La pandemia y los días de Sísifo
Si algo ha tenido la pandemia son días donde el mundo y la vida son tan iguales que es imposible no caer en el absurdo que alguna vez mencionó Albert Camus en el Mito de Sísifo.
Andrés Osorio Guillott
Dice Albert Camus en el principio del Mito de Sísifo: “Un peldaño más abajo y nos encontramos con lo extraño: advertimos que el mundo es “espeso”, entrevemos hasta qué punto una piedra nos es extraña e irreductible, con qué intensidad puede negarnos la naturaleza, un paisaje. En el fondo de toda belleza yace algo inhumano, y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles pierden, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con que los revestíamos y en adelante quedan más lejanos que un paraíso perdido. La hostilidad primitiva del mundo remonta su curso hasta nosotros a través de los milenios. Durante un segundo no lo comprendemos, porque durante siglos de él hemos comprendido las figuras y los dibujos que poníamos previamente, porque en adelante nos faltarán las fuerzas para emplear ese artificio. El mundo se nos escapa porque vuelve a ser él mismo. Esas apariencias enmascaradas por la costumbre vuelven a ser lo que son. Se alejan de nosotros. Así como hay días en que bajo su rostro familiar se ve como a una extraña a la mujer amada desde hace meses o años, así también quizá lleguemos a desear hasta lo que nos deja de pronto tan solos. Pero todavía no ha llegado ese momento. Una sola cosa: este espesor y esta extrañeza del mundo es lo absurdo”.
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Dice Albert Camus en el principio del Mito de Sísifo: “Un peldaño más abajo y nos encontramos con lo extraño: advertimos que el mundo es “espeso”, entrevemos hasta qué punto una piedra nos es extraña e irreductible, con qué intensidad puede negarnos la naturaleza, un paisaje. En el fondo de toda belleza yace algo inhumano, y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles pierden, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con que los revestíamos y en adelante quedan más lejanos que un paraíso perdido. La hostilidad primitiva del mundo remonta su curso hasta nosotros a través de los milenios. Durante un segundo no lo comprendemos, porque durante siglos de él hemos comprendido las figuras y los dibujos que poníamos previamente, porque en adelante nos faltarán las fuerzas para emplear ese artificio. El mundo se nos escapa porque vuelve a ser él mismo. Esas apariencias enmascaradas por la costumbre vuelven a ser lo que son. Se alejan de nosotros. Así como hay días en que bajo su rostro familiar se ve como a una extraña a la mujer amada desde hace meses o años, así también quizá lleguemos a desear hasta lo que nos deja de pronto tan solos. Pero todavía no ha llegado ese momento. Una sola cosa: este espesor y esta extrañeza del mundo es lo absurdo”.
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“El mundo se nos escapa porque vuelve a ser él mismo”. Y todo vuelve a ser eso mismo. El tedio de este tiempo de pandemia es caer en una monotonía mucho más profunda en la que ya estábamos inmersos y de la cual es imposible salir. Es volver al tiempo de sobra, algo que ya parece imposible en un sistema que ya no es salvaje sino depredador, como lo sugirió Noam Chomsky hace unos años. Ya no había tiempo para vernos y ver el mundo. Éramos conscientes de la monotonía, pero la aceptábamos a regañadientes porque no hay otra alternativa, porque igual la vida era, es y será siempre así. Paradójicamente la existencia en el mundo es cambiante, pero es cambiante en una constante rutina.
“La vida es un solo día de luces y sombras” como dice un proverbio indígena. “Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el “por qué” y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. “Comienza”: esto es importante. La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. La despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena o el despertar definitivo. Al final del despertar viene, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento. En sí misma la lasitud tiene algo de repugnante. Debo concluir que es buena, pues todo comienza por la conciencia y nada vale sino por ella. Estas observaciones no tienen nada de original. Pero son evidentes, y eso basta por algún tiempo, al efectuar un reconocimiento somero de los orígenes de lo absurdo. La simple “inquietud” está en el origen de todo”, escribió Camus.
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Asistimos a los eternos días de Sísifo. Subimos y bajamos, ya las acciones son tan mecánicas que no tienen un razonamiento detrás. Es la condena por nuestros errores. No fueron los errores de Sísifo, no fue el fuego, fue la avaricia, la condición inherente de la corrupción y la destrucción aplicada a la misma naturaleza humana y al mundo que nos acogió desde siempre. El castigo es la pandemia que nos obliga a estar tan distantes que tememos volver a estar juntos, que nos recuerda también a Camus, pero esta vez desde La Peste.
Y entonces aparece el absurdo. Esa inquietud naciente del tiempo en demasía que pasamos con nosotros mismos. Y cada por qué es un paso más hacia el abismo del sentido de la vida, de la pregunta fundamental de la existencia. Es cuestionarse por la trascendencia o por la insignificancia. Se vale los puntos medios durante las preguntas, pero definitivamente la tendencia es a ubicarnos en algún extremo. La vida o la muerte. La felicidad o la desdicha. La esperanza o el desasosiego. Y surge la bruma. Las manos sudan, el pulso se acelera, la respiración es irregular. Y nuestro cuerpo padece porque el costo de asumir el absurdo es alto. Pasan los días y cada por qué es más constante. Y entonces volvemos a Camus, a un existencialismo que asumimos para reconocer que eso que comenzó como una inquietud es entonces un hábito, también una especie de vicio, que terminará con el fin de nuestro destino en la tierra.
Haber sido testimonio de la pandemia para no olvidar nunca más el lado más insoportable de la zozobra y la rutina. Entender que fuimos unos antes y seremos otros después. Intactos no quedamos. Fue vivir en un mismo día, con las luces y las sombras tan iguales que nos hicimos conscientes del peso, a veces doloroso, a veces motivante, de nuestro destino. Ahí entendemos entonces a Sísifo como el héroe absurdo que señala Camus. Y volvemos unas líneas más arriba para asombrarnos y comprender que la alegría y la desdicha son del mismo mundo. Y es “En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando”.