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La novela y las verdades profundas del ser humano

La escritora, periodista y columnista de este diario Patricia Lara habla sobre su más reciente novela, “El rastro de tu padre”, con la que demuestra que la ficción es una de las formas más directas de reflejar la realidad.

Ángel Castaño Guzmán

27 de febrero de 2016 - 11:30 p. m.
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El recorrido vital de Patricia Lara Salive (1951) la ha llevado a ser candidata a la Vicepresidencia de la República, fundadora del semanario Nueva Frontera y de la revista Cambio16, defensora del lector de El Tiempo y columnista de El Espectador y El País de Cali. El rastro de tu padre, su más reciente novela, explora los terrenos de la maternidad y de la búsqueda del amor.

En alguna parte usted dijo que decidió escribir novelas después de décadas de ejercer el periodismo, porque descubrió que la ficción refleja mejor la realidad. ¿Cómo llegó a esa conclusión?

Así es. Hay realidades inconscientes, impulsos profundos que muchas veces no conocemos, que son los que llevan a una persona a actuar de determinada manera. Por ejemplo, alguien que ha sufrido maltrato físico, sicológico o sexual en la infancia, es probable que en la juventud acabe buscando caminos aparentemente gratificantes pero que, en el fondo, lo conducen a un maltrato mayor. Entonces esas personas fácilmente pueden optar por irse a la guerrilla, o ingresar a bandas criminales o a pandillas callejeras, o las niñas pueden hacerse embarazar para huir del maltrato que sufren en sus casas. O una niña que ha tenido un padre ausente o narciso, puede también buscar parejas con las que repite esos esquemas que le causan dolor, de modo que nunca halle un hombre que la haga feliz, porque siempre estará tratando de buscar ese modelo de padre que le genera frustraciones y desamor. Y si se desea que las personas salgan de esos círculos viciosos, se requiere que realicen un tratamiento sicológico que las haga tomar consciencia de esas cáscaras de plátano que les pone el inconsciente y que les impiden alcanzar su felicidad. Pues bien, ese tipo de realidades inconscientes son plasmables en la ficción. Y, de pronto, hasta tienen la capacidad de hacer que algún lector, o espectador de una obra de teatro o de una película, tome consciencia de su propia realidad. En un reportaje usted no puede mostrar esas realidades inconscientes que, en últimas, son las que determinan las conductas de los seres humanos. Porque si las escribe, así, de frente, hasta lo pueden demandar por calumnia. Entonces, por esa razón, creo que las verdades profundas del ser humano se cuentan mucho más fidedignamente en las novelas...

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“El rastro de tu padre” es una novela cuyo centro de gravedad es la ausencia: Verónica vive sin el amor de su vida, mientras su hija creció sin un padre. ¿Cómo tratar el tema de las relaciones humanas sin caer en lo trillado?

Las relaciones humanas son el tema, por excelencia, de la literatura. Esta ha mostrado siempre el mapa de los sentimientos, de las contradicciones, de los impulsos, de los conflictos humanos, las rutas del inconsciente... De modo que las relaciones humanas nunca son ni serán un tema trillado. Ahora, que los textos sobre ellas sean legibles y tengan impacto, depende de que sean tratados con una técnica adecuada, con un manejo acertado del idioma.

¿Qué tanto de usted hay en Verónica y en Estrella?

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Pues todo y nada. Son personajes de ficción, en los que indudablemente proyecto realidades mías, pero también antítesis de esas realidades. Ellas son yo y no son yo.

Un punto importante de la historia lo constituye la relación de Verónica con Estrella: los altibajos de la maternidad. En los tiempos actuales, ¿cree que la maternidad tiene la importancia de antaño? ¿Qué lugar en la lista de prioridades ocupa esa experiencia en la vida de una mujer de hoy?

