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Pintura de evocación ancestral

El artista chileno Eduardo Ramírez Ocampo presenta su exposición “Koone (Jaguar)” en la Galería de Arte Montealegre en Bogotá, una muestra que explora la mitología y vida cotidiana de la etnia chimila, que destaca su vínculo con el jaguar como símbolo protector y su relación con el medio ambiente.

Eduardo Márceles Daconte

03 de noviembre de 2024 - 12:00 p. m.
Obras “Flamingos al amanecer,” “Depredador,” “Gran espíritu del aire” y “Manglar,” parte de la exposición “Koone (Jaguar),” que explora la mitología de la etnia chimila y destaca al jaguar como símbolo protector.
Foto: Eduardo Ramírez Ocampo
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Para acercarse a lo acontecido en la COP16 en Cali, un espacio que se pensó para la discusión y negociación del convenio sobre la dramática pérdida de biodiversidad en el mundo, la contaminación ambiental, el cambio climático y el calentamiento global, entre otros temas de acuciante actualidad, el artista chileno Eduardo Ramírez Ocampo se quiso asociar a este magno encuentro de decisiones y promesas con una obra visual que alude de manera oportuna a estos inaplazables escollos que impiden el normal desarrollo de nuestra sociedad contemporánea, a través de la mitología y la vida cotidiana de la etnia chimila y en los cuales las comunidades indígenas de Colombia son la primera línea de defensa y preservación de nuestra exuberante biodiversidad.

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Para tal fin, investigó in situ el legado cultural de los chimilas, que habitan la amplia zona geográfica que se extiende en la periferia de la Sierra Nevada de Santa Marta, en los departamentos de La Guajira, Magdalena y Cesar. De igual modo, acudió a los textos del reconocido antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, quien concluyó que “los chimilas creen que sus chamanes se vuelven jaguares y su mito de la creación dice que el Gran Padre vio que la tierra estaba vacía, hizo un enorme jaguar y lo soltó, así creó el jaguar y todavía hay jaguares de aquella raza”. A partir de este hallazgo civilizador, el artista decidió hacer un homenaje a esta valerosa comunidad indígena, que tanto luchó por su integridad y soberanía contra los conquistadores españoles desde el siglo XVI.

Tomando como base su historia, su cultura ancestral y su organización social, el artista ha hecho una serie de pinturas en las cuales predomina su hábitat natural y la exuberancia de su vegetación, en donde se desplaza el jaguar, que en su mitología se considera el emblema de la tribu, así como el chamanismo, que resume sus creencias y prácticas tradicionales. En efecto, desde épocas prehistóricas han existido en diversas sociedades los chamanes, que derivan su poder de las fuerzas de la naturaleza y los animales para mediar entre el mundo ordinario y el mundo de los espíritus. Según la tradición, los chamanes tienen la capacidad de controlar el tiempo, profetizar e interpretar los sueños con proyección astral y viajar a los mundos superior e inferior.

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A partir de estas creencias y tradiciones, Ramírez Ocampo ha diseñado un catálogo visual de símbolos que aluden a las tradiciones sociales y religiosas de la comunidad chimila. En sus pinturas encontramos prácticas que remiten a la cacería como una destreza necesaria para la supervivencia, las hormigas legionarias como compañeras inseparables de la vida cotidiana, que se transforman en cuadrillas guerreras para combatir los fantasmas del desastre ecológico o también como un enjambre de pájaros que defienden su territorio, en este caso se trataría del pájaro paujil, ave endémica de la región, en cuya representación ha ideado un escudo articulado con elementos punzantes de defensa para impedir cualquier agresión.

Son obras concebidas como construcciones orgánicas, con un conjunto de elementos que se organizan de acuerdo con un orden para sugerir las figuras que el artista quiere proyectar. En este sentido, se pueden distinguir articulaciones dinámicas ensambladas para dar la idea de movimiento como insectos o incluso máquinas de misteriosos orígenes y funciones. Un arqueólogo desprevenido podría pensar que se trata de jeroglíficos que cuentan alguna leyenda o acertijos mitológicos de deidades desconocidas. Se podría argumentar que son piezas para armar de acuerdo con el argumento que su creador quiera proyectar; en este caso, el de un conglomerado humano que ha luchado a lo largo de su historia para defender su territorio.

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Son composiciones ambiguas en la medida en que no están sujetas a la razón, sino a la indescifrable naturaleza del mundo primitivo con un trasfondo de matices monocromáticos que aluden a la selva o también a un espacio abierto a la imaginación sobre el cual se patentizan las imágenes que remiten a la tradición, la cultura, las costumbres y sus mitos ancestrales. Algunas de sus obras están concebidas en atmósferas oscuras para enfatizar el misterio de sus enunciados, en tanto que otras son más dinámicas, como aquellas donde las imágenes asumen la personalidad de deidades que infunden miedo, admiración o respeto. En ellas es fácil advertir las máscaras de celebraciones rituales, personajes inquietantes o incluso humanoides que ejercen un poder hipnótico en el proceso de desentrañar su significado simbólico o discernir el valor asignado a aquellas obras que proponen un entramado de colores diferentes entre sí.

En su pintura hay alusiones a la cacería para abastecerse de comida, a los enjambres de pájaros en formaciones de batalla para defender su territorio, también como monumentos escultóricos que se erigen en medio del follaje selvático o del manglar a orillas de la ciénaga, que les proporciona el líquido vital de su existencia y como un sistema defensivo que los protege contra las inclemencias del clima tropical, que suele sorprender en la zona tórrida con huracanes erráticos y tempestades invernales.

En especial, predomina la imagen del jaguar como animal totémico, conocido como Koone, que protege a la tribu de sus depredadores. En las composiciones oscuras adivinamos el misterioso sonido de la noche con figuras enigmáticas que recuerdan los petroglifos del arte rupestre, tan extendido entre algunas etnias nativas de América, en la medida que son registros o diseños simbólicos de la actividad humana esculpidos o pintados sobre la capa superficial de la roca.

Con esta obra, el artista no solo contribuye a divulgar su cultura a través de imágenes originales que trascienden las narrativas tradicionales, sino que deja constancia de admiración y respeto por las creencias y tradiciones de la etnia chimila para que futuras generaciones se sigan interrogando y descubriendo los fundamentos que han conformado este conglomerado humano de profundas raíces ancestrales.

Por Eduardo Márceles Daconte

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