Publicidad

Camila Charry Noriega: la poesía como forma de atender lo cotidiano

Camila Charry Noriega estuvo en la Feria del Libro de Cali presentando su libro “Mi perra y yo subimos por el ascensor”. En esta conversación, aclara que este libro, más allá de homenajear a sus perras, es una obra que reflexiona sobre la poesía misma y sobre lo cotidiano.

Laura Camila Arévalo Domínguez
05 de noviembre de 2025 - 03:35 p. m.
Camila Charry Noriega es profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana. Desde 2003 ha trabajado como profesora de Literatura y Arte.
Camila Charry Noriega es profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana. Desde 2003 ha trabajado como profesora de Literatura y Arte.
Foto: Jimena Cortés
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

El proyecto nació de una necesidad de reescritura y exploración. Camila Charry Noriega cuenta que, tras años de dar clases —más de dos décadas dedicadas a la enseñanza—, decidió retomar textos pendientes y someterlos a un ejercicio nuevo de escritura.

En uno de sus cursos sobre escrituras híbridas, sus estudiantes le propusieron que hiciera las tareas con ellas, y de esa experiencia surgió la estructura de Mi perra y yo subimos por el ascensor, publicado por el Fondo de Cultura Económica.

La autora explica que uno de los mayores retos al escribir fue hallar la estructura y el tono adecuados, que se correspondieran entre sí. A veces, dice, uno cree que una idea debe encajar en un género determinado —poesía o narrativa—, pero en este caso el tema le exigió moverse entre el poema en prosa, el verso libre y los bloques de texto que denomina “islas”. Esa forma le permitió evitar la mera denuncia para concentrarse en lo que realmente quería decir.

El resultado, agrega, es un libro que funciona como un solo gran poema.

“Una amiga, Jessica Chiquillo, me dijo que sentía el libro como un único poema que se abre y se cierra. Y creo que es así”, afirma Charry Noriega.

Es una obra que reflexiona sobre la poesía misma y sobre lo cotidiano: las cosas pequeñas de la vida, el amor y la resistencia frente a las prácticas oscuras que también habitan el universo de la cultura, incluida la poesía.

Si tuviera que describir la lectura del libro, diría que fue como si alguien me tomara de la mano para recorrer un mundo donde hay poemas sobre una perrita amada, sobre la cotidianidad y la ausencia, pero también sobre el poema y lo que ocurre cuando creemos que no pasa nada. Hablemos de esa intención de traducir su mundo con palabras que van más allá de las reglas y los formatos...

Sí, creo que hay un momento en el que el tema y el espíritu de quien lo lleva no encajan en una estructura reconciliada. Yo quise luchar por la libertad, porque si no somos libres escribiendo, no somos libres de ninguna manera.

También me negué a ser complaciente: a acomodarme para que me publiquen o para que los “señores que manejan la poesía” decidan qué sí lo es y qué no. En algún momento dije: “A la mierda, voy a hacer lo que yo quiera, desde las formas que quiera y con los temas que me interesen”.

Por eso el libro se mueve entre diferentes espacios formales y cuestiona ese gran canon de lo poético. En muchos poemas está la idea del fracaso del poema: que no lo logro, y que en ese no lograrlo está el sentido mismo.

Y al final, entre los poemas hay también una historia, una vida cotidiana que se narra...

Hay una narración, la de esos tres seres —mi esposo, mi perra y yo—, aunque también hay fantasmas, plantas, presencias pequeñas que alimentan lo cotidiano. Me interesa esa idea de que lo que vale la pena nombrar en poesía no son solo los grandes acontecimientos. Georges Perec hablaba de Lo infraordinario, y decía que el acontecimiento está en lo minúsculo, en lo que no consideramos digno de atención.

Mi vida con mi perra y mi esposo ha sido feliz. Y yo no quería esperar a que eso acabara para homenajearlo. Quería hacerlo presente desde el lenguaje, desde la ternura y la celebración de lo pequeño.

En el libro hay tres epígrafes. El primero, de Walter Benjamin, dice:“No es una ofensa para los perros que solo se cuenten de ellos historias que buscan demostrar algo, es que son interesantes únicamente como especie. ¿No será que cada uno es un ser único y especial?”.¿Por qué ese epígrafe y cómo aparece aquí el mundo animal?

