Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

La memoria de Guillermo Cano y El Espectador


Este texto repasa la historia del hombre que dirigió El Espectador, desde su nacimiento e inicios en el periodismo hasta sus años al frente del periódico y su muerte, en 1986.


Jorge Cardona

11 de agosto de 2025 - 07:00 a. m.
PUBLICIDAD

Hace cien años nació Guillermo Cano Isaza y por esos días de agosto de 1925, en Colombia, las noticias plasmadas en El Espectador revelaban los coletazos de un debate en el Congreso por la propuesta del senador conservador Guillermo Valencia de revivir la pena de muerte. Lo rebatió el liberal antioqueño Antonio José Restrepo y, en memoria de los editoriales del fundador Fidel Cano contra esa misma figura, sus discursos tuvieron el respaldo del periódico. Entre los ecos de esas ruidosas sesiones legislativas vivió sus primeros días el segundo hijo de Gabriel Cano y Luz Isaza, con pocos meses en Bogotá para apoyar el traslado del diario desde Medellín en su año 38, en apoyo a su hermano y cuñado Luis Cano.

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

En esa atmósfera familiar vinculada al ejercicio cotidiano de la prensa creció Guillermo Cano y en el Gimnasio Moderno dejó las evidencias de su vocación. Fue jefe de redacción del periódico estudiantil El Aguilucho, antes de pasar a El Espectador, donde comandaban Darío Bautista, Guillermo Lanao y José Salgar, con el control del “bote” desde el cierre de 1943, cuando Alberto Galindo se fue a dirigir El Liberal para defender la obra de López Pumarejo. La instrucción de Gabriel Cano a sus alfiles fue precisa: “Enséñenle lo que ustedes ya saben y que se meta al barro recogiendo noticias, buscando chivas; no importa qué tan desagradables sean. Y que se unte de tinta aprendiendo a armar las páginas, a leer al revés. Y no lo elogien, regáñenlo”.

El aprendizaje empezó en los linotipos y terminó en una redacción de colosos. El único que escribía a máquina con diez dedos y desplegaba su liderazgo con su lápiz rojo era el Mono Salgar, pero como él, en la perspectiva del debutante todos fueron paradigmas. Felipe González Toledo, Rogelio Echavarría, Gonzalo González, Carlos Mahecha, Luis Elías Rodríguez, con el ejemplo vivo de su abordaje a las oficinas públicas, las comisarías de policía y los espectáculos artísticos. A la bitácora para entender el oficio, aunque por su cuenta, Guillermo Cano agregó el entusiasmo que causaban las corridas de toros. “Era un aprendiz de periodismo con alma de novillero”, escribió Salgar para describir al debutante que llegó a firmar como “Conchito”.

Read more!

Sus mayores le señalaron el destino y al cuarto año de crónicas, noticias de baranda y comentarios de la fiesta brava, fue designado secretario de Dirección y Redacción, con el deber de coordinar las páginas editoriales con la tutela de tres maestros: Luis Cano, “José Mar” y Eduardo Zalamea Borda. En 1948 asumió también la dirección del Magazín Dominical, que se lanzó en febrero como un impreso cultural de colección, pero en su décima edición tuvo que ceder sus páginas a los pormenores del viernes 9 de abril en Bogotá, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En adelante, nunca faltaron los censores de prensa y la estrategia implacable para romper los candados fue la prevalencia de la información sobre el comentario.

El sábado 6 de septiembre de 1952, una turba incendió las sedes de los periódicos El Tiempo y El Espectador, la sede de la Dirección Liberal y las casas de los dirigentes Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo. El periódico perdió su colección y demoró diez días en regresar. El miércoles 17, a través de una breve noticia en primera página, Guillermo Cano fue anunciado como timonel. Tenía 27 años y su reto fue enfrentar a los censores, empecinados en tachar editoriales, títulos, fotografías, caricaturas; todo lo que contara las verdades del orden público y la política. Después del “golpe de opinión” que puso en la Presidencia a Rojas Pinilla en 1953, la censura pasó a las Fuerzas Armadas, condicionadas por los prejuicios de la Guerra Fría.

Read more!

Por eso el deber del director de El Espectador fue defender la libertad de expresión. Con liderazgo desde la Comisión Nacional de Prensa, hasta que tuvo que ejercer en defensa propia para blindar a Primo Guerrero, corresponsal en Quibdó sancionado con 30 días de arresto por una publicación. A raíz de este suceso promovió el Fondo ProLibertad de Prensa para pagar las multas de los periodistas. Hasta que les llegó el turno a los grandes diarios. El Tiempo fue forzado al cierre en 1955 y El Espectador suspendió sus emisiones en el amanecer de 1956. En breve, en defensa del derecho de sus periodistas a ejercer sus deberes, surgió El Independiente, inicialmente con dirección de Lleras Camargo y después con el liderazgo de Guillermo Cano.

