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La Sevilla que reza

Decir que Sevilla tiene 125 recintos católicos y que además se encuentran musulmanes, evangélicos, testigos de Jehová, mormones o judíos, es el primer indicio de que da importancia a la fe. La religiosidad y Andalucía son indivisibles, desde su arquitectura, sus fiestas patronales hasta las creencias de su gente. A los andaluces no solo los mueve el flamenco, sino un arraigado sentido de la espiritualidad.

Lorena Guerrero Moreno

04 de enero de 2021 - 03:11 p. m.
Panorámica de la ciudad de Sevilla, España.
Foto: Lorena Guerrero Moreno
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Mucho da cuenta de la tradición católica que predomina, en la que santos y vírgenes salen de los templos para apoderarse de los muros de las casas, de los nombres de las calles o de las tiendas de esculturas religiosas del centro. Fue en una freiduría de Triana que conocí a Gerardo, que refrescaba la tarde con una Cruz Campo porque hasta en la cerveza está presente el cristianismo, un artista plástico que literalmente se quedó vistiendo santos.

Él, de pelo engominado, gafas de sol, mocasines y bléiser, a pesar de los 30 grados, me convidó a la mesa de sus amigos, con esa hospitalidad y galantería tan sevillanas. Cuenta que, aunque eligió otra carrera, no podía parar con esa práctica de sus antepasados de preparar los diseños para estas celebraciones.

Oficios poco usuales tienen una escuela de recorrido en Sevilla: los imagineros y los vestidores de vírgenes, por ejemplo. Los primeros, que esculpen y pintan las imágenes los santos, y los segundos que, como Gerardo, se encargan de bordar la indumentaria y ataviar las vírgenes para su ajetreada agenda. El mayordomo también cumple un rol especial, una figura parecida a la de un contador, pero dedicado a administrar los bienes de la hermandad y custodio de las joyas de las vírgenes.

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También está el nazareno, educado en la pasión por la Semana Santa, el líder de ropajes blancos con capa y antifaz, que en las imágenes se asemeja más a un verdugo del Ku Klux Klan que al buen samaritano que guía su manada. Costaleros, servidores, pregoneros, son otros personajes que tienen su lugar dentro de esa élite religiosa de Sevilla, una población que todavía acude a misa luego del trabajo, que encomienda su protección a los santos y que cobija sus familias en hermandades y cofradías; aquellos grupos de fieles cristianos que se unen en torno al culto, la penitencia y las obras sociales.

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En una calle de Sevilla, España.
Foto: Lorena Guerrero Moreno

No todo es catolicismo y es así como se puede realizar una ruta judía, que pasa por los barrios Santa Cruz y San Bartolomé, levantados sobre antiguas sinagogas. Estas a su vez ocuparon el lugar de las mezquitas que cedieron los musulmanes a la comunidad de herencia hebrea, tras la reconquista de la ciudad. Una extensa historia del reciclaje de templos en función de cada creencia.

Aunque la gitana no es una religión y más bien se adhiere a la que haya según el lugar donde se establece, este legado del más allá y sus prácticas también se ve en su culto a los muertos o las supersticiones con la que se asume el día a día.

Esa naturaleza politeísta de la capital andaluza se reconoce en su Catedral. Su periodo islámico, el católico y su posterior historia como el Puerto de Indias, de donde partió Colón hacia su expedición a América. Desde que sus primeras murallas se cimentaron en el siglo XII, con la intención de ser el minarete de una gran mezquita almohade (hoy la estructura de La Giralda), la Catedral ha tenido un lugar protagónico en la vida urbana.

Luego de su construcción, sería una de las principales catedrales católicas del mundo y el más grande edificio gótico de Europa. Esculturas, vidrieras, más de ochocientas pinturas, tejidos finos y su altar enchapado en oro. El Tesoro de la Catedral, como en el Vaticano, genera entre maravilla y desconcierto ante tal opulencia que recuerda su origen en el saqueo de América.

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Solo en Triana le rinden culto a la Virgen del Patrocinio y a la hermandad del Cachorro, también llamado Cristo de la Expiración, mientras que en el resto de Sevilla también se encuentran otros templos representativos como Basílica del Gran Poder y de la Macarena, conocidos entre el pueblo como el señor y la señora de Sevilla. La iglesia de Santa Cruz, la de Santa Ana o la Basílica Colegial de El Divino Salvador; son otras de importancia, cada una de ellas con su correspondiente hermandad.

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Entre 1247 y 1248, tropas cristianas de Fernando III de Castilla conquistaron Sevilla.
Foto: Lorena Guerrero Moreno

Coquetos, vanidosos o parranderos, ese es el cliché de los sevillanos; rezanderos también. Sorprende que en las iglesias no solo se ven septuagenarios, sino uno que otro joven que aún se acoge a esas costumbres. Gerardo, que aparenta unos 36 años, menciona que la primera imagen que se vistió fue Nuestra Señora de los Reyes, la patrona de Sevilla, y desde allí se extendió la práctica incluso fuera de Andalucía.

La doble moral es un modo de vida normal en el Sur. Eso de quien peca y reza empata está más que interiorizado en la cotidianidad de quienes se ven en el día prendiendo velas al santo de su devoción y unas horas después se entregan, sino a otros pecados capitales, al menos al de la gula. Es en La Campana, una dulcería del centro, donde me como una descarga calórica de nombre San Marcos. Allí se reúnen los sevillanos para tomar el té y de paso para actualizarse en los mejores chismes de la política y la vida social.

Iba con la esperanza de gozar de cuenta de la jarana, pero, aunque no viajé en Semana Santa ni en el Corpus Christi ni durante la celebración de la Virgen de los Reyes, la pandemia hizo que me adentrara en esa Sevilla devota o ‘capillita’, como ellos mismos la llaman, que concentra su propósito en estar reunida en comunidad, que mantiene su fanatismo más allá de sus festividades y que conserva una fe de carácter alegre, muy distinta a la concebida como austeridad y recogimiento.

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Por Lorena Guerrero Moreno

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