CAPÍTULO 9
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Martes 29 de diciembre de 2020 Cárcel El Buen Pastor, Bogotá.
SONIA PATRICIA OLARTE LAGUNA
Delito: Hurto agravado y calificado
UNA VIDA PERRA
“Estoy cuidando a mi compañera presa que anda en silla de ruedas. Me la paso con ella, la baño, le lavo la ropa, le aseo su celda, ese movimiento diario me tiene delgada. En época de pandemia la profe Patricia nos ha hecho falta a todas. Aquí nos ponemos a cantar…
Tengo una niña pequeña que mi papá, que también está en silla de ruedas, la estaba cuidando, pero él le pegaba mucho, ahora la niña me la cuida mi otra hija que tienen catorce años. Un día hermano fue a ver a la niña y la encontró toda llena de piojos, moreteada, ella es una pequeña de ocho años, entonces hablé con la abuelita de ella, mi ex suegra y le dije que me colaborara siquiera un mes que yo miraba que hacía más adelante. Ella vende “líchigo” en la plaza del barrio San Francisco en Ciudad Bolívar al sur de Bogotá.
Yo estoy en el patio tres, tengo treinta años de edad, llevo tres años presa y me condenaron a setenta y dos meses. Esta es la primera vez que estoy detenida, entré al Buen Pastor, el 12 de diciembre de 2018, por el delito de hurto agravado y calificado. Me capturaron sola, ya mi esposo había sido arrestado.
Yo era consumidora de bazuco, marihuana y pepas, un día que no teníamos plata para consumir me fui con mis amigos y mi pareja a mirar qué robábamos para poder conseguir para comprar drogas. Nosotros robamos solo bodegas, ya le habíamos echado el ojo a una para meternos, reducir al vigilante y llevarnos las cosas. Entonces nos introdujimos, cuando yo ya estaba para salir, el vigilante se nos soltó y se vino a pegarme, yo cogí y le pegué con el revólver en la cabeza. Yo que le pego y cuando volteo a mirar la policía estaba detrás mío.
Parece que la policía sabía que nosotros nos íbamos a meter porque habíamos dado mucha “boleta”. Nosotros miramos demasiado, a qué hora cerraba, a qué hora abrían, quién se quedaba, quiénes salían. Allí tenían un perro grande como de raza Beethoven, sabíamos que el animal no nos iba a hacer nada y nos metimos.
En el momento en que estábamos robando la bodega nosotros nos mirábamos y nos reíamos. El vigilante lloraba y nos decía que no le hiciéramos nada, yo le decía, ¿cállese!, si usted no hace nada, no le hacemos nada. Le hablaba con el revolver en la mano. El policía me quitó el revolver y se lo robó, eso me sirvió para el proceso penal porque donde a mí me hubiesen cogido y acusado portando un revólver, la pena había sido mayor. El policía entregó lo que nos robamos, pero no entregó el revolver.
Yo agradezco que el policía me haya robado porque si no, mi condena habría sido más grande, ese atraco fue en el barrio San Francisco de Bogotá, en el mismo barrio en donde vivíamos.
Yo comencé a consumir droga desde mis trece años de edad, ya no estaba estudiando, ya me había ido a vivir con el papá de mi hija mayor, eso fue luego del fallecimiento de mi mamá, él tenía diez y ocho años de edad, nos distinguimos en la calle por los lados de la casa, éramos vecinos. Yo soy bogotana y mis padres también, solo me queda mi papá, pero es como si no estuviera. Yo no quiero saber nada de él cuando salga de este lugar.
A mí, el único que me visita es un novio que tengo, él me pidió matrimonio, me caso cuando salga, el no falla visita y menos la conyugal. A mí me ha ido bien aquí, porque con la profe Patricia y mis compañeras del coro, este lugar me rehabilitó.
Desde que llegué a la cárcel no volví a consumir, solo fumo cigarrillos y tomo tinto, no meto droga ni tomo chicha. Llevo tres años sin consumir, porque si lo hago la profe Patricia me tira un zapato…
El día que nos capturaron, nos llevaron y al otro día nos soltaron, teníamos que presentarnos periódicamente, yo me presenté dos veces a la tercera no fui y entonces me expidieron una orden de captura.