Desde el periodismo libre se consolidó la resistencia civil contra la dictadura y el 10 de mayo de 1957, en medio de un emotivo despertar para celebrar la caída de Rojas Pinilla, decenas de manifestantes acudieron al periódico a vitorear a la familia. Gabriel Cano fue paseado en hombros y sus hijos fueron testigos del reconocimiento a un periódico jugado por la libertad. Un año después retornó El Espectador y Guillermo Cano escribió el texto “El periodismo sitiado” para admitir que durante mucho tiempo se redactaron a diario dos periódicos, pero el mejor quedó en los escritorios de los censores. De retorno a la democracia, el propósito fue respaldar al gobierno liberal presidido por un aliado, Alberto Lleras Camargo.

Se promovió una exitosa campaña de alfabetización y también, con el ánimo de integrar los territorios en los que la insurgencia ya echaba raíces, se desarrolló en el periódico la serie “Los municipios olvidados del país”, con los rostros ocultos de la Colombia profunda. Más allá de los avances y retrocesos del modelo bipartidista del Frente Nacional, la línea fue mostrar a Colombia. Años después, cuando surgieron nuevos departamentos —Sucre, Cesar, Risaralda y Quindío—, las primeras cartografías circularon en el diario. La prioridad fue que en cada municipio se abriera un punto de venta del periódico con colaboradores. Una vía directa que permitió a Guillermo Cano reforzar una de sus principales virtudes: la de sagaz cazatalentos.

Así, en los más remotos parajes de la geografía encontró voces para dar a El Espectador una perspectiva de regiones; la misma apertura que dio a las páginas editoriales para convertirlas en un enclave de pluralismo. Alfonso Palacios, Fabio Lozano, Antonio Panesso y Alfonso Castillo, entre otros, mientras en los territorios de la redacción fue conformando su equipo de editores estratégicos. Iader Giraldo en política, después Álvaro García y finalmente el imprescindible Carlos Murcía, cuyo “Periscopio político” vendió incontables ediciones. En un país cada día más difícil, el editor judicial fue Luis de Castro, un reportero capaz de aliviar el peso diario de las malas noticias con una sobreabundancia natural de buen humor.

“El que se emputa se jode” fue la directriz en una redacción de colegas y amigos, el más ilustre de todos Gabriel García Márquez, quien aprendió la eficacia de la fórmula antes de convertirse en escritor. Cada sección fue una escuela, pero en la que siempre Guillermo Cano jugó de local fue en la deportiva. Allá empezó y terminó siempre su recorrido por la redacción y, junto al editor Mike Forero, creó la única gala del periódico: El Deportista del Año; el momento para premiar a los mejores, que en su criterio siempre fueron los deportistas. Cuando Mike Forero aceptó dirigir Coldeportes, lo sustituyó Rufino Acosta, otro guardián de las memorias del impreso reconocido por la sabia dirección de un colega periodista deportivo.

No ad for you

No alcanza el espacio de este escrito para recordar a todos los que pasaron por la vida profesional de Guillermo Cano y junto a él dejaron huella. Desde sus amigos Inés de Montaña y Manuel Drezner hasta los referenciados Héctor Osuna, Juan Gossaín, Consuelo Araújo, María Teresa Herrán, Fabio Castillo, Héctor Giraldo, María Jimena Duzán y Óscar Alarcón, entre otros, de distintas generaciones, pero por igual agradecidos con un mismo maestro. El director que, cuando cayó el telón del Frente Nacional y quedaron abiertas las ventanas para la insurgencia, el paramilitarismo y el narcotráfico, desplegó la directriz que distinguió al periódico desde entonces: la defensa de los derechos humanos sin medias tintas.

A finales de los años 70, una grave crisis financiera provocada por maniobras fraudulentas en la banca y el mercado bursátil sacudió el ahorro privado. A pesar del bloqueo publicitario por revelar las minucias del escándalo, El Espectador se situó en el lugar correcto de la historia y defendió a los ahorradores. El periódico vio recortadas sus finanzas, pero la sociedad entendió los riesgos del periodismo libre ante el poder económico. Después llegó el destape del narcotráfico y el deber de Guillermo Cano transmitido a la redacción fue defender a los jueces. Sin temor para aclarar al país que detrás del MAS, Los Extraditables y demás chapas de la violencia y la guerra sucia había magistrados y funcionarios con el deber de proteger.

No ad for you

La paradoja es que a este pacífico defensor de los periodistas, ahorradores, campesinos y jueces lo asesinaron inerme e indefenso cuando salía del periódico, la noche del miércoles 17 de diciembre de 1986. Pero no es de su muerte violenta a manos del narcotráfico de lo que corresponde ahondar en este escrito. Este 12 de agosto de 2025 se celebra el centenario del milagro de su vida, y el consenso es que la suya fue un contundente ejemplo de periodismo valiente. Los tesoros de su existencia los guarda con amor e intimidad su familia, enmarcados en las simplezas de la vida, las navidades, los viajes, las pasiones del fútbol y los interminables recuerdos de un padre, hermano, esposo y abuelo que sonríe desde la eternidad.

Por Jorge Cardona

Editor general de El Espectador desde 2005. Previamente fue jefe de redacción, editor de la Unidad de Paz, así como editor y redactor judicial. En 2006 recibió la distinción a un Editor, concedida por la Fundación Gabo, y en 2020 premio a Vida y Obra del Premio Simón Bolívar. Catedrático universitario desde hace 30 años.jecardona@elespectador.com
Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.