Benjamin está ahí porque me interesa mucho su idea del montaje, pero también por su mirada sobre los perros. Quien ha vivido con un animal —un gato, un perro— sabe que tienen una personalidad, una forma de estar en el mundo que transforma la nuestra.

Eso se conecta con Mary Oliver, quien decía que los perros son un reflejo no distorsionado de lo que somos. Son quienes mejor nos escuchan, no nos juzgan, y nos permiten ser lo mejor de nosotros: entregar ternura y amor sin medida, algo que con otros humanos nos cuesta más.

“La poesía, a fin de cuentas, no es un milagro; es un intento de expresar (ritualizar) los momentos individuales y las consecuencias trascendentales de esos momentos con una música útil para todos”, dice el epígrafe de Mary Oliver. Y me parece que también introduce su visión de la poesía como una música cotidiana. ¿Cómo ha sido su recorrido poético hasta llegar aquí?

Antes pasaban muchas cosas que ya no me interesan tanto. Escribía pensando en cumplir con ciertas expectativas, en que a otros les pareciera que lo mío “sí era poesía”. Pero con el tiempo entendí que eso no importa tanto. Estoy contenta con lo que hice antes porque me permitió leer, y esas lecturas están presentes en este libro. Es también un homenaje a todo lo que he leído que me ha resultado desconcertante y estimulante en términos de lo poético.

Hay un abismo entre lo que hacía antes y lo que hago ahora, y ese abismo me parece fascinante. En Mi perra y yo subimos por el ascensor ese abismo se vuelve poema.

Hablemos de ese poema que atraviesa todo el libro: una suerte de cascada sin ningún tipo de contención, ni pausas ni reglas… Una enumeración de todo lo que es poético, pero en teoría no lo es… Un poema difícil de leer.

Ese poema está de segundas en el libro porque anuncia todo lo que vendrá. Dice: aquí no va a pasar mucho, pero está pasando todo al mismo tiempo. En estructura, en temas, en cómo entendemos lo estético.

Es, para mí, un poema rizomático. Se desestructura y se abre en múltiples líneas de comunicación. Por eso algunos poemas retoman cosas que ya pasaron en otros.

Y es que está escrito sin puntos ni comas. Por eso hablo de recorrido por un lugar, por un mundo. Da la sensación de caminar por la calle, de que la vida ocurre mientras el poema pasa...

Exactamente. Es esa sensación de estar vivos mientras todo sucede, de caminar entre palabras como quien atraviesa la vida pública.

Hay uno que se inicia con la frase “Un poema es la forma más breve y concisa de ordenar el mundo”... La noté como una especie de definición no solo del poema, sino de la vida...

Ese poema lo construí con frases de autores y autoras que admiro: María Teresa Andruetto, Mary Oliver, Nietzsche, Donna Haraway, Walter Benjamin, Sara Uribe, entre otros. Lo que hice fue un ejercicio de composición. Necesitaba hablar del mundo que construimos como “real”, que en realidad es producto del lenguaje, y también de ese otro mundo que vemos. Todo lo que percibimos es una ficción a punto de caerse. A partir de esas lecturas armé una especie de poética que atraviesa todo el libro. Al final puse los nombres de quienes cité porque lo que hice fue un trabajo de montaje, de poner en diálogo esas voces que ya habían dicho lo que yo quería decir.

Y ahí llegamos a la idea de Sara Uribe: “¿Qué clase de pertenencias/autorías podemos establecer frente a escrituras hechas de los recortes de los recortes que otros hicieron previamente del presente?“...

Exactamente así. La mayoría de las veces hay otros que dicen las cosas mejor que uno. Me gusta escuchar, hablar, y muchas veces lo que uno dice son cosas que ha oído o leído. Entonces prefiero acudir a quienes ya formularon con lucidez lo que uno apenas intuye.

¿Por qué el ascensor, el cableado y ese comienzo del mundo que aparece en el libro?

