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La Sirenita: el cuento que fue una declaración de amor homosexual

La película de Disney se inspira en la historia de Hans Christian Andersen, quien se había enamorado de su mejor amigo, un hombre que no lo correspondía. Al final, La Sirenita fue una forma de aliviar un amor contrariado.

20 de septiembre de 2022 - 06:17 p. m.
Halle Bailey en su interpretación de Ariel en la versión de imagen real de "La Sirenita".
Halle Bailey en su interpretación de Ariel en la versión de imagen real de "La Sirenita".
Foto: Cortesía: Disney

La nueva versión, en carne y hueso, de La Sirenita ha suscitado revuelo en las redes sociales, tanto positivo como negativo. La elección de una actriz afrodescendiente para el papel protagónico ha sido motivo de algunas personas, entre ellas, niñas pequeñas que celebran que haya una princesa con su mismo color de piel. Sin embargo, para otras, esta decisión se distancia demasiado de la versión de la historia que conocían, aquella película animada en la que la sirena tiene la tez blanca. Algunas incluso han tomado como argumento el cuento original en el que se basa la cinta, escrito por Hans Christian Andersen, un autor danés. Aunque este último dato es conocido, la historia que motivó al escritor a narrarla lo es en menor medida.

Andersen (1805–1875) escribió no solo La Sirenita, sino cuentos como El patito feo y La reina de las nieves, pero aseguró que el primero fue el único que lo hizo sufrir. El cuento, y sobretodo el personaje principal, tiene bastantes similitudes con la vida del autor. La Sirenita es una criatura que renuncia a una parte de su cuerpo, a su cola de pez, para apostarle a una relación amorosa con un humano.

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La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie”, se lee en el cuento de 1837. La Sirenita espera ansiosa su cumpleaños número 15 para ”conocer el universo ignorado”.

De manera similar, el mismo Andersen soñaba con conocer un mundo y un amor que no estaban a su alcance. Según se percibe en sus cartas, el autor estaba enamorado de su mejor amigo, Edward Collin. “Languidezco por ti como por una linda moza calabresa [...] Mis sentimientos por ti son los de una mujer. La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben seguir siendo un misterio”, le escribió. Sin embargo, este era un amor contrariado. Su amigo era “incapaz de responder a ese amor”, como lo escribió en sus memorias. El escritor danés escribió, además, en su autobiografía que se le dificultaba sentirse cómodo en su pueblo. Constantemente era agredido por otros jóvenes, que le preguntaban si era hombre o mujer.

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En el cuento, la Sirenita no solo renuncia a su voz, sino a la vida misma: “¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola”, le dice la Hechicera de los Abismos. Y en efecto, así fue. El Príncipe se casa con otra mujer. “La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada”, cuenta la historia.

De manera similar, Andersen vio a Collin casarse con una mujer. La Sirenita y el autor sufren en silencio y aceptan con dignidad las decisiones que han tomado sus enamorados. Tanto es así, que en el cuento, la protagonista no es capaz de asesinar al príncipe para salvarse a ella misma: “Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma”.

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A diferencia de la Sirenita, su autor siguió con su vida. Más adelante, se enamoró del duque Carl Alexander, a quien le escribió en 1848: “Esta vez sentí que eras aún más ardiente, más cariñoso conmigo. Cada pequeño rasgo se conserva en mi corazón. Aquella fría tarde, cuando tomaste tu capa y la arrojaste a mi alrededor, no sólo me calentó el cuerpo, sino que hizo que mi corazón brillara aún más”.

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