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“La poesía me exige abandonarme para alcanzar a los demás”: Juliana Enciso

La escritora colombiana estará presentando su libro Derivas de la piel este jueves, 28 de abril, en la librería Garabato a las 6:00 p.m., evento que hace parte de la programación de FILBo Ciudad.

Laura Valeria López Guzmán
27 de abril de 2022 - 08:00 p. m.
La escritora e investigadora publicó sus poemarios "Laberíntica" en el año 2000 y "Panóptico: pabellón para tercos y fantasmas" en 2005.
La escritora e investigadora publicó sus poemarios "Laberíntica" en el año 2000 y "Panóptico: pabellón para tercos y fantasmas" en 2005.
Foto: archivo particular

En Derivas de la piel nos encontramos con la lectura que tiene Juliana Enciso de la belleza a través de los actos cotidianos del ser humano, de la naturaleza, los animales y los paisajes colombianos que en algún punto se funden con el cuerpo y la desnudez de una mujer. En entrevista para El Espectador, la también autora de Panóptico: pabellón para tercos y fantasmas, habló sobre cómo entiende la poesía, el papel de la literatura para no olvidar lo ancestral y mítico, entre otras cosas.

¿Para usted qué es la poesía y cómo la experimenta?

Cada uno define su arte según su camino vital y creativo. Para mí es una experiencia de salir de mi misma, un evento que me exige abandonarme para alcanzar a los demás (animales, plantas, rocas). La crítica literaria de la China clásica del período T’ang, y luego la poesía japonesa, tienen una visión de la poesía y el arte que a mi me gusta mucho: instantes de iluminación, de acceso a la realidad última en el que las emociones del artista, sus deseos y potencias más íntimas se funden con el afuera. El buen poema eliminaría el protagonismo del artista para entregarnos un momento potenciado por la habilidad supra sensorial del lenguaje.

Vivo la poesía cómo una invitación constante a salirme de mi para encontrarme en las formas del mundo que a veces son un cuerpo, una temperatura, un matiz particular de la luz, el sonido de los pericos al atardecer aquí en el Caribe. Aún con las ocupaciones de un trabajo de tiempo completo y el cansancio de la cotidianidad, leo, garrapateo notas para llegar al otro, a lo que está fuera de mi zona de confort.

Desde ese ángulo experimento la poesía como una disposición riesgosa de contemplación a través de las posibilidades limitadas del lenguaje y el espacio infinito del silencio. Es una forma de retar al miedo a los demás y al pasado todos los días.

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En su libro nos encontramos con el concepto de asombro, ¿cómo este hace parte de la poesía?

No creo que haya otra forma de escribir poesía, literatura en general, que no provenga del asombro. La poesía y la literatura que nos dan material para rumiar, son escrituras de la pausa, de la atención (aunque sus primeros borradores hayan sido escritos de una sentada… otro cuento será su edición). En Derivas de la piel el asombro es el detonante para crear el puente con el afuera y mirar con mucha atención lo que excede mi propio territorio: Personas, animales y vidas vegetales a las que se accede gracias al reconocimiento de su imperfección como formas materiales. Para ello hay que bajarse del bus de la eficiencia, abrazar la lentitud y con ello salirse un poco del ideal del éxito como eje de la vida cotidiana. Como escribía la poeta peruana Blanca Varela “La lentitud es belleza”.

Asombrarse es dejar de pelear con el tiempo y aceptar que un árbol de matarratón florecido, el encuentro con un amigo o un ser anhelado en un lugar al que quizá nunca regresaremos son bellos precisamente por su transitoriedad. Lo que nos causa asombro, además, no es acumulativo. Algo que nos pareció sublime la primera vez, quizá para la segunda vez no nos parezca tan fantástico.

La poesía al ser una escritura del instante, o al menos un esfuerzo por llegar a esa eliminación del pensamiento como una actividad auto-referencial, está ligada a esta disposición.

