La moral y el existencialismo en “La Metamorfosis” de Franz Kafka
Presentamos un acercamiento de varios conceptos existencialistas en “La metamorfosis”, una de las novelas más recordadas de Franz Kafka.
Andrés Osorio Guillott
Considerada como una de las obras más representativas del existencialismo y como una de las más importantes del siglo XX, La metamorfosis de Kafka representa esa idea de soledad y emancipación del sujeto tras no sentirse cómodo o acorde a la sociedad en la cual vive. Gregorio Samsa, personaje principal de la novela, es un hombre de familia que se encarga de sostener económicamente a su familia y en especial a su hermana. Tras una noche que va a condicionar el resto de la historia, Samsa resulta convertido en un insecto. nLa falta de comunicación y el repudio por los espacios luminosos y limpios, llevan a deshumanizar al personaje de Samsa al punto que condición se pierde por completo y este termina apartándose de su familia y en general de cualquier rastro que lo lleve a interactuar con otro ser humano. Así, Samsa termina en un estado marginal donde su existencia ha perdido todo sentido y los días se convierten en un estado constante de angustia y desconsuelo por la vida, tanto así, que independientemente del daño que le causó un pedazo de manzana podrida en su cuerpo, Samsa terminó muerto por su decisión de abandonar toda esperanza por recobrar el significado de su existencia y en sí de su subjetividad.
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Considerada como una de las obras más representativas del existencialismo y como una de las más importantes del siglo XX, La metamorfosis de Kafka representa esa idea de soledad y emancipación del sujeto tras no sentirse cómodo o acorde a la sociedad en la cual vive. Gregorio Samsa, personaje principal de la novela, es un hombre de familia que se encarga de sostener económicamente a su familia y en especial a su hermana. Tras una noche que va a condicionar el resto de la historia, Samsa resulta convertido en un insecto. nLa falta de comunicación y el repudio por los espacios luminosos y limpios, llevan a deshumanizar al personaje de Samsa al punto que condición se pierde por completo y este termina apartándose de su familia y en general de cualquier rastro que lo lleve a interactuar con otro ser humano. Así, Samsa termina en un estado marginal donde su existencia ha perdido todo sentido y los días se convierten en un estado constante de angustia y desconsuelo por la vida, tanto así, que independientemente del daño que le causó un pedazo de manzana podrida en su cuerpo, Samsa terminó muerto por su decisión de abandonar toda esperanza por recobrar el significado de su existencia y en sí de su subjetividad.
En 1915 cuando la obra fue publicada, Europa estaba sumergida en una crisis social y política pues estaba en el auge de la primera guerra mundial la cual no solo representaba una amenaza para naciones como Alemania, Austria, Francia, entre otras que estaban en conflicto sino que también se empezaba a prever una crisis del individuo por demostrar su intención de apartarse y de construirse a partir de sí mismo y no de factores sociales.
Así, la lucha ideológica que empezaba a formarse en occidente entre el nacionalismo y el socialismo empezó a generar una tensión que llevaba a la sociedad europea a excluirse los unos a los otros. Esta situación llevó a los intelectuales de la época a hablar de una sociedad alienada por las tendencias políticas y de una gran cantidad de individuos que al verse forzados a pertenecer a alguna corriente, decidían apartarse de todo tipo de discursos y empezaban a conformar un ideal de soledad que poco a poco los llevaría a replantear su papel en el mundo.
Al principio de La Metamorfosis empezamos a encontrar, entonces algunas nociones de angustia y de responsabilidad que, desde Soren Kierkegaard y Jean Paul Sartre, filósofos existencialistas, le dan sentido al relato de Gregorio Samsa, personaje central de la novela:
“Estoy atontado de tanto madrugar – se dijo -. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fonda para anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cómodamente sentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente, sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuese por mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a ver al director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mensa, ésa sobre la que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, como es sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza. En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres – unos cinco o seis años todavía-, me va a oír”.
Allí podemos encontrar cuatro categorías: la primera entendida como la angustia; la segunda entendida como responsabilidad, pues la acción de trabajar compromete también el bienestar de la familia y, por ende, la libertad de Samsa se vincula al cumplimiento de ayudar económicamente en su casa; la tercera está dada por la intencionalidad del personaje por reconocer su estado actual y darse cuenta de la desigualdad de trato entre el jefe y él y, por otra parte, en su pretensión de culminar la deuda de sus padres. Y, por último, la cuarta categoría sería la temporalidad, pues el personaje en este espacio habla desde su cotidianidad para describir la manera en que ese “ahora” afecta de alguna manera su subjetividad en tanto que su presente está rodeado por una constante sensación del tedio y el absurdo.
“Todo estaba silencioso, pese a que, con toda seguridad, la casa no estaba vacía. <<¡Qué vida tan tranquila lleva mi familia!>>, pensó Gregorio. Mientras su mirada se perdía en las sombras, se sintió orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y a su hermana tan sosegada existencia, en un hogar tan acogedor. De pronto pensó con terror que aquella tranquilidad, aquel bienestar y aquella alegría iban a terminar”.
