
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿mi nombre qué letras tiene?
¿acaso es el quien en pie me mantiene?
alguien por favor me encuentre
alguien que me represente futuro, pasado y presente.
Fragmento de Mi eje, por Fémina.
Caminamos en subida desde que entramos en la reserva natural. No nos conté, pero creo que éramos un grupo de veinte personas. Subimos por un camino de piedras hasta los 3.100 metros de altura sobre el nivel del mar. Según Héctor, nuestro guía de lujo, estábamos en un sub-páramo: dijo que solo cinco países del mundo tienen páramos y que Colombia cuenta con el 50% del total, con más de 40 especies de frailejones. Hacía un frío importante pero el abrigo, el sol, la subida y la emoción, hicieron que no se sintiera tanto.
Lo primero que vi al llegar hasta la laguna fue su forma circular tan perfecta, conteniendo toda esa agua verde esmeralda. Mientras sacábamos la foto, Héctor nos contaba que existen varias teorías respecto a cómo se gestó el lugar: algunos dicen que fue un meteorito, otros dicen que es un volcán y hasta hablan de extraterrestres; pero la misma naturaleza lo desmiente. El análisis del terreno reveló que la roca es caliza y que se desmorona de a poco con el agua dulce de la laguna.
El paisaje me hipnotizó. La brisa soplaba la superficie del agua, generando pequeñas olitas que parecían pliegues. Al verlas, recordé las manos de mi abuela y pensé que, tal vez, esos pliegues eran las arrugas del agua, esas que encierran el secreto de todos los años de historia y mística.
Los muiscas defienden la idea del nombre adquirido, no impuesto, y pienso en Guatavita como el nombre que define la esencia de este lugar: “guatavita” como el gobernante, como el sabio, el ancestro. Adriana, mujer muisca a quien conocí unos meses atrás, me dirá: “Me pienso como me siento y siento que lo que nací siendo será aquello que trascenderá por todos los tiempos”. Llegar al lugar en donde nace lo sagrado es hallar lo que debe permanecer.
II
Muchos creen que el chibcha es el idioma muisca, pero no. Ellos hablaban en muiscumun, rama perteneciente al chibcha. Hoy es una lengua muerta; sin embargo, muchas de las palabras en muiscumun forman parte de la lengua cotidiana en Colombia. Por ejemplo, la gente utiliza la palabra guache pero con un significado diferente: antes, se llamaba guache al protector; hoy, guache es el abusivo, el grosero.
Pienso en la gran diferencia que hay entre estos significados y la conecto enseguida con la concepción de la mujer. El principio creador de los muiscas dice: “La vida se origina en el pensamiento antes de que cualquier otra cosa se pueda manifestar. Por eso, debemos tener cuidado con nuestro pensamiento. Si pensamos con amor, seremos creadores de un sueño con verdad que se integre con la fuerza creadora que rige este mundo, ¿eres dueño de tus pensamientos?”
La palabra guache, ayer y hoy, hace referencia al hombre como figura de poder; pero, ¿cuándo fue que ese poder pasó de ser protector a ser abusivo? Repito las palabras y nos pregunto, ¿somos dueños de nuestros pensamientos?
III
A pesar de la muerte de su lengua, la cultura muisca sigue estando viva. Se me ocurrió preguntarle a Adriana desde cuándo había decidido ser parte y ella respondió: “He sido parte de la comunidad desde siempre: mis ancestros, mis abuelos han sido muiscas… de los muiscas descienden los colombianos. Traigo en la sangre mis raíces: tengo la memoria grabada en el alma y en el corazón. No me hice, ya era y soy desde siempre”.
Además de su gente, la cultura subsiste en las piezas de tumbaga que se encontraron sobre la superficie de la laguna: los muiscas no las escondieron ni enterraron, las depositaron con cuidado. Para ellos, el agua representa el espíritu femenino: todo lo que fue extraído luego de la laguna, lo soltaron como una ofrenda.
Los muiscas dijeron: “La laguna no tiene profundidad, se parece a nuestro cuerpo.” Lo corporal es superficial, se debe honrar y respetar el espíritu: lo femenino, encarnado en la tierra y el agua; lo masculino, encarnado en el aire y el fuego. El espacio fecundo y creador compenetrado con el soplo de vida que arde latente. Esta concepción tan armónica del universo masculino y femenino, también hace ruido en Adriana: “La mujer tiene un papel muy importante en la cultura muisca. Es respetada como ser humano en su totalidad de derechos, en igualdad de opinión y decisión. Así como el hombre es valorado no solo por sus capacidades físicas, sino también por su capacidad de sentir amor y de manifestar su vulnerabilidad sin sentirse avergonzado”.
IV
Durante mucho tiempo, se creyó que existía una ciudad de oro oculta debajo de una de las lagunas sagradas. Por eso, muchos exploradores viajaron a Colombia en busca de El Dorado: Guatavita fue una de las lagunas que más sufrió los saqueos y excavaciones. Hicieron un boquete, intentaron drenar el agua, pero lo único que encontraron fueron las piezas de tumbaga que, al ser amalgamas de 1/3 oro y 2/3 cobre, no justificaron los grandes gastos de viaje y logística. Al cabo de varios viajes, los saqueadores dejaron de pensar en El Dorado como leyenda y empezaron a verlo como una maldición. La codicia los había dejado en la ruina.
Gracias a Héctor, entendí que esta leyenda nació de la tradición que tenían los muiscas para elegir a su nuevo cacique. Nos explicó que, al ser una cultura matrilineal, no era el hijo del cacique actual quien lo sucedía en el mando; sino el sobrino o el hijo de una prima, en caso de no tener hermanas.
