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La novela como manera de dialogar con el mundo

“Modelar la Memoria” es el libro de Jasper Vervaeke a partir de conversaciones con el novelista Juan Gabriel Vásquez. Aquí reproducimos el prólogo, una conversación entre la escritura y la lectura con la obra de Vásquez como eje.

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Jasper Vervaeke*
17 de mayo de 2025 - 07:00 p. m.
La novela como manera de dialogar con el mundo
Foto: Ilustración de Santiago Rivas / cortesía de Libros El Malpensante
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Juan Gabriel Vásquez y yo nos conocimos durante una cena en Gante, Bélgica, en la primavera de 2010. Pero la verdad es que yo a él lo había conocido tiempo antes, sin que él lo supiera, al leer los cuentos de Los amantes de Todos los Santos. Y él ya había interactuado conmigo. Lo digo porque quizá los actos de escribir y leer no establecen una comunicación unidireccional, sino que de alguna manera misteriosa el autor siente que está siendo leído. Me gusta creer que algo así ocurre. Me gusta pensar la escritura y la lectura como un diálogo tácito entre dos personas que en la vida real no se conocen y que con toda probabilidad nunca se conocerán.

Como sea, en nuestro caso el encuentro real sí se dio, allí en Gante, en vísperas de un coloquio de hispanistas belgas. En aquel entonces yo estaba empezando una investigación doctoral sobre la obra de Vásquez, y a la profesora Rita De Maeseneer –mi directora de tesis– y a mí se nos había ocurrido invitar al novelista al coloquio. Durante el encuentro Rita entrevistó a Vásquez y después transcribimos la conversación y la publicamos. A lo largo de los años siguientes Vásquez y yo continuamos conversando con la frecuencia suficiente como para que en cierto momento nos diéramos cuenta, no sin sorpresa, de que habíamos comenzado a escribir otro libro, un libro de conversaciones que había nacido como apéndice de la tesis, pero que acabó por manifestar sus aspiraciones independentistas. Y así, una vez terminada y transformada en ensayo la tesis, Vásquez y yo seguimos hablando y seguimos escribiendo, ahora sí de manera meditada, este libro de conversaciones.

La tesis de la tesis (y del ensayo en que se convirtió) es que Vásquez fue desarrollando su poética mediante una deliberada distorsión de influencias internacionales; que sus novelas, Historia secreta de Costaguana por delante de todas, entran conscientemente en diálogo o discusión con la tradición literaria occidental. Solo poco a poco fui descubriendo lo evidente: la noción de diálogo no solo se aplica a las relaciones que establece Vásquez con sus precursores, sino que permea toda su escritura, todo su pensamiento.

Lo dice Vásquez en estas páginas: “Creo en la novela como manera de dialogar con el mundo”. Se refiere, claro, a aquel diálogo tácito y misterioso entre escritor y lector al que aludí al inicio, pero si uno mira bien, el diálogo no solo constituye el fin de sus ficciones, sino muchas veces también el principio, pues de modo muy directo y concreto, numerosas novelas suyas se originan en una conversación –con la mujer judía que sirvió de modelo para el personaje de Sara Guterman de Los informantes; con Sergio Cabrera, protagonista de Volver la vista atrás, o con Pablo Leyva, esposo de Feliza Bursztyn y testigo principal para Los nombres de Feliza–. Incluso cuando no nacen de un diálogo con una persona real, las novelas de Vásquez suelen poner en escena los sucesivos encuentros y desencuentros entre el narrador y el protagonista. ¿Cómo olvidar las carambolas entre Antonio Yammara y Ricardo Laverde en El ruido de las cosas al caer, o ese pasaje de La forma de las ruinas en que el alter ego de Vásquez, a poco de conocer a Carlos Carballo, le arroja a la cara un vaso de whisky, sin sospechar que este tipo, que en primera instancia le resulta tan repulsivo, terminará contándole una historia conmovedora sobre el Bogotazo?

Solo en contados momentos los encuentros entre los personajes se reflejan en la página por medio de una larga conversación o llamada telefónica. Para Vásquez el diálogo directo no es un recurso fácil usado a diestra y siniestra, sino una de las herramientas destinadas a arrojar algo de luz sobre un pasado oscuro. No en vano la conversación entre Javier Mallarino y Samanta Leal en el centro preciso de Las reputaciones arranca con ella suplicándole: “Acuérdese, por favor”. La importancia del encuentro y el diálogo en las novelas de Vásquez responde a la concepción ética de la escritura y lectura que defiende Martha Nussbaum en Justicia poética: lejos de ser un mero entretenimiento, el género de la novela nos invita a interesarnos en las vidas y verdades ajenas.

Fuera de sus ficciones, la creencia de Vásquez en el poder del diálogo se expresa de múltiples maneras, por ejemplo en su sostenida defensa de las negociaciones de paz en Colombia. Pero donde sin duda más se manifiesta es en su gusto por la conversación literaria. De ningún modo comparte el desdén de ciertos escritores por las entrevistas, las presentaciones de libros, las discusiones sobre la obra propia. Si desaprovecha pocas oportunidades de participar en ese tipo de debates no solo es porque resultan útiles en términos de autopromoción, sino por las razones propiamente literarias que invoca Javier Cercas en el prólogo de El punto ciego:

“Si el escritor es mínimamente honesto, este debate puede ser tanto más interesante y fructífero, para él mismo y para los demás, cuanto que nadie conoce mejor que él su propia obra; si el escritor es mínimamente serio, mínimamente ambicioso, este debate ya no será solo un debate sobre su propia literatura sino sobre la literatura con la que él dialoga de forma más o menos consciente, y que, en su caso, no puede ser solo la literatura de su propia tradición, ni la de sus contemporáneos, sino la literatura a secas”.

El presente libro, sobra subrayarlo, se funda en la misma convicción. En las conversaciones que forman su base, Vásquez y yo fuimos recorriendo todas las etapas de su carrera y todas las facetas de su escritura, de la ensayística y el periodismo a la cuentística y la poesía, pero el protagonismo siempre lo tenía el género de la novela.

En El arte de la novela, Milan Kundera –a quien, por cierto, no le gustaban para nada las entrevistas– recurre a Flaubert para definir al novelista como aquel que desea desaparecer detrás de su obra. No creo que la definición aplique tal cual a Vásquez. Se lo impiden sus tomas de posición como columnista y su frecuente presencia en eventos literarios y culturales. Pero tampoco creo que sea uno de esos novelistas que se la pasan cultivando su figura de autor o exponiendo su vida privada en la prensa o las redes sociales. Siempre ha procurado evitar que la obra desaparezca detrás del autor. Por lo mismo, en este libro la obra ocupa el centro de la atención y el novelista lleva la voz cantante. Como conversamos regularmente a lo largo de quince años, casi siempre con motivo de una publicación nueva, el orden cronológico se impuso de modo natural, y apenas tuve que modelar la memoria de Vásquez para que este libro pudiera leerse como un autorretrato del novelista o, si se quiere, como una pequeña autobiografía intelectual.

* “Modelar la memoria. Conversaciones con Juan Gabriel Vásquez”. Jasper Vervaeke. Coedición Libros Malpensante y Editorial Universidad El Bosque. 172 páginas. 2025

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Por Jasper Vervaeke*

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