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La Morada Rosada

Una casona situada en el corazón de la vieja ciudad, levantada hace tal vez 300 años, semiabandonada hace décadas, adquirida y en plena recuperación por una mujer de aire frágil y voluntad indoblegable: tal es, en síntesis, la historia de la Morada Rosada.

Leopoldo Pinzón
14 de abril de 2022 - 02:00 a. m.
Lina María Restrepo, propietaria de la Morada Rosada, es administradora de empresas y trabaja en la industria del cultivo y exportación de flores.
Lina María Restrepo, propietaria de la Morada Rosada, es administradora de empresas y trabaja en la industria del cultivo y exportación de flores.

La lenta fachada, de al menos 40 metros de largo, con balcones a la altura de un segundo piso, pintada de rosa alguna vez, roída y descascarada por el desamparo, da sobre la estrecha Calle de las Trampas: vía emblemática del casco histórico de Honda (“la Villa de San Bartolomé”, en tiempo virreinales), a orillas del Magdalena.

Un notorio pendón interrumpe la fachada. Anuncia una exposición de artes plásticas: “Retornar para sobrevivir”. Aunque se refiere a la presencia de 23 jóvenes pintores, escultores y exponentes de las diversas tendencias contemporáneas, parecería una exclamación de la vieja casona, que retorna precisamente para sobrevivir, ahora como sede de una intensa y variada vida cultural: la Morada Rosada.

Lina

Pequeña, delgada, amable, apasionada, de fácil sonrisa y sólidos conceptos, Lina María Restrepo es la propietaria de la Morada Rosada. Graduada en administración de empresas en la Universidad Sergio Arboleda, a sus 47 años es una alta ejecutiva en la industria del cultivo y exportación de flores. Sin embargo, sería erróneo suponer que su mundo personal se circunscribe a ese ámbito.

Fue la hija perfecta, la estudiante perfecta, la empleada perfecta, la profesional rigurosa, incluso excesivamente exigente y perfeccionista, pero dentro de ese modelo habitó desde muy joven alguien que dudaba de él, alguien que se preguntaba quién era en realidad, cuál su vocación, cuál el auténtico horizonte de su vida. Encontró la respuesta a esas preguntas allí donde fue a buscarlas a lo largo de un año: en India y en Tailandia, en el budismo y el hinduismo, en los prodigios de la naturaleza, en una especie de sincretismo personal en el que apoya su conducta. Una sugerencia de amor la llevó a Honda.

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Decidida a encontrar un lugar en el cual poner en práctica su ya definitiva intención de vida lenta, que permita la vinculación cierta con el otro, ajena a la sociedad obsesiva y frenética de nuestro tiempo; un lugar acogedor, abierto a otros, propicio al autorreconocimiento, a la búsqueda de la tradición, de las formas de vida armónicas con la naturaleza; decidida a encontrar ese lugar, buscó primero en la Santa Marta colonial. Un día comunicó su frustración a su pareja de entonces, un conocido actor de la televisión colombiana. “Me dijo: ‘por qué no buscas en Honda?’ Dicho y hecho. Pronto encontré lo que estaba buscando: esta casa”.

Por los siglos…

Un especialista en la materia, el historiador Tiberio Murcia, afirma que, por su estructura y sus dimensiones (alrededor de 800 metros cuadrados: puestos en fila, no menos de 20 apartamentos según la oferta actual en Bogotá), la casa debió pertenecer a alguien muy relevante en los tiempos del Virreinato. Su construcción se remonta, probablemente, a las últimas décadas del siglo XVII: 1670, 1680…

Cuando Lina pudo adquirirla, la casona había cambiado. Sus propietarios del siglo XIX le habían incorporado elementos de la época: pisos de baldosas con diseños característicos, un quiosco de estilo Art Noveau, etc. Navegaba, entonces, entre lo colonial y lo republicano. Pero rumbo al naufragio. Recuperarla, aun en ese punto de épocas mezcladas, ha sido una esforzada labor, todavía incompleta. Sin embargo, la voluntad de Lina ha conseguido habilitarla para que cumpla los objetivos soñados: sala de exposiciones, residencia temporal de artistas e investigadores culturales, taller de artesanías, centro de recuperación de oficios tradicionales, escenario de biodanza…

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El resurgir

Durante sus muchos viajes, en la tarea de la restauración (y en la tarea secreta de apropiarse de Honda y de su río insignia), Lina visitó el Museo del Río Magdalena, un lugar esencial de la ciudad. Allí estableció amistad con Germán Ferro, director y curador del museo, hombre de constantes y trascendentes iniciativas. De esa amistad surgió la idea de una sinergia entre museo y morada, cuyo primer resultado fue la exposición con la cual volvió a la vida, y a la vida cultural, la antigua casona. Retornar para sobrevivir: estableciendo un diálogo, si se quiere dialéctico, entre antigüedad y vanguardia, fueron convocados 23 artistas plásticos, 10 de ellos de la región, de entre 25 y 35 años. Sus expresiones estéticas, variadas, renovadoras, provocadoras y conceptuales habitan los espacios antes desolados, conviven con los pisos ahora relucientes, se apropian de los muros de piedra y se asoman a la curiosidad de los balcones. La exposición estará abierta hasta el 26 de abril.

Al mismo tiempo ha establecido la primera residencia en la morada Vanessa Nieto, cuya obra se sitúa entre la vanguardia y la poesía: realiza una investigación sobre las lavanderas, cuyo oficio ha consistido, por siglos, en limpiar líos de ropa de personas…

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El color rosa

La Morada Rosada: al principio, el color fastidió a Lina. “¿Por qué?”, -le preguntó una amiga: es un color muy femenino”. Lina, feminista sin fanatismos, comprendió que esa era precisamente la personalidad que adivinaba en la casa: acogedora, cálida, cómplice, estimulante, esperanzadora y, en síntesis, femenina. Apropiada para una morada que regresa del pasado para permanecer.

Por Leopoldo Pinzón

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