Cuando se estrenó la película Transcendence en 2014, dirigida por Wally Pfister y protagonizada por Johnny Depp, inteligencias artificiales conversacionales y generativas como ChatGPT, Gemini o DeepSeek aún no existían. Watson y Deep Blue, de IBM, eran algunas de las IA más robustas en aquel tiempo. En la actualidad, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Hoy en día es común conversar con estos agentes inteligentes, que nos ofrecen soluciones y respuestas con lenguaje natural, similar al humano. Esto habría sido algo descabellado en 1950, cuando Alan Turing formuló su famoso test para diferenciar a un humano de una máquina inteligente. Aunque aún desconocemos los límites de esta poderosa tecnología, lo cierto es que la humanidad está viviendo, ahora más que nunca, su gran idilio tecnológico.
Sin embargo, con el auge de las IA conversacionales y generadoras de todo tipo de contenidos, matemáticos y futuristas han comenzado a especular sobre una Inteligencia Artificial General (IAG), un tipo de inteligencia que iguala o supera a la humana. Pero, más allá de estos conceptos hipotéticos, lo cierto es que este tipo de tecnologías nos anticipan eventos importantes que muchos científicos ya advierten que podrían suceder en un próximo porvenir. Uno de ellos sería la singularidad tecnológica.
Transcendence nos traslada a un futuro en el que la superinteligencia artificial se fusiona con la configuración de una conciencia humana. La trama gira en torno a Will Caster, un científico que trabaja en la creación de una IA sensitiva, capaz de desarrollar conciencia propia. Will es atacado por extremistas antitecnología, quienes lo dejan mortalmente herido. Su esposa y su colega deciden mapear su cerebro y subir esta información a una computadora para preservar su intelecto. Una vez mapeado su conectoma y cargado a una nube, Will retoma su conciencia en la virtualidad y se hace omnipresente en la red mundial de información, adquiriendo el control de todos los sistemas globales interconectados del planeta. De esta manera, empieza a erigirse como un dios cibernético.
Esta película futurista nos plantea claramente el tema de la singularidad tecnológica en la inteligencia artificial, tal como predice el científico Ray Kurzweil para el año 2045, fecha tentativa en la que se vislumbra la posibilidad de subir toda la información del cerebro humano a un superordenador cuántico con IAG. La réplica de la configuración neuronal de una persona —sus conexiones sinápticas e información almacenada en un cerebro cuántico que pueda interpretar y generar la conciencia idéntica del individuo— ha dejado de ser un tema de la ciencia ficción para convertirse en objeto de debates éticos entre pensadores y científicos como Albert Cortina y Miguel-Ángel Serra. No obstante, existen otras producciones audiovisuales que abordan esta misma temática de la singularidad tecnológica, tales como Amelia 2.0, Dr. Brain, Ghost in the Shell y Carbono alterado (Altered Carbon).
Si la singularidad tecnológica, por medio de la migración de la conciencia a una IA, se hiciese realidad, nos enfrentaríamos a cuestionamientos éticos desconcertantes como:
- ¿Podríamos seguir siendo nosotros mismos a través de una conciencia artificial?
- ¿Qué se sentiría vivir en un entorno virtual?
- ¿Los sentimientos y emociones serían idénticos dentro de una máquina?
- ¿Qué pasaría si existieran muchas réplicas de nuestro yo digital?· ¿Lograríamos ser inmortales?
- ¿Qué pasaría con el concepto de alma?
- ¿Sería el fin de la humanidad y el comienzo de una transhumanidad cibernética?
- ¿Nos convertiríamos en dioses?
Estos postulados filosóficos no son más que la punta del iceberg del poder y la omnipresencia de la tecnología en un futuro incierto. ¿Qué tal si, en un futuro, pudiéramos transferir la conciencia de un ser querido que esté pronto a morir para así seguir comunicándonos con él, tal como sucede con Will Caster? Las interfaces neuronales y los sistemas máquina-cerebro son tecnologías que permiten la transmisión de señales eléctricas desde el cerebro a una computadora o dispositivo electrónico, y viceversa, lo que ya permite mover prótesis robóticas y otras extremidades a personas con discapacidad. Estas tecnologías podrían significar el comienzo de una nueva era en la que el hombre y la máquina se fusionen y desborden hacia una singularidad tecnológica con riesgos para la humanidad.