El proceso comenzaba desde la gestación: en el vientre de la madre, el niño captaba las sensaciones, emociones y deseos que habría de heredar de su madre al ser transmitidos genéticamente. Al nacer, el nuevo cacique pasaba los primeros siete años con la madre, que le enseñaba lo que ellos denominaban como “tareas blandas”: tejer, cultivar, cocinar, hablar. Durante los otros siete años, sería criado por el padre en “tareas fuertes”: cazar y construir. A sus catorce años, los chiquis (o sacerdotes solares) lo llevaban al bosque, en donde pasaba nueve años de su vida viviendo en una cueva, en el vientre de la tierra. Un año por cada mes de gestación, ¿para qué? Para aprender a controlar ese elemento masculino, ese fuego primitivo que se manifestaba de tres formas diferentes: fuego mente, fuego corazón y fuego pasión. Durante casi una década, este nuevo cacique dedicaba su vida a meditar durante el día, pudiendo salir únicamente en la noche, teniendo de amigos a los chiquis, los únicos autorizados a visitarlo, para transmitirle sabiduría y ayudarlo a madurar en ese camino del dominio propio.
El aprendizaje era espinoso y exigente: el futuro cacique no solo debía aprender a controlar sus emociones, sino también sus pasiones. Y claro, como toda prueba, sería necesario establecer un desafío para medir su aprendizaje: al salir, lo volverían a encerrar; pero esta vez no sería en una cueva oscura y solitaria, sino en la choza ceremonial del fuego, junto a cinco o seis de las mujeres más agraciadas. Por si fuera poco, este dominio del fuego pasión sería sometido a la desnudez, tanto de ellas como del futuro cacique.
La prueba apelaba al control absoluto: si alguna de esas mujeres llegaba a juzgar su mirada, aunque sea de reojo, como un acto de debilidad, el futuro gobernante perdería aquello que honraba sus años de sabiduría en la cueva. Y no hablo del orgullo, sino del pelo: también llamado la raíz, símbolo de fuerza que sostiene espiritualmente. Entre más largo es el pelo, mayor es el rango de jerarquía.
Según dicen, ninguno de los gobernantes mostró debilidad en aquella prueba. Todos salieron con el pelo largo y entero a los tres días de estar encerrados con un grupo de mujeres desnudas que tenían la tarea de seducirlos con danzas.
Entonces, cuando el nuevo cacique pasaba la prueba, se convertía en merecedor del ritual de consagración. Antes del amanecer, lo cubrían con cera de frailejón y miel de abejas, para después espolvorearlo con polvo de oro. Le ponían todo tipo de joyas (pechera, brazalete, nariguera) y lo subían a una balsa, también cubierta de polvo de oro y piedras. Mientras avanzaba hasta el centro de la laguna, podían ver cómo el amanecer le llegaba, despuntando en el sol que lo bautizaría con sus primeros rayos, otorgándole la bendición para el nuevo mandato.
Y era cuando el nuevo cacique levantaba la corona entre las manos y la elevaba, aceptando y recibiendo la fuerza, como hijo y semilla del sol. Se despojaba lentamente de todas las joyas y divinizaba su fecundación entrando en el agua, donde lo masculino y lo femenino se entrelazaban. Su nacimiento como nuevo líder se consagraba al salir de la laguna y llegar a la orilla, en donde lo esperaba la que sería su compañera.
V
Esa compañera también fue criada en una cueva y también fue preparada para aprender de sus fuegos. Sin embargo, no pasará tanto tiempo encerrada: los muiscas creen que las mujeres pueden dominarlos mucho más rápido que los hombres. Esa admiración por el espíritu femenino se siente en el principio muisca que dice: “Educar en la verdad es una tarea que va más allá del solo hecho de alimentar. Como el cuerpo necesita alimentos, así también el espíritu necesita orientación. La nueva generación debe crecer con orgullo de lo que se es y se tiene. Sentirse orgulloso de la madre tierra perpetuará nuestro pensamiento a nuevas generaciones.”
Recuerdo haber visto un árbol cortado al salir del parque. A simple vista, pude contar varios anillos. Los pienso como aquellas generaciones y vuelvo, como siempre, al tema de la memoria: a veces siento que el tiempo cae una y otra vez en el mismo formato, como si la información fuera obligada a convivir en un mismo plano; aturdiendo la mente en una acumulación de recuerdos, en donde todo se pisa indiscriminadamente, generando un estado mental acumulativo de superposiciones constantes, muy cercano al olvido. Entonces, será la tradición o aquello construido desde lo que fue, lo que cimiente los factores naturales que equilibren la memoria: el orden de lo que pasó, un anillo después de otro, las causas y las consecuencias.
Y así como una lengua nace y muere o como un árbol crece y es talado, empezar a ver lo efímero de las cosas: Guatavita como raíz de nuevas generaciones y como despojo de violentos saqueos ajenos, las enseñanzas de la cultura muisca como germen de la colombiana y como negación en el presente. Nacimiento y destrucción en un fluir constante, pulsando como la respiración del mundo.
La memoria como la permanencia sobre la renovación del ciclo y su veracidad como nuestra propia percepción de los hechos: recuerdos construidos como esos pliegues sobre el agua mansa.
Antes de entrar en la reserva, saludé al vigilante preguntándole cómo estaba y pienso ahora en su respuesta: “Siempre trato de esforzarme en sentirme bien, porque todo lo que ven mis ojos aquí es una maravilla”. Al salir del parque, recordé sus palabras como el tesoro de quien sabe custodiar la esencia de una memoria ancestral.
***
Dedico esta crónica a Jonan. Este fue el último viaje que hicimos juntos. Al parecer, las cosas no pudieron ser de otra forma: todos los inicios y los finales, así como los nacimientos y las muertes, deben celebrarse en lugares sagrados.