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“La exitoína es más dañina que la cocaína”.
Eduardo Galeano
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Este pasado 25 de noviembre de 2020 me tocó las más profundas entrañas la muerte de Diego Armando Maradona. Me sucedió algo similar a lo que me pasó cuando escuché la noticia del siniestro aéreo del Chapecoense. Me quedé petrificado, frío, casi mudo y sin reacción inmediata. Dos minutos antes de ver esta infausta noticia en el grupo de Esférika, mientras haya fútbol (que nace a propósito de un curso de Fútbol y Literatura que dicté a través de Formación Continua de la UPB) recibí en mis manos un regalo de Catalina, mi hija, que está en Argentina y leí su carta que empieza así: “Viejito y madre. Hace poco vimos (Cata y Gerardo) la película “Historias mínimas” y ahora queremos compartirla con ustedes”. Cuando cerré la carta y reparaba en la película llegó el mensaje de: “Falleció Maradona”. No supe qué hacer. Mi amigo y compañero de labores, César Buriticá, me escribió inmediatamente y me dijo: “necesitamos que escribas, en tu tono, como lo sientas, un texto sobre este dolor universal”. Le dije que no sabría qué escribir, que lo pensaría y lo mandaría el lunes siguiente. Me dijo que no, que era urgente que dijera algo, que escribiera para que la agencia de noticias y los lectores tuvieran mi voz sobre esta calamidad global. Una más de este 2020. La verdad es que me senté frente al computador y escribí con rabia, con impotencia, con lágrimas en los ojos. Les comparto el texto, tal cual lo publicaron en UPB porque ya no sabría cómo mejorarlo, a pesar de que el maestro Horacio Quiroga diga que no se debe escribir bajo el imperio de la emoción. Un abrazo para el fútbol.
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Se murió. No suena esa expresión. Se murió Diego Armando Maradona. Diego, Diego. La gente no quiere escuchar esta noticia. Dile al mundo entero que ya lo habías anunciado, grita, salta, juega con esa naranja, pero di que este 25 de noviembre se apagó un corazón que combinaba perfectamente el cielo con el infierno, la cima con la sima, la vida con la muerte. Diego, Maradona, Armando: dile al mundo que fuiste producto de unas condiciones históricas para las que no estabas preparado, que no te formaron para soportar y manejar ese veneno evocador que es la fama, ese sombrío pero colorido estado en el que los pies no se ponen en tierra porque la levedad es un buen lugar para las ilusiones y las liviandades humanas. Nos negamos, nos resistimos, no lo podemos creer. Con tus propias palabras dile al mundo que tus exequias se celebrarán en…no, sabemos que no te puedes morir porque los “dioses sucios”, como te dijo Eduardo Galeano alguna vez, se quedan, aunque se vayan. Haces parte de esa pléyade de dioses y héroes que no son de la literatura sino de la vida, del campo, del potrero. Di(ego). No te quedes callado, dile al mundo entero que vas a otra cancha, a otro pago en el que te reunirás con una selección sub 60 en la que no tendrás que soportar ni bares ni vares, una cancha en la que se juega por jugar y no hay que mostrar la camiseta a la cámara, no hay que tener patrocinadores y “la pelota no se mancha” porque es para jugar, hacer malabares y obras de arte para alegría y felicidad de quienes te ven jugar. “Barrilete cósmico, tramposo, mal tipo, desenfrenado, mujeriego, estrafalario” y hay otros epítetos que aluden al señor de 60 años que se murió el 25 de noviembre de 2020, pero si lo sacamos de estos ámbitos y lo dejamos en la cancha, en el escenario en el que el fútbol se recrea como metáfora, tenemos que decir que el jugador con la casaca 10 alcanza la dignidad de los dioses del Olimpo griego porque Apolo y Dionisio tensionaron las cuerdas para llevarlo a una de sus filas, pero él, el D10S del fútbol, rebelde, hizo lo que quiso con su vida, es decir, jugó, perdió, pero ganó. En su lápida, como él mismo lo pidió, se leerá eternamente: “Gracias a la pelota”. Maradona no se ha muerto, su vida narrada apenas comienza.