Ese día, yo salía de la “olla” de comprar una “bomba” de bazuca, cuando iba para donde yo me la pasaba consumiendo, llegó un policía, me pidió la cédula, le dije que no tenía, me tomó la huella y ahí salió mi orden de captura. Eso fue el 12 de diciembre. Pasé solo el día de las velitas con mis hijas, el 24 y el 31 ya estaba presa. Conozco mucha gente que consume que no han podido salir de la droga, yo si pude.
Acá han llegado muchas compañeras de la calle y me miran y me dicen, Sonia, usted, ¡cómo ha cambiado! Yo pagaba un apartamento con mis hijas porque era madre cabeza de familia, compraba lo de la casa y lo que sobraba me lo consumía, estaba llevada… Cuando llegué a la cárcel era como una consumidora de la calle, todos los días metía, yo dejaba a mis hijas comidas y dormidas y salía y me iba a darle al vicio…
A la mañana siguiente llegaba a la madrugada, arreglaba a mis hijas y las llevaba para el colegio y luego seguía consumiendo. Nunca perdí la responsabilidad de ser madre. Yo caí en la droga por el desespero de estar sola, nadie me ayudaba, mi papito se había enfermado fue cuando cayó en la silla de ruedas. Tengo un hermano consumidor que es indigente, el otro tiene a su esposa, tienen plata, tienen carro, tienen de todo, pero él nos dio la espalda.
Imagínese, yo sola con mis dos hijas, mi hermano consumidor perdido y mi papá en silla de ruedas, yo desesperada robaba y me iba a tomar y cogí el vicio, traté de no preocuparme por la plata, por el arriendo, por mi papá. Qué los medicamentos, qué los pañales… La droga se convirtió en mi desahogo.
Comencé raponiando, luego cogía a la gente de “quieto”, pero nunca los puñaleé porque yo tengo familia. Yo les pegaba, pero no como hacen ahorita que le dan con toda. Yo tengo con mi hermano el indigente no quiero que me le pase nada… Él vive en la calle en el barrio San Francisco, vive debajo del puente, a mí me lo cuidan en la calle.
Yo llamo a mi hija, me llegan mensajes que dicen, que mi hermano está muy loco, entonces le digo a Paula que me busque a su tío, él tiene veintiocho años de edad. Cuando lo encuentran me llaman y le digo Leonardo qué es lo que está pasando con usted. Me dice, Sonia ayúdeme, le digo papi, pero yo no puedo, me dice, búsqueme una fundación de allá… Yo no quiero estar más en la calle, le digo, espéreme que el otro año yo salgo. Mi papá no lo quiere recibir, mi hermano Rodrigo lo recibe, pero su esposa no, dice que, qué asco con un indigente en la casa, con un “desechable” en la casa…
A mí en la calle me apuñalearon y me rompieron la cabeza. En el asfalto así usted no se meta con nadie, la gente se mete con usted, porque uno consume drogas y toma licor. Uno tiene que acostarse con un man porque uno es mujer, uno tiene que acostarse con los de la olla, tiene que acostarse con el que vende la droga… Conmigo no, para eso yo robaba para estar con mi compañero no para costarme con cualquiera. A mí me quieren mucho en el barrio San Francisco. Yo siempre me he dado a respetar y respeto a las personas. A mis hijas me las cuidan en la calle.
Donde yo tenía la carreta de mercado, mis hijas trabajan ahí, vendiendo su “líchigo”, y mis amigas están pendientes de mis hijas. Me dicen, Sonia su hija se parece mucho a usted, cómo está de bonita. El papá de la hija mayor está preso en Villavicencio por otras cosas, nosotros nos comunicamos. El papá de la bebé si, ¡ni más!, la niña no tiene ni el apellido, él era un señor trabajador. Con él yo ya había cambiado, había colocado un negocio de tinto y cuando quedé embarazada ya no volvió.
Cuando mi mamá muere, yo quedo al frente porque yo soy la mayor de los hermanos, dejé mis estudios y comencé a ayudarle a mi papá con mis hermanos. Mi padre tuvo descalcificación en la columna vertebral, él ya no tiene columna, a él toca darle la comida, colocarle pañal, colocarle la sonda, mi papi tiene sesenta y dos años de edad.
