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La sombra etérea de Carlos Ruiz Zafón

Un cáncer fue la causa del fallecimiento del autor español a sus 55 años, ayer. Su tetralogía del “Cementerio de los libros olvidados” perpetuará su voz en la literatura universal.

Andrés Osorio Guillott- Laura Valeria López Guzmán

19 de junio de 2020 - 06:46 p. m.
Carlos Ruiz Zafón llegó a ser el autor más leído en España después de Miguel de Cervantes Saavedra. / Agencia EFE
Foto: Agencia EFE
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“La atmósfera es lo más importante”, decía para citar a Orson Welles, uno de sus referentes en la cultura. Su entorno tenía varios matices de blancos: el de la hoja y el de las teclas de su piano. Su composición era doble, pues el sonido metálico de su aliado era prólogo y también epílogo de su escritura, reafirmando así que las artes son capaces de convivir en armonía, reafirmando también que la literatura lleva siempre algo de música, algo de melodía para afinar el ritmo de una pluma que traza una historia como quien ubica las notas en un pentagrama.

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Cada vez que muere un artista recordamos el verso de Gustavo Adolfo Bécquer de la Rima IV, que dice que “podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”. Y podrá no haber escritores, pero siempre habrá literatura. Y aunque Ruiz Zafón haya partido del mundo por el cáncer que lo aquejaba desde hace tiempo, su literatura y sus historias ya dejan su testimonio y evitan su muerte final.

La sombra del viento (2001), El juego del ángel (2008), El prisionero del cielo (2011) y El laberinto de los espíritus (2016) son las novelas que componen la tetralogía del Cementerio de los libros olvidados, una imagen que nació de la visita del autor a una librería en las afueras de Los Ángeles, donde se topó con ese paisaje nostálgico del polvo custodiando los libros, sugiriendo que las bibliotecas terminan siendo esos espacios en donde hay algo de eternidad, pero también algo de olvido.

Adaptando la fuerza de aquella imagen a su natal Barcelona, Ruiz Zafón logró construir una de las obras más icónicas de la literatura del siglo XXI. Lo místico y lo gótico se encuentran en una ciudad que sigue siendo narrada, que sigue siendo el destino de muchos autores que ven en esas calles, que son testigos del paso de Gaudí, un escenario ideal para la construcción de personajes y tramas que terminan por cargar, como es en el caso de Ruiz Zafón, con las inquietudes más profundas del ser humano.

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No es casual que en el transcurso de su vida haya incursionado en quehaceres y oficios que eran parte de su relación con la ciudad condal, como redacción de copys publicitarios, guion para cine y, finalmente, como literato. Durante este periplo entre artes y oficios, que implicaban un mundo social activo en la medida en la que se aproximaba a su verdadera vocación, fue disminuyendo su interés por la vida pública, aspecto que lo llevó a vivir en un ostracismo que generó controversias, que al final se fueron disipando por la calidad de su obra y las pocas ocasiones en que se dirigió a sus seguidores. Parece como si hubiera hecho eco de su tótem, representado en la figura del dragón que vive aislado del mundo, pero que en cada aparición aplacaba y asombraba a sus asidos lectores con el fuego de su creación. Fuego literario que ha iluminado aspectos de su ciudad, de su gente y de su país, acompañados de un juego de luces y sombras con críticas y paradojas sobre el espíritu de la época, que lo atraviesa con grandes interrogantes acerca de la condición humana. Así lo comentó en un entrevista para el diario El País: “En los últimos años se nota una desesperanza histriónica, que no sé hasta qué punto es real. Lo que pasa es que este país está acabando de hacer la transición. Hay una evolución demográfica que crea desajustes traumáticos, por eso vivimos este momento extraño, que desde fuera parece una histeria colectiva. Mucha gente me pregunta: ‘¿Por qué se pelean tanto ustedes en España?’”.

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Aunque no se conocen las razones verdaderas por las que Ruiz Zafón terminó viviendo en Los Ángeles, resulta llamativo que el trasfondo de la mayor parte de su obra, representada en su tetralogía, esté pintada en un lienzo donde se encuentran las vivencias, emociones y reminiscencias de su niñez en una Barcelona amada a la que volvió una y otra vez, como quien visita a su madre recurrentemente en tiempos complejos.

Su literatura custodia sus luchas y sus visiones de un mundo que, por la inmediatez del sistema reinante, se acerca más a una pérdida auspiciada por lo efímero y no a lo imprescindible de trascender desde los pequeños actos. La Barcelona retratada, que habitó desde sus letras y recuerdos, es desde hace años otra ciudad literaria que guarda en sus calles las sombras del viento y las hojas de aquellos libros que padecen la peste del olvido.

https://www.elespectador.com/noticias/cultura/amalia-andrade-habla-sobre-la-ansiedad/

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Por Andrés Osorio Guillott- Laura Valeria López Guzmán

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