El libro muestra la experiencia de la Red de Acueductos Comunitarios Agua para la Vida, Finca Veleña y Economía Campesina e Institucional Popular. Todas colectividades del Departamento de Santander en Colombia, ubicadas en varias veredas o municipios. El libro tiene un marco conceptual donde John Paul Lederach es el autor de cabecera, un académico con una mirada optimista, fresca y sensible sobre la construcción de paz, noción que aquí se establece como algo orgánico, multiactor (no sólo entre ordenadores de la guerra) y que se da como parte de un proceso continuo.
Natalia Velásquez, con gran capacidad pedagógica, nos presenta a Lederach, un autor atrevido que profundiza en la superación del conflicto violento con una imaginación moral (la serendipia del descubrimiento de algo que podemos soñar juntos), llevándonos a preguntas intensas sobre una vocación para cooperar, reconciliarnos y desparalizar el tiempo de la venganza. Una vocación para ser otros después de rupturas, heridas y traumas. Lederach, de la mano de Vásquez Ríos, renueva la discusión de una forma filosófica, dándonos la oportunidad de no sólo terminar con el conflicto, sino sacar algo mejor de este (algo más que el simple silencio de los fusiles).
Las colectividades Finca Veleña, ECIP y Agua para la Vida, me devuelven a los tiempos del pregrado con Maria Emma Wills, en los que invitábamos en la Facultad de Ciencias Sociales a actores claves de las periferias, desde alcaldes hasta promotoras de cooperativas agrícolas, y yo, todavía sin entender del todo, escuchaba que las heroínas y los héroes de Colombia sólo pueden estar en lo cotidiano, y que las esperanzas están en algunas convicciones micro-espaciales o hiper-locales. Ingrid Bolívar me explicaría un poco después de las gestas y la apología de “la política de caballeros”. El difícil aparato burocrático asentado en Bogotá y reproducido con insistencia en las capitales departamentales, tiene un problema desde la colonia: las grandes estructuras no se soportan en pequeñas piezas, desconectándose del terreno (o espacio de la cotidianidad). Un problema de ilegitimidad metodológica. La idea de nación y de grandes gestas o megaproyectos (sociales o antisociales) también puede colarse en los acuerdos de paz que tienen un discurso y fotografías de heterogeneidad o de diversidad, pero muestran la incapacidad de relacionamiento constante para que el representado participe. En definitiva, se pierde el puente de participación pues no hay metodologías instaladas de intercambio o diálogo.
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La otra Colombia posible nos permite entender cómo en la pequeña mesa de esas organizaciones se recupera una escala humana y otra temporalidad, escapando de la jaula burocrática de “reiniciar el mundo” cada cuatro años. Es inspirador asomarse a estas organizaciones por la paciencia para la constancia que se da, gracias a una memoria sin esfuerzos. Lo importante no es verlos, sino aprender de la mirada que tienen de burócratas, políticos y élites (acompasados al ritmo de lo noticioso y lo académico).
La autora no sólo es impecable en su estructura, estado del arte y argumentación, sino que la ética del oficio la lleva a un compromiso con sus fuentes; nos acerca de forma natural a un respeto, una admiración y una mirada que no podría ser sino de dignidad. El libro y sus diversas fuentes son capaces de comprender la inteligencia y sabiduría del campesino, para ir así abordando objetivos cotidianos y satisfacciones tangibles. Las tres colectividades abordadas son inspiradoras pues logran afianzar una identidad campesina que pone en juego otra naturaleza: la cooperación y la autonomía de grupos pequeños o espacios veredales, sorprendentemente inclinada con fuerza hacia el porvenir (y no estancada en un pasado, que a veces ni siquiera empezó). Me hacía falta ver actualizado ese orgullo por ser campesino, y el libro bien sabe cristalizar las bases de los conflictos venideros: conflictos ambientales y, sobre todo, por el agua.
Me surge la crítica amable de que la relación entre paz y desarrollo puede desdibujar un poco la necesidad del fortalecimiento de la justicia, en relación también con la verdad y la impunidad, pero es algo refrescante para avanzar y parece que, resolver, hacer, co-crear, está en sintonía con muchos procesos de base. En todo caso, el abordaje de Velásquez es integral y pone en el fondo de la discusión la imposición del modelo de desarrollo. Este diálogo entre una teoría y una práctica es audaz pues propone algo subyacente: un profundo cambio cultural para la reconfiguración de relaciones. Romper con el individualismo y la competencia extrema para darle un nuevo valor a la solidaridad (lo cooperativo y lo colectivo).
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Aunque La otra Colombia posible es un libro mayormente dirigido a universitarios, permite una comprensión global de las acciones que juntos podemos construir para romper el doloroso vínculo entre injusticias y violencia. La autora, atravesada por lo que impone su trabajo, se erige como una más de las receptoras de estas reflexiones y nos habla de sus anhelos por dejar de ser la “generación de la guerra”.
Ser de la “generación de la guerra” me puso a pensar: en medio de los traumas que heredamos, los miedos, cómo en una adolescencia en los 90′s se nos hacía impensable protestar, quizá crecimos con resignación frente al poder público, político o ciudadano. Pero me falta en esa sensación un raciocinio sobre mayorías o minorías: ni siquiera en el peor momento de la historia colombiana la mayoría estuvo o estuvimos involucrados en la violencia, entonces creo que la sensación que puedo compartir con Natalia es que fuimos “paridos” por una guerra, “amamantados” con noticias de masacres, tomas, secuestros y bombas. En todo caso, no es tan fácil simplemente declararnos como inocentes.
Detrás de la fatiga de una mayoría sobre el conflicto armado, la violencia o incluso los acuerdos de paz, se encuentra el repudio y la vergüenza con la que hemos venido llevando una historia dolorosa. Lo valioso de la comprensión que hay en La otra Colombia posible es que nos puede llevar a otras micro-decisiones. Podemos vislumbrar la alternativa: un camino a la solidaridad y a relacionarnos distinto, empezando con el gesto cotidiano. La única forma de enfrentar la impotencia es con la ilusión del paso a paso en lo concreto, pequeño y cotidiano, pero de grandes transformaciones, como pasa con Agua para la Vida, ECIP o Finca Veleña.
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