A nosotras nos dijeron en la cárcel que, si queríamos anotarnos para el coro de la iglesia, yo lo hice porque me fascina cantar. Estábamos en el coro de la iglesia cuando, de un momento a otro, nos llamaron y no teníamos clase con el profesor de la iglesia, pero nos llamaron. Nosotras creímos que el llamado era para el coro de la iglesia. Fuimos muchas internas, cuando estábamos sentadas entró la profe Patricia… Nosotros nos quedamos mirándola y dijimos, ¿esa señora quién es?
Preguntamos por el profe del coro y nos dijeron, no está, ahora es con ella, ¿y quién es esa mujer? Cuando ella se presentó, nos dijo, mucho gusto, soy Patricia Guzmán, soy una soprano. ¿Soprano? Dije yo. Ella nos dijo que ella no cantaba música católica… Cuando le da por cantarnos… ¡Dios mío! todas llorábamos, nosotras estábamos acostumbradas a cantar canciones católicas y ellas nos sale con ópera, nos sale con esa voz tan hermosa. Todas quedamos asombradas, nos mirábamos, todas llorábamos… La profe nos dijo que si queríamos quedar en el grupo y todas dijimos que sí.
Luego nos presentó a sus hijos, que la acompañaban en el trabajo del coro. A cada una nos tocaba cantar algo, yo canté una canción de Celia Cruz, ella canta duro y mi voz es gruesa, la profe me dijo que yo tenía buena voz, que tenía talento, y desde ahí me quedé en el coro con ella… Aunque a veces nos pega…, dice Sonia, a manera de broma.
La profe Patricia cuando nos confrontaba nos hacía llorar, cuando nos cotejaba con nuestra vida y nuestra realidad. A mí me daba mal genio porque no podía hacer algo y ella me gritaba, me decía, cómo así que no puede, usted puede… Ese no puedo, no es de acá, esa palabra no es de acá, nosotros nos reíamos cuando la profe nos decía, van a empezar a cantar ópera, y cuando comenzamos a cantar ópera, era la profe la que se reía.
Yo salí a todas las presentaciones de la calle. Tuve un quiste y perdí un bebé, yo lavaba ropa, trabajo desde pequeña, desde que murió mi mamá. Yo era muy consentida. Un veinticuatro de diciembre dejé de consumir droga, en el patio en donde estoy casi no se consume. El día que dejé de consumir, miré al cielo y le dije a Dios, que, por favor, me ayudara con mis hijas, que si él me ayudaba yo dejaba la droga y que si la cárcel para mí era para algo bueno, que así lo recibía y no más. He sentido muchas veces las ganas de volver a consumir, me ha tocado durísimo, por eso fumo cigarrillo para detener esas ansias, también mantengo una coquita llena de dulces para mitigar la ansiedad.
Cuando me da la crisis por consumir droga yo sudo, tiemblo, comienzo de aquí para allá, y de allá para acá, las dragoneantes me ponen tareas, que lleve eso para el rancho, Sonia barra, me dicen. Ellas ya me conocen, me ayudan a superar esas ansias de alucinógenos. En el coro no me daba porque allí mantenía ocupada pensando, cantando, ensayando, por eso yo no me quedaba quieta… La profe me gritaba estese quieta, pero ella no sabía lo que me estaba pasando por dentro.
Al lado de mi celda hay unas muchachas que, como locas, meten marihuana y ese humo se mete a la celda en donde estamos nosotras, entonces yo comienzo a comer dulces y a ver televisión y me controlo, digo, no y no y no. Yo tenía un quiste que me mantenía con un estómago muy grande, por eso perdí el niño, pero se ha venido desvaneciendo, apenas salga de la cárcel me mando a operar, acá no lo quiero hacer, miren como quedó Elenita en silla de ruedas. En El Buen Pastor, otras dos mujeres quedaron, así como Elenita en silla de ruedas. Elenita no es la única, la señora Elsa, que yo cuido, tiene cincuenta y dos años, un día convulsionó, en sanidad de la cárcel le aplicaron una inyección, se la llevaron para el hospital y quedó en silla de ruedas. A Elsa le gustan las niñas y dice que yo le gusto, yo le digo que a mí no me gustan las niñas, pero me dan nervios con ella.
