Dice Luis García Montero en su ensayo “Defender la poesía o el sabor de la manzana”, que aparece en el libro El oficio como ética, reflexiones sobre la poesía, con prólogo, selección y entrevista de Federico Díaz-Granados, que “defender la poesía es tomar postura ante la liquidación de la conciencia individual en una sociedad que desencadena imperativamente procesos de homologación”, y que “la conciencia poética supone un diálogo con el otro y con lo otro”.
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Para Montero, que lleva varios años al frente del Instituto Cervantes, defender la poesía es una vocación que asume con gusto y con la convicción de que esta es cada vez más necesaria en el mundo. El escritor español reconoció que es un privilegio cuando su trabajo le permite defender y hacer aquello en lo que cree, pero no por ser un privilegio se deja seducir por las comodidades implícitas que trae un escenario tal.
“A mí me gusta mucho defender el oficio. Creo que para ser un buen médico, un buen profesor, un buen científico, hay que conocer el oficio, formarse, estudiar. Pero la verdadera suerte es cuando puedes dedicarte a un oficio que se identifica con tu vocación, que te permite tu realización personal. No trabajas solo para ganar un salario, sino para desarrollarte personalmente, y eso es un privilegio. Reivindico que soy poeta por vocación y que, dentro de esa vocación, respeto el oficio: leo, estudio, admiro a otros. Para mí el oficio tiene que ver con el conocimiento, la dedicación, las horas de trabajo, la conciencia laboral, y así el oficio se convierte en una manera de desempeñar un trabajo de verdad”, dijo Montero en diálogo para El Espectador.
Entre sus preocupaciones está el hecho de asistir a un tiempo en el que las humanidades parecen ser cada vez más menospreciadas. Sin el ánimo de intentar caer en lugares comunes, y contrario a lo que algunos tercamente llegamos a pensar, el devenir nos ha demostrado que esa mezcla entre el capitalismo y el neoliberalismo ha provocado que el mundo sea cada vez más voraz y depredador de sí mismo.
“El mundo apuesta cada vez más por ideas mercantiles, por el negocio. Solo interesa enseñar y estudiar aquello que se convierte inmediatamente en dinero a través de la ciencia o la tecnología. La ciencia y la técnica son importantísimas, pero cuando se separan de los valores humanos, se convierten en un peligro. Ya a finales del siglo XIX se discutió sobre esto con el auge del utilitarismo y estalló con la Primera Guerra Mundial, cuando el progreso técnico derivó en armas de destrucción masiva. García Lorca hablaba de una ‘ciencia sin raíces’. Martha Nussbaum lo denunció también: cuando las humanidades desaparecen, la democracia se deshace. Hoy, la poesía debe ser una punta de lanza de las humanidades. Nos recuerda todo lo que cabe en un ser humano, y nos ayuda en esta época de redes sociales, donde la intimidad se hace pública en segundos. La poesía puede aportar pudor, conciencia, autenticidad”, aseguró el director del Instituto Cervantes.
¿A qué se refiere cuando dice: “Me acuso públicamente de ser un poeta de la experiencia”?
La fórmula “poesía de la experiencia” tuvo un uso en España que entró en polémica enseguida. Los poetas que empezamos a escribir a finales de los 70, principios de los 80, nos movíamos en una atmósfera donde se apostaba mucho por el esteticismo, por el culturalismo. Desde una ciudad como Madrid, pues se hablaba sobre Venecia, eran decorados esteticistas. Nosotros quisimos volver a una poesía pegada al lenguaje y a la vida cotidiana de la gente. Se nos llamó “Poetas de la Experiencia”, pero en un tono bastante despectivo, como si no buscáramos la belleza o la calidad, sino simplemente contar lo que nos pasaba. Y en ese sentido hice esa afirmación, irónicamente: me acuso de ser un poeta de la experiencia. Después justifico por qué he optado por escribir de esa manera y por recuperar una tradición que venía de Antonio Machado, que no se identificaba ni con el parnasianismo ni con el modernismo esteticista, sino con un uso personal y poético de la realidad.
Además de las redes sociales, ¿le preocupa la inteligencia artificial no solo en relación con la poesía, sino al vínculo que tenemos con el lenguaje?
Me preocupa, entre otras cosas, porque las máquinas son menos peligrosas que los seres humanos, y detrás de la inteligencia artificial está la programación humana. No podemos negar su importancia: puede ser muy beneficiosa en diagnóstico médico, en agricultura, en la búsqueda de datos... Pero, como todo avance, también puede ser peligrosa. Puede ser utilizada para difundir racismo, machismo, elitismo, y con un poder de persuasión muy fuerte. Cuando un mensaje proviene de una persona, uno puede estar en desacuerdo; pero cuando proviene de una máquina, parece que no dudamos: lo sentimos como una verdad objetiva. Y eso es un riesgo, porque esa “verdad” ha sido programada y puede manipularse. Así que hay que aprovechar lo que nos ofrece la inteligencia artificial, pero siempre sabiendo sus riesgos.
Usted dice que le gusta pensar en la poesía como una vocación que no rompe su compromiso con la verdad. ¿Cómo juega la poesía en tiempos de posverdad y noticias falsas?
Frente a la mentira, buscamos la verdad, pero tampoco podemos ser ingenuos: las humanidades nos enseñan a cuestionar incluso la verdad, porque en su nombre se han impuesto dogmas. La poesía debe reivindicar la verdad, pero una verdad que se cuestione continuamente, que no se vuelva totalitaria. Un dato puede interpretarse de muchas maneras. No se trata solo de oponer verdad a mentira, sino de construir interpretaciones conscientes, de entender que las realidades son complejas. Desde El Quijote, la literatura nos enseña que hay una realidad, pero también una ficción legítima que surge de interpretarla. Por eso la poesía es una búsqueda, una exploración crítica.
Usted afirma que la poesía está instalada en la contradicción. ¿Cómo puede entonces estar comprometida con la verdad?
Porque la verdad es una búsqueda, y esa búsqueda está llena de conflictos. La poesía, al indagar en la conciencia, descubre que no somos seres unívocos: tenemos sentimientos contradictorios, heridas, memorias ambiguas. En este mundo de mensajes rápidos y verdades simplificadas, la poesía invita al conflicto, a la contradicción, a la calma para pensar. Recordando a Antonio Machado: la verdadera libertad no está en decir lo que pensamos, sino en pensar lo que decimos. La poesía no repite consignas: invita a pensar, a dudar, a interpretar, y en ese proceso se ancla su compromiso con la verdad, lejos de cualquier simpleza.
También dice que la historia de la poesía es la historia de las libertades del sujeto…
A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido distintas definiciones: esclavo en la antigüedad, siervo en la Edad Media, sujeto libre con el humanismo y el Renacimiento. La poesía ha encarnado siempre esos cambios. En el Romanticismo, por ejemplo, nace una subjetividad radical, en crisis entre la razón y el sentimiento. Luego se intentó reconciliar ambos para evitar los extremos: totalitarismos o fanatismos A mí me gusta buscar en la tradición literaria aquellas corrientes que intentan articular el diálogo entre razón y sentimiento, porque ahí está la posibilidad de construir sujetos libres, sin caer en dogmatismos ni irracionalismos.