Su posible pérdida de la condición humana representa la negación y el absurdo del personaje frente a sus capacidades como ser racional y como persona que posee una serie de responsabilidades de índole social y económica. Así, la negación deriva entonces en una angustia que desde el existencialismo sartreano es visto como: “El existencialista suele declarar que el hombre es angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad”.
“…Hasta la mañana no entraría ya seguramente nadie a ver a Gregorio: tenía tiempo de sobra para pensar, sin temor a ser importunado, en su futuro. Pero aquella habitación fría y de techo alto, en donde había de permanecer echado de bruces, le dio miedo; no entendía por qué, pues era la suya, la habitación en que vivía desde hace cinco años. (…) Así permaneció toda la noche, sumido en un duermevela del que le despertaba con sobresalgo el hambre, y sacudido por preocupaciones y esperanzas no muy concretas, pero cuya conclusión era siempre la necesidad de tener calma y paciencia y de hacer lo posible para que su familia se hiciese cargo de la situación y no sufriera más de lo necesario”.
Si hablamos de angustia y de su relación con la subjetividad, hablamos de la manera en que intenta proyectarse y retomar su condición humana, haciéndose creer que con paciencia retomará su figura y su futuro no se va a ver afectado por su forma y su transformación. Aunque su nueva forma represente un animal no racional, sucede que a lo largo de la obra el personaje sigue consciente de su situación y evalúa constantemente la manera en que se moviliza y la manera en que no afecta la relación con su familia. Estos momentos de introspección y de análisis nos remiten entonces a la subjetividad que Sartre menciona en el existencialismo, pues a partir de dicha categoría es que el individuo es capaz de reconocerse dentro de un entorno y a su vez es capaz de entender que posee una libertad y que además de ello, posee una responsabilidad para que tanto su subjetividad como la de los otros no sean consecuencias de actos malévolos y reprochables para el porvenir de una comunidad.
“El tiempo es algo en lo que se puede fijar arbitrariamente un punto que es un ahora, de tal manera que en la relación con dos puntos temporales siempre se puede decir que uno es anterior y otro posterior. A este respecto ningún ahora puntual del tiempo se distingue de cualquier otro. Cada punto, como un ahora, es el posible antes de un después; y como después, es el después de un antes. (…) Sólo en tanto el tiempo está constituido homogéneamente puede ser medido. El tiempo es así un desenrollar, cuyos estadios guardan entre sí la relación de un antes y un después. Cualquier anterioridad y posterioridad puede determinarse a partir de un ahora, que en sí mismo es arbitrario. (...) No encontramos al ser-ahí mayormente en la cotidianidad. Ahora bien, la cotidianidad sólo puede entenderse como la temporalidad determinada que huye del futuro genuino, si se confronta con el tiempo propio del ser futuro del haber sido. Lo que el ser-ahí dice del tiempo, lo dice desde la cotidianidad. El ser-ahí, anclado en su presente, dice: el pasado es lo que fue, es irrecuperable. Éste es el pasado del presente de la vida cotidiana, que se demora en el presente de sus trajines. Por ello el ser-ahí, como presente así determinado, no ve lo pasado”, afirmó Martin Heidegger en El concepto de tiempo.
Desde la noción que nos ofrece el filósofo alemán podemos ver que el “ser-ahí“ se enunciaba desde la cotidianidad, pues de nuevo en este momento vemos cómo el personaje se enfrenta a su presente, teniendo en cuenta que reflexiona sobre el tiempo que lleva viviendo en esa habitación. De manera que a partir de esa temporalidad, Gregorio Samsa se sitúa en un momento de desasosiego que es producto de la extrañeza de su metamorfosis y de cómo esta afecta su espacio y noción de vida. Así, es a partir de ese instante en que se reconoce como un ser diferente y por ende se presenta aquí el lugar de enunciación mediante la categoría de la temporalidad.
La categoría de la muerte, no entendida como la idea del suicidio que planteó el filósofos francés, Albert Camus al decir “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía,” pero si entendida como la negación de lo eterno y como la afirmación de una existencia finita y superflua, se entiende desde el siguiente apartado:
“- Queridos padres – dijo la hermana, dando, a modo de introducción, un fuerte puñetazo sobre la mesa -, esto no puede seguir así. Si vosotros no lo queréis ver, yo sí. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano; y, por tanto, sólo diré que hemos de librarnos de él- Hemos hecho todo lo humanamente posible para cuidarlo y soportarlo, y no creo que nadie pueda hacernos el menor reproche. (…) – Tiene que irse – dijo la hermana -. No hay más remedio, padre. Basta que procures desechar la idea de que se trata de Gregorio. El haberlo creído durante tanto tiempo es, en realidad, la causa de nuestra desgracia”.
No solo en esta obra de “La metamorfosis” logramos hallar el elemento de la muerte en Kafka, cabe aclarar que en novelas como “El proceso” también se encuentra la muerte como solución o como salida ante una situación que no encuentra otra alternativa distinta. Es así como la negación de la vida se encuentra en la obra de Kafka como un elemento que representa el absurdo y que representa una situación de extremas condiciones donde la angustia y el desamparo trascienden de sus límites y obligan a sus personajes a terminar con sus vidas.