Las teorías de Husserl, Heidegger, Lévinas, Peter Berger y Thomas Luckmann, entre otros, nos permiten usar esos constructos como mediaciones para tratar de comprender la nueva normalidad, la nueva dictadura de lo real que se impone inevitablemente debido a los cambios que ha sufrido la sociedad en los últimos meses de confinamiento. Esos cambios apuntan a procesos claves en las sociedades como los de integración y socialización. La evidencia: los lazos entre las personas se han transformado radicalmente, han tomado nuevas modalidades, nuevos carices y han sido sustituidos por nuevas formas de experiencia y conocimiento…por nuevas prácticas.
Para las generaciones adultas, clasificadas como no nativas digitales, y para las generaciones jóvenes, la nueva realidad ha producido impactos distintos, con diferencias de grado. Los mayores se han tenido que adaptar a las nuevas tecnologías e integrarlas como parte fundamental de sus vidas y sus trabajos. Esto ocurría antes, desde luego, solo en algunas profesiones, por ejemplo, en el ámbito de los informáticos o las telecomunicaciones. Para los jóvenes, por su parte, el consumo de internet, You Tube, los videojuegos, etc., ya eran experiencias habituales. Sin embargo, ni adultos ni jóvenes prescindían de la vida social, de la experiencia cara a cara, de la intercomunicación, de las vivencias que solo tenemos vital y corporalmente experimentadas en la vida cotidiana, en eso que Husserl llamó “el mundo de la vida” en su ya clásico libro La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental.
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En verdad, Heidegger adelantó el análisis de este mundo de la vida o vida cotidiana en su hermenéutica de la facticidad. Su herramienta fue la fenomenología, la cual puede ser entendida como la descripción radical de los fenómenos, de lo que aparece, pero también, dice Heidegger en Ser y tiempo, de lo que parece; la fenomenología como descripción y aclaración de la experiencia. Ahora, en el mencionado mundo de la vida habita el hombre, en una totalidad de sentido, con otros humanos existentes, con entes o cosas intramundanas, donde la realidad se le da o se le presenta, de antemano, lingüísticamente interpretada. Es el mundo en el que habitamos pre-reflexiva y pre-teóricamente, en la sala en una reunión, abriendo la nevera para tomar una cerveza o un jugo, en la cocina charlando con el padre mientras nos hace la cena; pero también es el mundo de la oficina donde trabajamos diariamente, o el salón de clases donde se desarrolla una relación de enseñanza-aprendizaje. El mundo de la vida es un campo vital, un ámbito de realidad de cada uno, pero donde el otro se nos presenta, se nos ofrece. Ese otro nos constituye, pues la otredad precede al yo. Esto es así porque al nacer advenimos al mundo del otro, somos arrojados a un campo vital, significativo, histórico, etc., de experiencia, que tiene sus propias reglas, su propio juego y dinámicas. Caemos, pues, a la vida cotidiana que es, como decía Agnes Heller, un microcosmos que refleja la manera como se da la reproducción social a gran escala.
En ese mundo de la vida objetivamos la experiencia con el lenguaje, transportamos esa misma experiencia, la comunicamos con conceptos. Pero no solo de esa manera. También nos comunicamos con señas, indicaciones, gestos; en ese mundo, diría Erving Goffman, nos escenificamos socialmente, ponemos nuestro yo en la esfera pública. Allí, el cara a cara, que me ofrece una percepción del otro, de su subjetividad, menos encubierta que la comunicación remota (si bien nunca totalmente transparente), implica una reciprocidad y el despliegue de los múltiples juegos de la intersubjetividad, donde hay una experiencia directa del Otro. Pues bien, en la comunicación virtual, en la conexión remota esa experiencia del otro es mediada, es indirecta, y justamente desaparecen esos gestos, esos rasgos, las sonrisas, la expresión irónica, el desdén, las genuflexiones, las señales de asombro, de incomprensión; desaparece la mueca, el signo de desprecio y hasta del insulto. También desaparece el yo en escena, seguro, altivo, engreído, altanero. En fin, el otro, por lo menos aquél que nos era más familiar, se desustancializa, se deshumaniza. Se convierte en un espectro, en una sombra, en una imagen huera detrás de una pantalla, escondido tras ella, sepultando la epifanía del rostro. Por eso, tienen razón Berger y Luckmann en su magnífico libro La construcción social de la realidad cuando sostienen: “ninguna otra forma de relación puede reproducir la abundancia de síntomas de subjetividad que se dan en la situación cara a cara”.
Lo dicho se ejemplifica en el actual proceso de enseñanza virtual. Digo proceso y no relación porque justamente esta última se ha visto afectada seriamente. En una relación participan dos o más sujetos, se comunican, interactúan, los ritos de la comunicación se siguen, se respetan, se responde a expectativas comunicativas; un proceso, por otro lado, puede ser agenciado unilateralmente. Hoy, eso está desapareciendo del ámbito educativo donde el docente y el alumno co-pertenecían a un espacio. Un espacio que no es un mero receptáculo de cosas y personas, sino que es un ámbito espacializado por los agentes, diseñado, significativo, habitual y familiar. En la actualidad, la universidad, con todo lo que implica para la experiencia juvenil, vital, cultural, política, etc., se convirtió en un espacio sustituido por la pantalla. En ella los estudiantes son espectros sin rostro, fantasmas, Otros totalmente anónimos, indiferentes, opacos, desustancializados, nombres de una lista, tal vez “cosas” que oyen; el profesor es, también, tal vez una cosa, un parlante, que habla.
La experiencia pedagógica actual ha transfigurado la relación enseñanza-aprendizaje. En esa relación, el docente aprendía del estudiante porque este se veía compelido, participaba, transmitía sus experiencias de vida, su conocimiento. Hoy la participación del estudiante en las sesiones virtuales ha disminuido notoriamente, ya no habla, no participa, no se expone. En las clases hay estudiantes y, muchas veces, profesores “sin rostro”. Sí, sin rostro como esos jueces de antaño. El docente está menos seguro de si realmente entendieron, comprendieron: ya no puede leer sus rostros, esos espejos de su interioridad. En fin, la nueva dinámica implica una pérdida de la experiencia, una reducción de vivencias e intercambios comunicativos.
Mientras tanto, a todos se nos invita a reiventarnos, a ser artífices de Otro yo, a redefinir la identidad, a aprovechar la crisis para ser creativos y esculpirnos a imagen y semejanza de los emprendedores y comerciantes…tan así que terminaremos por ser totalmente Otros en una sociedad cada vez más anónima.