El Magazín Cultural

“La muerte y la brújula”

En esta entrega de “Historia de la literatura”, presentamos el cuento policial de Jorge Luis Borges, publicado en 1942 en la revista “Sur” y luego incluido en el libro de cuentos “Ficciones I”, en 1944, como parte de la sección “Artificios”.

Mónica Acebedo
09 de enero de 2023 - 01:00 a. m.
Jorge Luis Borges y su característico bastón, quien escribió "El Aleph", "La biblioteca de Babel", entre otros títulos. AFP UPI PHOTO SABETTA
Jorge Luis Borges y su característico bastón, quien escribió "El Aleph", "La biblioteca de Babel", entre otros títulos. AFP UPI PHOTO SABETTA
Foto: AFP - SABETTA

“—No hay que buscarle tres pies al gato —decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro—. Todos sabemos que el tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece?”, Jorge Luis Borges

La infinitud, los círculos, los espejos, la realidad dentro del absurdo, lo raro de lo cotidiano, la geometría, la metafísica, los laberintos, las repeticiones, el tiempo, la distancia entre la ficción y realidad; ese fue Jorge Luis Borges (1899-1986), aquel gigante que se convirtió en el eje identitario de la literatura y la cultura argentina.

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Fue uno de los escritores más representativos tanto de la literatura latinoamericana como de las letras universales. Aunque él mismo se negaba a que sus escritos estuvieran encasillados en un género literario, su obra consta de poesía, cuentos, ensayos y relatos breves. Ensayos que se visten de cuento, relatos ficticios que simulan artículos académicos, citas que son parte de la ficción literaria, narraciones fantásticas que se confunden con crónicas y crítica de libros. Un ejemplo es “Funes el Memorioso”, escrito al estilo de una crónica periodística que narra la vida de un personaje con un misterioso superpoder, cuando en realidad es un ensayo fenomenológico sobre lo que significa pensar. Otro de los relatos icónicos es, precisamente, “La muerte y la brújula” (1942): al mismo tiempo un cuento policíaco, una parodia de la novela negra y un ensayo sobre diversos temas como la identidad, la geometría, el tiempo, la muerte, los puntos cardinales y los sentidos; pero, además es uno de sus cuentos que, a mi juicio, mejor compendia su técnica narratológica.

Jorge Luis Borges Acevedo nació en Buenos Aires (Argentina), el 24 de agosto de 1899. Algunos de sus antepasados fueron próceres de la independencia de Argentina. Creció rodeado de libros y desde muy pequeño se dio cuenta de que quería ser escritor. Vivió en Argentina, España, Inglaterra y Suiza. Lector voraz, insaciable; es famosa la frase de su poema “Un lector”: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Colaboró en numerosas revistas literarias, fue bibliotecario, profesor de literatura inglesa, traductor y uno de los intelectuales más destacados de su tiempo; hombre de derecha, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, que tradicionalmente eran de izquierda. De hecho, se rumorea que un premio recibido de manos de Augusto Pinochet, junto con otras declaraciones sobre la dictadura, le costaron el Premio Nobel de Literatura. Murió en Ginebra (Suiza), el 14 de junio de 1986.

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“La muerte y la brújula” fue publicado en 1942 en la revista Sur, luego fue incluido en el libro de cuentos Ficciones I, en 1944, como parte de la sección llamada “Artificios”. Su eje temático es el siguiente:

El detective Erik Lönnrot tiene la misión de resolver una serie de asesinatos ocurridos en una ciudad, el 3 de cada mes, en un punto cardinal diferente. El primero es el de Marcelo Yarmolinsky, un experto en la religión judía que ha venido con el fin de hacer participar en el Tercer Congreso Talmúdico; mientras Lönnrot y el comisario Treviranus, investigan el crimen, ocurre el segundo, el de Daniel Simón Azevedo, un ladrón profesional experto en el uso de cuchillos, y por último el de un tal Ginzberg, quien llama a Treviranus a darle información sobre los dos primeros asesinatos. En los tres casos se han encontrado notas que dicen respectivamente: “La primera letra del Nombre ha sido articulada”, “la segunda letra del Nombre ha sido articulada” y “la última letra del Nombre ha sido articulada”. Después del tercer asesinato (que en realidad fue una escenificación, porque no hubo crimen), aparece en la estación de policía una nota en la que se asegura que no habrá cuarto asesinato porque los tres anteriores forman un triángulo equilátero perfecto. Pero el detective está seguro de que habrá un cuarto asesinato y que, con este, en lugar de un triángulo, se formará un rombo. Por eso llega el día preciso, en el sitio donde debía ocurrir el último crimen, pero descubre que todo ha sido una trampa que le ha tendido un antiguo enemigo.

Se trata pues de un extraño cuento policial que si bien cumple con la formalidad del relato detectivesco (problema de los asesinatos, versiones de este, alternativas para resolver los crímenes y la solución) se vale de la estructura del ensayo, aunque él mismo asegura que es un cuento, pues dice: “Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembres y de basuras”. A lo largo del relato utiliza la geometría, que se convierte en el elemento necesario para resolver los asesinatos; el número cuatro es igualmente indispensable y simbólico, que además dialoga con la religión judía. El cuatro es la realidad que encuentra el detective, mientras que el tres, la explicación rebuscada.

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Dentro de ese juego ambivalente entre el ensayo y el cuento, intercala textos de la Grecia clásica, como las paradojas de Zenón de Elea (“Aquiles y la tortuga”, por ejemplo). Básicamente, lo que hace es cambiar la trama policíaca en una historia cargada de simbolismo. Utiliza la religión judía para disfrazar una historia de venganza en la que el cazador termina finalmente siendo cazado.

Cierro con una cita de Joaquín Marco: “Entender a Borges significa simplemente leerle. Su destinatario ideal es aquel que lo ha leído ya todo anteriormente: un lector que viene de la lectura. En este sentido, la obra de Borges es ‘metaliteratura’. Pero el lector puede ir dejando a un lado, aparcados, los textos mencionados, los guiños cómplices, las invitaciones y abandonarse a un mundo original, tan ajeno al nuestro, que paradójicamente nos resulta familiar” (Historia de la literatura, Cátedra, 2002, p. 1067).

Por Mónica Acebedo

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