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¿Cómo llegó a ocupar sus cargos en la Fundación Bolívar Davivienda?
Soy comunicador social e hice mi práctica profesional en la fundación hace 13 años. Desde la universidad me gustaba mucho el periodismo cultural y un tío hizo que me enamorara de la música clásica. Estudiando en la Universidad de La Sabana, vi que podía mezclar todo: mi interés por el arte con mi pasión por la transformación social. Así fue creciendo mi carrera profesional hasta llegar a este punto.
¿Cómo se convirtió en director ejecutivo de la Filarmónica Joven?
Llegué a La Joven cuando tenía apenas tres años, en 2013. Creí que era un proyecto con un potencial enorme. En ese momento tenía la misma edad de los músicos, que tienen entre 16 y 24 años, y pasaba horas preguntándoles por qué estaban en la orquesta y cómo era tener una carrera en la música sinfónica en Colombia. Eso empezó a obsesionarme, junto con la idea de hacer este proyecto cada vez más grande. En 2017, decidí irme a estudiar Dirección de Organizaciones Culturales en Francia y empecé mi trabajo con orquestas internacionales allá. Quería innovar en esta carrera y acompañar a los miles de jóvenes que tomaron la decisión de tener una carrera en la música. Luego, al volver, regresé a la Joven y me ofrecieron acompañar y liderar los otros programas de juventud de la fundación.
¿Qué implica su labor?
Siempre he pensado en la Joven como un laboratorio de innovación social. Eso implica aprovechar esta infraestructura para mover muchos elementos del sistema que hacen parte de la orquesta, hay que trabajar con los procesos musicales y con el ecosistema o las instituciones. Mi rol es construir esa visión sistémica para el proyecto. El director ejecutivo, en últimas, tiene que moverse en dos mundos: el día a día de la operación del programa y, al mismo tiempo, tiene que estar 10 años más adelante, entendiendo qué va a pasar con este programa y estar leyendo el entorno nacional e internacional para entender cómo van a afectar el proyecto, sabiendo que el objetivo es que se mantenga en el tiempo.
¿Le habría gustado ser músico?
Hoy en día estoy aprendiendo violonchelo y sí, me hubiera gustado ser artista, pero no músico. Y creo que en parte ser el director ejecutivo de un activo cultural tan grande para el país es un poco la reconciliación con ese interés y esa ambición que yo tenía desde muy niño y que no llegó, pero también creo que hay muchas formas de ser artista. Hacer gestión cultural y dirigir proyectos también es otra forma de ser artista.
¿Cuál fue un momento incómodo durante una gira de la orquesta?
Hubo un día en el que creo que hice un doctorado práctico en gestión cultural. Fue en una gira que hicimos en Europa en el 2022. Estábamos en Ámsterdam y había unas huelgas terribles en ese momento en los aeropuertos. El último día, regresando a Colombia, se quedó todo un vuelo y 67 personas de la orquesta perdieron el vuelo. Eso implicó replantearlo absolutamente todo. Los músicos pertenecen a orquestas profesionales y estaban en universidades en varias regiones, tuvimos que avisar que iban a llegar más tarde y había que conseguir los tiquetes en pleno verano europeo para que la gente pudiera volver. Hicimos una inversión de más de 500 millones de pesos en menos de dos horas para devolver a todo el mundo y dar la mejor atención. Seis meses después de mucho trabajo para recuperar el dinero, recibimos un correo del aeropuerto, compensando la totalidad de nuestra inversión.
¿Cómo ha ido moldeando su idea del liderazgo?
Es un reto muy grande porque, al final, es una construcción de confianza, que no siempre es fácil. He entendido y aprendido a valorar la trayectoria de personas que llevan más de 30 años trabajando en el campo de la música sinfónica en Colombia y me han enseñado muchísimo. Creo que también tiene que ver con cómo los jóvenes podemos asumir una postura un poco más activa en entender que podemos generar transformaciones y que uno no tiene que esperar a tener 50 para ocupar un cargo directivo. No es el cargo, es lo que uno quiere para el programa y la estrategia que va a seguir.
¿Cómo le ha ido trabajando con músicos de las nuevas generaciones?
Es muy retador, pero emocionante. He visto todo tipo de generaciones y creo que antes era más fácil clasificar a los jóvenes, por ejemplo, por décadas. Pero, más o menos, desde el 2018, he sentido que las generaciones cambian cada año. Los músicos del 2025 son completamente diferentes, tienen formas de comunicarse muy distintas y otras maneras de aproximarse a la música. Al mismo tiempo, tienen mucha pasión y disciplina para querer ser músicos. Son muy creativos, pero, a la vez, la concentración es un tema difícil por cuenta de la tecnología, que no solo los afecta a ellos, sino a todos. Sin embargo, creo que esta generación tiene una audacia impresionante.
Cómo se ve la audacia en su día a día…
Creo que retando el contexto y las limitaciones que a veces salen de ellos. El hecho de arriesgarnos, por ejemplo, a tener una apuesta tan innovadora en la música clásica, con otras artes involucradas. Creo que audacia es saber tomar decisiones que a veces van a ser incómodas o van a ser difíciles en un contexto que puede llegar a ser más tradicional, pero en el que uno puede arriesgarse a dar más. Otra forma de ser audaz es saber que este mundo está hiperconectado y que un proyecto como este puede enlazar con lo que pasa en otros lugares del mundo.
¿Cómo recuerda el primer día que llegó a la Filarmónica Joven?
Con muchísima ilusión. Tenía 21 años y fue muy emocionante porque era una mezcla rara, trabajar en lo social y, al mismo tiempo, en todas las artes que me interesaban. Cuando me dijeron lo que tenía que hacer: conectar con periodistas y hacer que la gente se enamore de este proyecto, pensé que me lo estaban poniendo muy fácil porque es un proyecto increíble. Recuerdo que, cuando empecé, tenía fotos con todos los instrumentos jugando a que sabía tocarlos. Con el tiempo, mi sueño se convirtió en dirigir La Joven.
En un mundo hiperconectado, ¿en qué momento se desconecta?
Es muy difícil porque cuando tú entregas tu vida a lo social, a querer cambiar el mundo y el mundo de otros, mientras cambias el tuyo, es muy difícil desconectarse. Con todos los estímulos que recibes de afuera, muchas veces hay cosas que no van bien. Por ejemplo, un músico te llama triste a las dos de la mañana porque algo pasó y uno quiere estar ahí. Me es realmente muy difícil desconectarme, porque creo que mi propósito es más grande que mi mismo, entonces muchas veces cedo mis espacios también personales para estar muy presente en entender qué está pasando y demás. Sin embargo, el momento de desconectar es cuando estoy con mi esposo y con mi perro pasando tiempo en familia.