En esta era idiota, como la llama el poeta Daniel Montoya, de redes sociales programadas con algoritmos que solo nos muestran a otros narcisos con preferencias similares y una vida intelectual- académica que a veces parece solo interesada en tragarse su propia cola, asombrarse es superar el pánico frente a la intemperie del otro; es una forma blanda de valentía.

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¿Qué papel tiene el silencio en su escritura?

La línea azul en el horizonte. Una que otra cresta blanca. La arena brillante por el carbón en la cara. Al mar en un poema no llegas por la urgencia denodada de tu opinión, por la urgencia de convencerte y convencer a los demás de que el mar existe en la página gracias a tu intervención en el mundo a partir de la escritura. Los paisajes marinos en la literatura, como los de Elizabeth Bishop o Blanca Varela, existen por la creación de silencios donde las imágenes huelen y los colores son tan cotidianos como las habichuelas que guardamos en la nevera.

Escucho una y otra vez en los talleres literarios que no hay nada en el mundo que no tenga palabras. Es al revés: nuestra experiencia de la vida es limitada y lo demás es un vacío fuera de nuestro control donde lo previo al lenguaje cotidiano sucede. Los intercambios entre células, las fusiones de los minerales, las simbiosis minúsculas por las que podemos digerir el afuera son espacios del vacío lingüístico. Vetas en constante apertura para la poesía. Desde esa perspectiva intento acceder el afuera con el lenguaje como un vehículo para crear silencios en mi escritura.

Para el taoísmo y el budismo clásico, el lenguaje de la poesía y la enseñanza es paradojal: lo usamos para señalar con su potencia evocativa y sensorial esas zonas de la realidad última solo abarcables en el silencio. Ese sería mi ideal en la poesía. Llegar a ese estado donde “La quietud en la mente no significa la inmovilidad de los pinos o el silencio de los animales en el bosque.” como escribiría el poeta Chiao- Jan doce siglos atrás.

¿Para ustedes qué es ser un extranjero? ¿Puede ser uno un extranjero en su propio espacio?

Es una pregunta constante en mi escritura. La extranjería no es exclusivamente una condición que se da a partir de un desarraigo o la violencia de ser arrancada de un lugar. Es un estado de incomodidad, de pérdida de los referentes de origen para alcanzar cierto nivel de lucidez, de aceptación de la condición efímera de la vida, de los apegos y las certezas. Las mujeres y las personas no heteronormativas, o no-binarias cuando escribimos, peleamos con la gramática para nombrar nuestra experiencia cotidiana somos siempre extranjeras en nuestra lengua. Escribimos, moldeamos, conjugamos palabras que en su gramática pueden ser hostiles con nuestra manera de estar, sentir y leer la vida. Procuramos hacernos una casa con elementos que, aunque sean cotidianos y en la mayoría de los casos familiares, no son amigables con nosotros.

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No hay que tener un pasaporte para volverse extranjero. La incomodidad y la seguridad que el mundo no se acaba en el norte de cualquier ciudad colombiana, en una región particular de un país, en un acento, en un credo religioso, en una clase social, en una sola lengua, en una sola forma del deseo y de vivir el cuerpo propio y el de los demás, son el combustible de la huida del primer país. Yo era extranjera antes de irme por primera vez de Colombia, de mi casa, de mi tradición. Escribir sólo puede surgir de semejante dolor y volverse un camino de vida a partir de esa urgencia por explorar la vida y el conocimiento del mundo circundante a partir del silencio y el habla.

¿Cómo desde la literatura podemos evocar lo ancestral?

¡Uhm! Los ancestros. Dos maneras de verlos: mis muertos y los muertos de mis amigos y amados. Por el otro lado están los guías y las influencias que serían la red de autores y voces de donde provienen muchas de las formas y palabras de un trabajo artístico. La constelación de influencias las llamaría el poeta Arturo Carrera. Escribimos, hallamos palabras porque estamos en constante conexión con ellos. Muertos y guías espirituales. En ese sentido, la poesía no sería una negación y olvido de los ancestros. Sería un decir para renovar la relación con los y las invisibles, las que escribieron antes que nosotros y el mundo mineral y orgánico en el que nos extinguimos a cada minuto.