Eso viene de lo cotidiano. Subo y bajo varias veces al día con mi perra; ese gesto repetido empezó a parecerme significativo. La decisión de usar el ascensor o las escaleras a veces tiene que ver con evitar a ciertos vecinos, con pequeños actos de resistencia o de humor. Pero el ascensor también es un espacio de observación: el espejo devuelve una imagen distorsionada de uno mismo, y en esa distorsión hay imaginación. Muchos poemas surgieron ahí, en ese tránsito mínimo, donde el mundo íntimo se cruza con el público.

¿Y el “cableado” que menciona?

Es una metáfora de la estructura del libro. Hay poemas en verso libre que se sostienen como un sistema de cables: unos bajan, otros suben. El ascensor, el bloque, los movimientos repetidos, son también formas de pensar el ritmo de la escritura y la manera en que la realidad se organiza y se desordena.

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Nació como un homenaje a sus perras o como una exploración de la cotidianidad?

Era un trabajo que venía haciendo desde hace tiempo, pero estaba desordenado. Cuando tuve que reunirlo para publicarlo, decidí organizarlo desde algo nuclear, un punto común que atravesara muchas cosas, incluso el amor por los animales y la necesidad de entender cómo habitamos el mundo. En el fondo, lo que más quería era escribir sobre el propio acto de escribir, sobre lo poético y su relación con la vida.

En ese sentido, el libro parece también un registro de procesos: de cómo observa, piensa y trabaja la escritura.

Sí. Es un libro sobre el proceso mismo de escribir. Pero está anclado a algo que me importa profundamente: el mundo cotidiano, los seres que amo, las pequeñas cosas que me hacen feliz y que quiero cuidar. Todo eso me impulsa a escribir.

La música tiene una presencia constante en el libro. ¿Cómo dialoga con su escritura?

En mi casa hay música todo el día. Antes me costaba trabajo escribir así porque tenía la idea del poeta en silencio absoluto, con la vela y la concentración total. Pero eso no pasa en la vida real. Uno escribe donde sea y sobre lo que sea. Aprendí a incorporar la música no como ruido, sino como un pulso que acompaña.

¿Hubo una curaduría para elegir las canciones y los artistas que menciona en los poemas?

Las canciones que aparecen son las que me conmueven, las que han sido importantes en mi vida. Quise que estuvieran ahí porque me servían para construir atmósferas o porque representan momentos muy precisos. Escuché mucho mientras escribía, busqué letras y ritmos que dialogaran con los poemas. A veces eran canciones que mi esposo ponía una y otra vez hasta que terminaban gustándome. Ese proceso de resistencia y de atención me enseñó a mirar y escuchar distinto: lo que al principio molesta puede volverse revelador si uno se detiene en ello.

En varios momentos ha mencionado a sus estudiantes. ¿Qué lugar ocupan en su trabajo poético?

Son muy importantes para mí. Con ellas y ellos construyo diálogos que me nutren. Muchas de las reflexiones del libro surgieron de ejercicios en clase, de pensar juntas cómo se escribe, de compartir el proceso creativo. Me interesa que la escritura sea algo que se aprende y se vive colectivamente.

Justamente, en un mundo de tanta inmediatez y distracción, ¿qué papel cumple la poesía?

Es una pregunta difícil, pero creo que la poesía sigue siendo una forma de atención. En las clases se crea un tiempo distinto, un espacio donde podemos pensar y sentir juntas. Esos momentos son raros y valiosos. Nos permiten detenernos, fijarnos, decir: “esto me importa, esto me constituye”.

¿Cómo mantener esa atención en medio del ruido?

No se trata de huir del ruido, sino de incorporarlo, transformarlo, pensarlo. Todo lo que ocurre afuera nos está diciendo algo. Hay que aprender a que no nos pase de largo, a mirar con detenimiento. En un mundo tan inmediato, fijarse en algo es casi un acto político. A veces basta con detenerse un momento, mirar, escuchar.

¿Y qué le enseña la gente, el lenguaje cotidiano, sobre ese ejercicio de atención?

Me gusta hablar con la gente. A muchos no les gusta conversar, contestan rápido, pero a mí me interesa ese intercambio. Escuchar cómo habla el otro, las palabras que usa, los giros, es una forma de leer la vida. El lenguaje nos transmite lo que el otro ama, teme, desea. Y creo que ahí está, en gran parte, el poder de la poesía.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.