Decidir si el mundo se está acercando cada vez más a “1984″, de George Orwell, o a “Un mundo Feliz”, de Aldous Huxley, es un debate inacabado. Ser controlados por la opresión impuesta exteriormente o mediante el amor a dicha opresión parece entremezclarse en forma de videos que suben y bajan como ruletas de casino y datos personales que son usados constantemente para adaptarse a nuestros aparentes intereses.
Los personajes de “Un Mundo Feliz” viven, al parecer, en una utopía. La guerra y la pobreza han sido erradicadas y todas las personas son permanentemente felices, asumiendo el rol que les ha sido asignado. La plenitud ha sido alcanzada, pero a costa de la libertad individual. Es un mundo en el que nadie es como debería.
En Avenida Chile también se terminó la libertad de ser uno mismo, uno mismo y desagradable, pues ahora la puerta del centro comercial sólo se abre si sonríes. Tienes que guardar detrás la pelea que has tenido con tu esposo, el regaño que le diste a tu hijo, las malas notas que sacaste en el colegio y el burnout del que aún no te has recuperado. Debes pararte recto, estirar el cuello a lado y lado y mirar fijamente la cámara. Seguramente tienes que recordar la vez que tu abuelo te alzó para bajar una manzana del árbol, o el beso que le diste a tu primer amor, ese que luego sería sólo platónico. O puede que hayas practicado tanto el esconder la oscuridad que llevas dentro, que la sonrisa te sale natural.
Entonces, te convences. Te convences de que todo está bien y, lo que no, mejorará. Te convences de aquel refrán, de ese que dice que después de la tormenta, siempre llega la calma. Ese mismo que te ordena que debes seguir caminando. Y entonces, caminas. Caminas porque las puertas de Avenida Chile se han abierto. Caminas con inercia hacia adentro, porque no puedes dejar para mañana la diversión que puedes tener hoy, como dijo Huxley en la novela. Entras sonriendo y, por ende, te conviertes en tu propio villano, ese que ama la servidumbre y nunca ha soñado con la revolución.
Te convences de que ser feliz es un deber, al vivir en una época tan llena de oportunidades y divertimento que sube y baja en forma de ruletas de casino; pero hasta de la felicidad hay que descansar. Por eso, al comienzo, no sabes qué es ese vacío que sientes. Luego, poco a poco, como el monstruo que sale de debajo de la cama, te das cuenta de que es la necesidad de peligro, de libertad, del pecado que llega en forma de sufrimiento. De ese vacío que se contrapone a la felicidad falsa es que te protege y te priva aquel mecanismo de apertura en Avenida Chile.