:format(jpeg)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/MMPVAMUXOJFWJOQ3DOUWIFJ3NM.jpg)
La guerra también es la protagonista de esta historia. Una guerra lejana para nosotros. Una que ocurrió a miles de kilómetros de distancia. Una que quizás ni nos explicaron en nuestra clase de historia. Una que involucra a dos Estados. Al zarato ruso y a la república de dos naciones. Rusia y Polonia, si queremos hablar en términos “actuales”. Moscú y Varsovia eran las capitales de aquellos territorios, para la época a la que queremos remitirnos. Para los tiempos en que Ucrania quedó en el medio. Para los días en que ambos Estados se disputaban un mismo país. La guerra ruso-polaca de 1654. Esa que finalizó en 1667 gracias al Tratado de Andrusovo. Entonces Ucrania se dividió en dos, así como le sucedió a Alemania en 1948. Pero todos querían a Kiev, la actual capital de Ucrania. Y se llegó a un acuerdo. Hasta 1669 esta ciudad estaría en manos rusas, luego pasaría a ser anexada a Polonia. Pero no fue así porque hubo un documento adicional. El Tratado de Paz Eterna.
Y pasó el tiempo y llegó el Imperio Ruso, y ahí también Kiev estuvo anexada a este Estado. Moscú y Kiev “unidos” como si fueran “hermanos”. Aunque entre hermanos también surgen los odios. Caín también mató a Abel, dirían por ahí. Cada día Kiev se iba volviendo un poco más “rusa”. Tanto así que en 1840 se puso fin al estatuto de Lituania. Aquel que reunía tres códigos legislativos que para nada tenían que ver con los rusos porque habían surgido bajo el Gran Ducado de Lituania y la República de las Dos Naciones; cuando Polonia y Lituania eran una sola. Pero las aboliciones siguieron de moda años más tarde. A un tal Alejandro II de Rusia a quien le llamaban emperador se le ocurrió una idea que se materializó en forma de edicto en 1876. Ucase de Em, fue el nombre como se le conoció a aquel papel que prohibió el uso del idioma ucraniano en diferentes ámbitos como obras de teatros, universidades y colegios. Sin mencionar que no estaban permitidos los textos en este idioma. Aquella decisión no se había tomado a la ligera. Tenía una razón de ser. Al parecer en Kiev había surgido un grupo de hombres que se había dedicado a publicar estudios relacionados con etnografía ucraniana. Y aunque aquellos trabajos fueron compartidos en ruso, eran una amenaza. Kiev pertenecía a Rusia. Ucrania debía quedar en el pasado.
:format(jpeg)/s3.amazonaws.com/arc-authors/elespectador/09f23c29-006f-4e7a-8052-540a05f81398.png)