Bong Joon- Ho nos presenta a la humilde familia Kim que vive en un barrio mísero en una ciudad asiática, pero que nos recuerda muy bien a las comunas de Medellín, a Altos de La Estancia en Ciudad Bolívar, o al barrio San Germán en el parque Entre Nubes de Usme.
Es universal esta película porque lo que sucede en ella es de carácter universal. La familia Kim, unida en su miseria, lucha de todas las maneras para salir adelante. Con truquitos luchan contra el hambre, con audacias luchan para tener conexión a internet para no ahogarse en las inundaciones de su barrio. Así como muchas familias pobres, los Kim se emplean en una familia muy adinerada, con una gran casa. Poco a poco, Bong Joon- Ho nos va mostrando con total humanidad de qué se trata ser pobre, ser el marginado.
Se trata del olor. Se trata de los silencios, de las humillaciones. Se trata de soportar hambre y muchas veces soportarla en silencio. Pero también hay humanidad en su retrato. Los pobres para Boon Ho no son cifras, no son “pobrecitos”, no son utilidad de fotografía, no son likes. Los pobres para Boon Ho son humanos, somos nosotros. Él nos pone a su altura y nos muestra el verdadero reflejo, la verdadera magia, de la mejor película de la última década.
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Porque nosotros somos los parásitos. Como lo es Edy Fonseca encerrada un mes sin ver a su familia, secuestrada en el barrio más costoso de Bogotá (Rosales) donde dormía en un sofá viejo y era alimentada con $15 mil. Ella es un parásito para este sistema, así como lo es Don Helber encerrado en una fría bodega por un mes, protegiendo con su vida y su dignidad el capital de otro ser humano. Como lo son los millones de desplazados de Venezuela, que caminan nuestro país, echados del suyo por la dictadura de un déspota. Como lo era George Floyd ahogado por la policía en Minneapolis, o como lo era Dilan Cruz, o los miles de niños y niñas ahogados en el Mediterráneo todos los años. Somos parásitos. Somos la mayoría en esta fría y triste cadena de errores, de abusos y de inhumanidad.
Es difícil argumentarle a las personas más privilegiadas del mundo que renunciar a sus privilegios traerá mayor bienestar para él o ella. Ese, para ellos, siempre será un concepto abstracto: mayor seguridad para que puedan vivir en paz, algo de ética, algo de bondad, quizás, culpabilidad. Pero, ¿son estos argumentos suficientes? No lo creo. Lo abstracto es lejano y los grandes cambios sociales siempre se han dado por lo concreto, por lo material, no por lo abstracto, tristemente.
Vivimos en sociedades que no nos tratan como ciudadanos, como humanos, como el elemento fundamental de las mismas, sino como parásitos. Somos parásitos. Así está construida la sociedad. Pero si todos somos parásitos, ¿de quién o qué somos parásitos? Bong Joon- Ho parece dejar la clave a esta pregunta al final de su película. Con la ambigüedad de un gran artista y la claridad de un humanista, nos termina devolviendo la respuesta en una pregunta: ¿y si los parásitos no fuéramos nosotros?
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