Creo que la maternidad siempre ha tenido y tendrá la misma importancia. Me explico, la necesidad de mamá que tiene un niño, es igual hoy que antes, sobre todo en los primeros tres años de vida, que son vitales en su desarrollo físico y emocional. El hecho de que la mujer trabaje hoy, no cambia esa realidad. Antes existían las nanas, que a veces eran más importantes para los hijos que las propias mamás. Ahora existen las guarderías, y las abuelas, y las empleadas del servicio. Y los niños pasan mucho tiempo solos, o delegados a un tercero. Y eso no es lo mejor para ellos. Cuando yo dirigí y presidí durante cuatro años la revista Cambio16 Colombia, y tenía un trabajo agotador, mis hijos menores, que se llevan dos años, oscilaban entre los 3 y los 9 años, y disfrutaban de una fórmula que me inventé y funcionó muy bien: al lado de mi oficina organicé un cuartico comunicado, con juegos y mesas de tareas para mis hijos, y ahí se la pasaban con la nana. Y hacían las tareas. Pero entraban y salían de mi oficina cuando querían. Y yo los veía y los oía permanentemente. Claro que correteaban por todas partes. Tanto que la Chiva Cortés, que era el gerente de la revista, los bautizó “Los Palestinos”, pues decía que así como los palestinos no tenían patria, mis hijos carecían de casa. Pero eso sí, cuando los viernes había cierre de revista, mis hijos permanecían en mi casa con la nana, y yo me quedaba trabajando hasta las 3 de la mañana y, por supuesto, el sábado me levantaba al mediodía. ¡Y, claro, ellos odiaban los cierres! ¡Y todavía hoy los recuerdan con horror! Porque era el momento en que se sentían abandonados por su mamá… Por supuesto que ese sistema podía implantarlo yo porque tenía una posición directiva. Pero varias empresas, donde trabajan muchas mujeres, como las de flores, tienen guarderías y las mamás pasan ratos con sus hijos durante el día, y eso motiva a las madres a trabajar mejor y así los niños crecen sanos desde el punto de vista emocional.

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A Estrella la une con Maurice un gusto acentuado por el rock clásico y por el jazz. ¿Qué canciones y artistas le han servido a la hora de escribir? ¿Cuáles componen la banda sonora de su vida?

La banda sonora de mi vida, indudablemente, son los Beatles. Me gustan también Simon & Garfunkel, Bob Dylan, The Rolling Stones… Y el jazz –Ray Charles, Chet Baker, el gran maestro Keith Jarrett, Chucho Valdés–, y Whitney Houston y Rodriguez, y Buika, y Eduardo Cabas, y tantos… Pero para hacer este libro, fundamentalmente tuve en cuenta canciones que le gustaban a mi amigo Mario Ochoa (q.e.p.d.), a quien le dediqué esta novela, las que él cantaba y algunas compuestas por él. Y hago un mea culpa público pues no les di el crédito de su autoría a las suyas incluidas en esta edición de El rastro de tu padre. Pero se lo daré en la segunda edición, ¡ya que espero que este libro, para todos los públicos y tan fácil de leer, se reedite muy pronto!

Luego de publicar libros de no ficción y de ficción, ¿qué tanto incide el oficio periodístico en su escritura novelística y viceversa?

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El método periodístico incide mucho en mis libros de ficción. Por ejemplo, me queda muy difícil no usar la técnica de la cámara, hablar en imágenes, que es la metodología que uso para hacer reportajes. Mis libros son como historias para cine, para telenovelas. No sé si eso es bueno o es malo. Pero así son. En mí influyeron muchísimo los textos periodísticos de Hemingway, los que hizo como corresponsal de guerra: allí la guerra se ve, se toca, se siente, duele… Y eso es lo que nos falta aquí: mostrar la guerra, transmitir a los lectores el dolor de las víctimas, el color y el olor de la sangre: le aseguro que después de leer esas descripciones, serán muy pocos los que quieran continuar en guerra. No es sino leer los textos de la nueva premio nobel, Svetlana Alexiévich –su libro La guerra no tiene rostro de mujer–, a ver si después de hacerlo alguien puede decir que la guerra siga... Aquí nos sobra el periodismo de opinión y nos falta el gran reportaje. Y eso es lo que yo hago en mis libros: reportajes periodísticos en unos y en otros, como en El rastro de tu padre, grandes reportajes de ficción.

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Por Ángel Castaño Guzmán

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