Es importante llamarse de otra manera para poder contar sin pudor la experiencia de la otra persona que se es cuando no se escribe.
Escribir un poema es como atrapar un pez, de Adília Lopes, es un libro de poesía insospechada, sorprendente. Me atrevería a decir que es apto para quienes gustan especialmente de la narrativa. Estos versos cuentan una historia mínima que ilumina la rutina, la torpeza, la fealdad y los placeres que nos hacen humanos, tan humanos: “deseo, luego existo/ y yo no acabo/ de existir”.
Lopes también aborda con humor las relaciones humanas para desarmarnos, hacernos reír con lo ridículos que a veces somos. La poeta propone que en vez de amar perdidamente hay que “follar follar/ halladamente”, hay que cambiarle el sentido al amor, desacralizarlo: “estuvo bien no haberme casado. No tengo cabeza para otra cabeza”. Y, al fin, volver al placer sin culpas: “Creo que el placer es casto/ o lo que no es casto/ es el simulacro del placer/ o la renuncia al placer/ tanto el simulacro/ como la renuncia”.
Esta novedad de Tragaluz Editores es una selección de varios libros de poesía de Lopes, un menú degustación que nos deja con ganas de probar el resto. La traducción de Alejandro Giraldo Gil no solo es precisa y fluida, sino que se agradecen las notas al pie que funcionan como ventanas a otros poemas, que cuentan los andamios de un verso. El libro tiene las ilustraciones inquietantes de Sara Quijano Sierra que le ponen pies y cabeza a los temas y personajes nada obvios de Adília Lopes: recetas, canciones infantiles, hambre de soledad, burla a la muerte (“si dos personas se encuentran/ nunca más mueren/ una para la otra/ y por eso no mueren hoy/ ni mañana ni después”) y reflexiones sobre la fealdad (“para ser bella hay que sufrir/ pero sufrir no nos hace obligatoriamente bellas”). En estos poemas nadie se salva del ridículo: “Golpean a la puerta/ del convento/ Marianna piensa/ son testigos de Jehová/ o publicidad/ pero no/ es Chamilly”.
Adília Lopes nos dice la verdad descarnada y la confundimos con una metáfora. Nos dice a través de la letra lo que no queremos sentir. Pero que no haya vergüenza, no hay poema que no nos reivindique. Lopes habla de un “desentropiar” o una forma de “posponer el caos” y arreglar la casa como arreglando un poema: sacudir el polvo del amor y, a la vez, “agradecer el polvo”.