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La raza negra que sueña con ser blanca

“Miriam miente”, película dirigida por Natalia Cabral y Oriol Estrada, refleja una problemática social en República Dominicana asociada al racismo y su infiltración en las comunidades afros.

Andrés Osorio Guillott y Laura Valeria López

24 de junio de 2020 - 03:47 p. m.
Dulce Rodríguez, quien aparece acostada en la imagen, interpreta el personaje principal de “Miriam miente” (2018).
Foto: Archivo Particular
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A lo largo de la historia, las culturas y sociedades se han visto sometidas a la división de clases y de raza. En América esta división social es más evidente. Con la llegada de los europeos a “las nuevas Indias” se fue forjando, hasta el día de hoy, una negación de las razas que no fueran blancas, que no fueran de “sangre aria”, hasta el punto de que los mismos negros e indígenas se autodiscriminaran por encajar en un país mulato gobernado por blancos.

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Por ejemplo, República Dominicana ha sido dominada siempre por blancos. Al respecto, Natalia Cabral, una de las directoras de la película Miriam miente, afirmó en una entrevista realizada para la página web de la película, www.pacopoch.cat, que “no es difícil encontrar en República Dominicana imágenes, sonidos e historias que nos sitúen frente al lamentable espectáculo de las diferencias raciales. Los blancos allá son la minoría, pero tienen todo el poder, mientras que los negros tienen muy poco y deben usar uniforme para sobrevivir a merced de los ricos”.

Esta cinta, que hace parte del Festival Cicla, organizado por la Cinemateca Distrital de Bogotá en alianza con el portal Retina Latina, narra la historia de cómo una familia de clase media se esmera por dejar en alto la celebración de los quince años de Miriam. Este núcleo familiar está compuesto por la abuela, el tío y la madre de Miriam. Todos tienen un color de piel canela menos la protagonista, que es negra por las raíces de su papá. En esta fiesta también se celebrarán los quince de Jennifer, la mejor amiga del personaje principal, quien se encuentra en una situación económica un poco más cómoda y, por ende, se sitúa en una familia blanca que simboliza a la élite.

En el hilo de la historia, Miriam comienza a entablar una conversación con un joven por medio de una red social. Con el pasar de los días decidieron tener una relación y conocerse. Como es costumbre en República Dominicana, las quinceañeras deben bailar con su pareja, así que ella invitó a Jean-Louis a su cumpleaños. Todas las personas cercanas a Miriam estaban ilusionadas por conocer a su novio, en especial su mamá, quien creía que podría ser el hijo del nuevo agregado cultural francés de la ciudad. El día del encuentro Miriam se da cuenta de que su pareja es negro al igual que ella, así que decide evitarlo e inventar cualquier excusa para justificar su ausencia en los ensayos y, al final, en la fiesta.

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Este filme evidencia las contradicciones de un país poblado, en su gran mayoría, por mulatos y negros. Una raza que añora volver a nacer con otros orígenes, con la herencia de los mismos que se aprovecharon de ellos y que los discriminan simplemente por su color de piel. Esta película está basada en una etapa de la vida de Natalia Cabral: “Conocí a un chico por internet e inconscientemente esperaba que fuera blanco. Luego, cuando acordamos vernos en un lugar público, vi desde lejos que era negro, no acudí a la cita y nunca lo volví a ver”.

Tanto Jean-Louis como Miriam son producto de una sociedad que siguió perpetuando las dinámicas de la colonización. Esa cultura heredada y eurocentralizada rechaza, en casi toda América Latina, las propias raíces, al punto de que las comunidades indígenas y afrodescendientes terminaron siendo discriminadas y subestimadas en un territorio que siempre fue de ellos.

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Un choque cultural, un rechazo a la identidad. Ser extranjero del propio cuerpo y de su propia idiosincrasia. Así vive Miriam, quien en distintos planos evidencia la tristeza de una niña que se hace consciente de las cargas simbólicas que trae ser afrodescendiente en un mundo que permitió que el discurso de las élites blancas y europeas calara en el cine, la publicidad y otros contenidos y espacios masivos de consumo y comunicación, logrando que sociedades diversas y multiculturales, como lo suelen ser a lo largo y ancho de nuestro continente, olvidaran su pasado, negaran sus raíces y causaran así un extravío de nuestra propia identidad.

En tiempos en que la muerte de un ciudadano como George Floyd a manos de la Policía causa el despertar de las comunidades afros en el mundo, esta película logra sintonizarse con un instante convulso, con un momento en el que muchos tumban las estatuas de los que por años fueron vistos como héroes en los libros académicos —pues en la educación también hubo una penetración de la colonización, ya que los relatos anteriores a la independencia de nuestros pueblos fueron narrados como conquistas y no como saqueos y erradicación de nuestras costumbres y creencias— y no como verdugos y protagonistas del fin de muchas tradiciones indígenas.

Que sea una niña como Miriam quien cargue con la consciencia de una problemática que se asentó en las estructuras de nuestra organización social y cultural sugiere entonces que, como comunidades, hemos olvidado el valor de inculcar nuestras raíces para enderezar el camino de nuestra sangre y reivindicar el orgullo de esa pluralidad llamada América Latina.

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