¿Por qué en occidente nos hemos ido alejando del relato mítico?

Occidente... los latinoamericanos para empezar somos vistos como extremeños occidentales, como dice el antropólogo venezolano Fernando Coronil. En el estricto orden del pensamiento filosófico que se enseña en las escuelas aquí, los colombianos bebemos de la tradición occidental como si fuera lo único que existe. Sin embargo, cuando leemos esa misma tradición nosotros no somos parte formal de ella como actores con voz para crear pensamiento. Hablamos de Hegel para quien los latinoamericanos no eran actores de la historia y en el siglo XIX los grandes pensadores que crearon las bases intelectuales del proyecto nacional colombiano como el sabio Caldas y Manuel Ancizar estaban convencidos de las teorías eugenésicas y la urgencia de blanquear el país y negar nuestra relación con lo africano, lo indígena y lo asiático. Lo occidental ha sido para Latinoamérica desde su creación una imposición política y cultural para legitimar sistemas de poder basados en la exclusión y la eliminación de la diversidad de voces en el pensamiento de la región; así como nuestros diálogos culturales y estéticos con otros actores globales. Pero no voy a entrar a ese debate.

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No creo que nos hayamos alejado del relato mítico. Al contrario, hemos abrazado otro tipo de mitos que hemos transformado en la única verdad cultural. Como dice el filósofo Bruno Latour la modernidad es un mito narrado alrededor de la premisa de la objetividad y el método científico que le ganó la contienda por el dominio del conocimiento hegemónico a otro grupo de actores con otro tipo de prácticas y presupuestos sobre el saber. En ese sentido, el horror patriarcal por el conocimiento de las mujeres y lo salvaje como todo aquello que escaparía a la abstracción jugó un papel crucial en la definición de ese mito de la universalidad moderna.

Los mitos son maneras de explicar el mundo a partir de historias donde colocamos fuerzas que nos exceden en ciertos actores y que nos dan la tranquilidad de un mundo ordenado por acciones a las que accedemos desde el pensamiento mágico ¿No es acaso la idea de ubicuidad virtual y éxito al alcance de todos uno de los grandes mitos de nuestra época de esclavitud a la velocidad y autoexploración desmedida? Más bien la pregunta debería ser a qué tipo de mitos debemos volver. O mejor, qué tipo de relatos quisiéramos crear para vivir en un mundo donde el tiempo de la vida social y productiva están acompasadas con los ciclos de la vida y la necesidad que tenemos los seres vivos de crear lazos solidarios y de cuidado.

Nos haría bien la caída del mito del yo como el único dios de este panteón pobre sin imaginación y sin espíritus en las esquinas de la casa o en las copas de los yarumos.

¿Cuáles son las derivas de la piel?

El borde de la experiencia con el otro ya sea animal, vegetal o humano, vivo o muerto. Ciudades, ruinas, casas abandonadas, puertos, mares. Cuerpos a los que se accede gracias a la contemplación, a la atención de sus acciones. La piel es el órgano más grande de protección que tienen los animales y junto al olfato es uno de los grandes repositorios de la memoria genética y ambiental que tenemos sobre nosotros. Estar a la deriva de la piel es exponerse a lo que es ajeno, a la experiencia externa que sería todo aquello que nos regresa a la belleza. Y cuando escribo belleza pienso en los cuerpos y las pieles quebradas y llenas de maleza de la gente y los seres que han vivido a cabalidad su existencia sin cirugía plástica. La belleza como esa disposición de amistad y escucha de todo aquello que no soy yo y me habita, recordando al escritor japonés Yasunari Kawabata.

Por Laura Valeria López Guzmán

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