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La otra orilla de la guerra

¿Por qué no lo mató? ¿Por qué quienes tienen el poder de matar a alguien a veces no lo hacen? Es más fácil interpretar las razones por las cuales se comete un asesinato, pero no las que llevan a esa persona a decidir darse la vuelta y no hacerlo. “Un hombre rebelde es aquel capaz de decir NO”, Albert Camus.

Isabel-Cristina Arenas
26 de abril de 2013 - 07:34 p. m.

Soldados de Salamina fue la novela que llevó al éxito a Javier Cercas (Cáceres, 1962). En 2001, cuando fue publicada, Cercas no pensaba que se convertiría en un best-seller de los que gozan de prestigio por su calidad literaria, que Mario Vargas Llosa y J.M. Coetzee la elogiarían, ni que sería llevada al cine por David Trueba en 2003. Por lo menos esto comentó en la visita que nos hizo a los alumnos del máster de creación literaria de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. El autor tampoco sabía que a partir de la publicación tendría enemigos que lo señalarían como un revisionista.

Un periodista le hace una entrevista a Rafael Sánchez Ferlosio, quien le cuenta la historia de su padre, Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la falange española, que fue fusilado junto a otros presos, pero que en el momento del disparo logró esconderse en el bosque hasta que un soldado quizá llamado Miralles lo encontró, lo miró a los ojos y decidió no matarlo. A partir de este hecho, el periodista decide seguir investigando, quiere conocer las razones que llevan a no matar. El libro es una línea ascendente de secretos, descubrimientos y complicidad con el lector. Como dato curioso aparece un personaje clave: Roberto Bolaño, escritor encargado de guiar al protagonista en la tercera parte de la novela y con el cual el escritor real, Roberto Bolaño, no estuvo muy a gusto.

Durante la visita al máster, Javier Cercas defendió con pasión sus polémicos puntos de vista, pues aunque estábamos hablando de literatura, de la construcción de una novela y de carpintería de escritor, no pasaron por alto las opiniones del protagonista de la novela, también llamado Cercas. El escritor, por su parte, defendía la posibilidad de decir NO, como lo explicó en forma clara en su columna de hace unas semanas en El País de España. Ficción y autoficción, o al revés. Sin embargo, para algunos de mis compañeros catalanes fue insoportable oír a alguien decir que Hitler o Videla eran humanos, que hubo rojos buenos, rojos malos, y oír “hablar bien” de un falangista. Por eso sencillamente se pararon y se fueron de la clase. Algunos argentinos estuvieron a punto de hacer lo mismo.

Para otros estudiantes de Latinoamérica, como los colombianos, era una actitud un poco extraña, quizá juzgada en forma prematura como exagerada. “La Guerra Civil se acabó hace años, la posguerra también, ahora somos posposmodernos, la guerra ya quedó atrás”. Sin embargo, recordé que cuando estudié algo más rentable financieramente, también en Barcelona, unos compañeros de entonces propusieron una campaña en donde hiciéramos pensar a la gente por medio de Twitter que un famoso había sido secuestrado, para asustar a sus fans, captar su atención, lanzar el producto y completarla con marketing de guerrilla. En ese instante yo no salía de mi asombro e indignación por la clase de ideas e imágenes que venían a mi mente con esos términos y estuve a punto de hacer un reclamo público al recordar que una amiga tuvo que aguantar los seis años de incertidumbre que su padre duró en la selva secuestrado. Ya a la salida de la charla con Cercas nos dimos cuenta de que estábamos viendo la guerra desde la otra orilla y por eso parecía fácil juzgar, que no éramos posmodernos ni ningún término pretencioso, sólo seres humanos con dolores acumulados en diferentes lugares del mundo y del cuerpo.

Al final de la charla en la UPF, Javier Cercas firmó muchos libros, entre los que estaba, por supuesto, Soldados de Salamina, que fue el motivo de la visita, y Leyes de la frontera (Mondadori, 2012), su novela más reciente. Seguramente Cercas no tenía idea de que poco tiempo después, haciendo exactamente lo mismo, durante el pasado Salón del Libro de París, llegaría un joven francés de apellido Miralles a pedirle un autógrafo. Miralles, como el miliciano rebelde que dijo no. Realidad, ficción y autoficción en un solo instante. Y el nombre que recuerda que es posible resistirse y darse la vuelta.

* Este blog hace parte de una convocatoria abierta desde elespectador.com.

Por Isabel-Cristina Arenas

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