidad, ahora era con Mina, pero las escrituras transgresoras y los hechos que propiciaban, seguían siendo el motivo, y la caja de ratones que aparece a lo largo de la novela, sigue ahí.

No ad for you

Por María Cusco

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.