Cansado de la violencia, el despilfarro, las peleas de perros, la discriminación, los vendedores ambulantes, el uribismo, la religión, el cambio climático, el antropocentrismo, Larry King, la corrupción, la pobreza, la desigualdad, la clonación, las tiranías, los programas televisivos de chistes, la extinción de animales, las películas de “rápido y furioso”, los libros de Plinio Apuleyo, los movimientos contra el control demográfico, el Facebook, la explotación petrolera, la basura espacial, el lenguaje inclusivo, la contaminación, el Baloto, las canciones de Tony Bennett, la sharia, las consultas anticorrupción, el reguetón, los genocidas, las Kardashian, la teoría de la evolución, las aventuras de Harry Potter, las propagandas navideñas, los pagos a plazos, los partidos políticos, los perros con botines, las películas de Tim Burton y un millón de cosas más, de repente, la gigantesca y hastiada mano de Dios apareció en medio del cielo de Nueva York un día soleado, llevando un dinosaurio que se debatía y lanzaba tarascazos con sus descomunales mandíbulas. Contra todo pronóstico, era un enorme tiranosaurio rex puesto en la Tierra para acabar de una buena vez con la humanidad; obviamente no venía solo; luego llegaron muchos más acompañados de tigres dientes de sable y dragones voladores, entre otras bestias feroces reales e imaginarias, hasta ese momento.
Esta vez no le importó destruir a la humanidad a plena luz, ni inventó un diluvio para ocultar su carácter arrogante y todopoderoso, ni ofreció una tierra prometida, ni anunció la segunda venida de Cristo, ni escenificó el apocalipsis como lo pintó san Juan. Simplemente se aburrió de ver una película durante 40.000 años con estos protagonistas de un imbécil casi absoluto, que ya estaban acabando hasta con el aire y el agua, y decidió optar por la solución final: preparó unas palomitas de maíz, puso en acción a sus mejores depredadores de todos los tiempos y se sentó con su familia a ver este nuevo espectáculo único en la historia para comenzar todo de nuevo.