Afuera, apenas mirando hacia la calle, Daniel Samoilovich espera. Tiene la barba descuidada y los ojos hondos y claros. Mira con extrañeza, con el gesto apenas justo. En medio de la ciudad, en medio del caos disciplinado y sistemático de la ciudad, parece abstraído. Ensaya una sonrisa, dice “hola”. Tiene la voz ronca.
Da la impresión de ser tosco, Samoilovich. O de que, después de esa primera impresión, hay algo detrás. Un poeta. Un estilo, unos versos largos, caleidoscópicos. Una presencia distintiva en la poesía argentina contemporánea, porque Samoilovich es porteño, y habla con sorna y calles y años.
Y dirige una revista/periódico/ensayo de poesía que se lee muy bien en Buenos Aires y algunas otras ciudades argentinas, aunque él ahora esté en Bogotá, invitado por la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, y respire el frío y la bruma de esta ciudad disciplinada y sistemática en el ruido y la belleza de las contradicciones.
La revista/periódico/ensayo de poesía se llama, curiosamente, Diario. Las anteriores son palabras restrictivas, tal vez uniformes. La palabra “diario” es, en cambio, ambigua, estimulante, llena de significados. Al lado de otra palabra, “poesía”, suena a romance, a pequeña noche iluminada. Bien mirado, puede que sea todo eso. Y también una notable aproximación a la poesía y sus alrededores. No es poca cosa. Mucho menos cuando se cumplen 25 años en el intento, y Diario de poesía es hoy, al menos hoy, un punto de referencia, una cota para medir aquello que es posible entender como “buena poesía” y “revista literaria”.
Y entonces Samoilovich habla: “Es la creación de un ámbito favorable para lo que hacemos: te mantiene en contacto con un pequeño, pero consistente grupo de lectores. Hay tantas quejas de que la gente no lee… nos hemos dado el gusto de demostrar y demostrarnos a nosotros mismos que si se le ofrece a la gente algo que esté bien hecho, con un criterio amplio, se puede encontrar un grupo que se mantiene a lo largo del tiempo”.
Lo dice con convicción, pero sin afán, como tomándose el tiempo para calcular —como en la poesía— cada palabra. Una tirada nacional de 5 mil ejemplares, casi 6 mil lectores para cada edición. Y la distribución, como en un gesto romántico, fuera de tiempo, rabiosamente porteño, en los quioscos mismos, en la artesanía de ir de mano en mano. Como la poesía misma, que tiene versos incontestables, intransferibles, a los que siempre hay que volver: como ese nicho de lectores que cada cierto tiempo busca, hojea y compra. Y lee. Que el Diario de poesía se sostenga con lo que se produce en esas ventas es, probablemente, un gesto de pureza, de valor absoluto. Porque hay rasgos distintivos, elementos que hacen que el diario sea el Diario.
Y Samoilovich continúa: “Muchas cosas que salen en el Diario podrían salir en otro lado. No hay duda sobre eso. Pero el tema es un poco la mezcla de poesía con ensayo sobre poesía, con algo de noticia sobre poesía: ese tipo de equilibrio. Y después los textos largos. Podemos publicar un reportaje de cuatro páginas, unos 50 mil caracteres. Es algo impublicable en otro medio. Un reportaje largo, por no hablar de un poema largo”.
Esa mezcla parece estar motivada por una razón fundamental: la necesidad de elaborar un discurso sobre la poesía. Y encontrar poesía en esos lugares inusuales, en esas zonas de libre tránsito. Y comprobar que, de muchas formas, los caminos están cruzados. La intención de abarcar, de totalizar, tiene que ver con eso.
En alguna época, Diario de poesía fue considerada como el lugar en el que una generación de poetas argentinos pudo expresarse. Después de aquel tiempo (y de nombres como Martín Gambarrotta y Washington Cucurto), el Diario siguió existiendo. No hay demasiados prejuicios. Publicar a Juan José Saer, al conocido Juan José Saer, valía la pena por alguna reflexión o por algún poema inédito. Publicar a Aurelio Arturo, al poco conocido Aurelio Arturo, tenía sentido para que lo conocieran lectores argentinos. Publicar a José Manuel Arango, para que incluso los colombianos encontraran poemas y formas inéditas.
Misión no declarada, Diario de poesía ha buscado combatir lo que el mismo Samoilovich llama “balcanización”: el aislamiento, ese diálogo de sordos y de ciegos que suele ser nuestro continente. Por esa razón es posible que desde Buenos Aires pueda leerse un dossier de poetas venezolanos. Ese impulso universal está en el centro de la publicación: la define, la empuja hacia delante.
Hace que sea posible soportar la historia económica reciente de Argentina.
Las crisis, sobre todo las crisis. La del último Alfonsín, poco después del regreso de la democracia (y de la Ley de punto final, que indultaba a los militares de la dictadura y por la que el diario publicó un enérgico editorial); la del primer Menen, cuando Argentina empezaba a ser un país del primer mundo, y la de principios de siglo, cuando la gente quiso que se fueran todos, y Samoilovich encargaba el papel y tenía que esperar días para saber el precio, y el Diario pareció irse a pique.
“Debimos haber perdido un número en cada una”, dice. Y debieron probarse que era posible. Aun 25 años y Argentina después.
El autor de ‘Las encantadas’
Una de las voces más representativas de la poesía contemporánea argentina, Daniel Samoilovich ha construido una obra personal, marcada por versos largos y expansivos.
Ya desde Superficies iluminadas (el libro en el que advirtió cierta unidad en algunos poemas), Samoilovich anunciaba la intención de desarrollar una escritura más cabal, necesariamente más absoluta. El resultado fue Las encantadas, un largo poemario cuya idea inicial surgió en un viaje a las Islas Galápagos, en Ecuador.
Atravesado por Darwin y los recuerdos de infancia, la estructura de Las encantadas apunta a versos que se cruzan, haciendo referencia unos a otros. “La idea del libro —afirma— era generatriz: iba generando poemas, que es lo que no pasa con las colecciones. En un momento pensé que cada poema iba a tener un doble, cada cosa iba estar escrita dos veces, o desde dos puntos de vista, o con dos estilos distintos. Después, unas cosas quedaron escritas 14 veces y otras una sola”.