A nosotras nos da miedo que la profe Patricia nos deje, ya en pandemia nos alejamos por la prohibición de las visitas, nosotras no hemos acabado, nos falta mucho. En el patio yo me estreso mucho, hay mucha bulla, la capitana hizo un enredo y mandó a las consumidoras de droga para el patio en donde estoy. Ellas lo pasan consumiendo en las escaleras, en el patio, en una cancha grande, allí se lo pasan y fumen y fumen. El veinticuatro de diciembre me dijeron, vamos que arriba le tenemos lo suyo, les dije, no, yo ya no, ¿verdad Sonia? Me dijeron, les dije, yo me fumo un cigarrillo y bailamos, ese día, mis compañeros, me pusieron a interpretar canciones de Paulina Rubio.
Yo tengo una bronca con una compañera del coro llamada Johana Jaramillo, todo empezó porque yo tengo la voz más gruesa que la de ella y por orden de estatura se hacía al lado mío, y ella para subir el tono lo que hacía era gritar y me decía que me callara y que no cantara tan duro. En la presentación en la Plaza de Bolívar, delante de todo el mundo casi nos agarramos.
Estábamos cantando, “yo me llamo cumbia, yo soy la reina” … Cuando la canción llega a Colombia, hay que subir la voz, cuando subí la voz ella me tomó del pelo, yo disimulé y seguí cantando… Ahí se la sentencié, le dije, usted se está ganando que la “mechoneé”, y me dijo, pues ¡matémonos! Si hubiésemos peleado la profe nos había sancionado y yo no me quería salir del coro… ¡Sálgase usted! le dije, y la profe Patricia nos puso a pedirnos perdón delante de ella.
Cuando fui creciendo mi mamá se fue alejando de mí. Mi padre decía que las mujeres eran lo peor, cuando tuve mi primer novio mi papá me pegó muy duro, y me gritó que yo era una perra y que no era hija de él. Yo no sentí ese apoyo de decirle, papi tengo novio… Me llegó el periodo. Un día mi mamá me dijo que maldecía el día en que yo había nacido, ese día le dije, listo madre, si usted me maldice a mí, el diablo me va a bendecir más y me fui de la casa… Yo tenía diez años de edad, me fui para el centro de Bogotá. En ese tiempo mi mamá trabajaba en un restaurante de unos negros del Chocó.
En la calle probé el pegante, y ahí quedé atrapada hasta que en una redada de la policía buscando niños, me cogieron y me llevaron a una fundación. En ese tiempo mi cabello me llegaba más abajo de la cola y una policía me echó el pegante en el pelo. Yo quedé calva. Me llevaron a la fundación Renacer del barrio Verbenal.
En Renacer duré como dos años, mi mamá duraba hasta dos meses sin ir a verme, cuando lo hacía me llevaba Bom Bom Bum, y mi papá chocolatinas. Allá mis padres me dijeron que ellos iban a cambiar para mi bien. De la fundación me escapé y me fui para donde mi mamá trabajaba, allá llegué y mi madre me mantenía escondida debajo del mesón en donde vendía el “líchigo”. Luego mi mamá me llevó a la casa y mis hermanos me daban besos y me decían que jamás me volviera a ir del lado de ellas.
Una vez me le escapé de la casa a mi mami a jugar baloncesto, mi madre me pegó y me echó de la casa, entonces me fui para donde mi papi, me quedé con mi papá como tres días. Al cuarto día le dije que yo no quería seguir viviendo con él, que me devolvía para donde mi mamá, porque mi papá era alcohólico y fumaba marihuana, era un chofer mujeriego, era una porquería, y tiene una esposa que es una grosería.
Mi papá me dijo, no se vaya que yo le tengo algo para que se quede, le dije, ¿me va a dar un regalo padre? me dijo, si le voy a dar un regalo, pues ese regalo era que mi papá me quería violar en medio de sus drogadas. La dueña de la casa donde él vive, lo agarró a palo, me defendió y me sacó de la casa y me llevó a la policía, la policía me condujo a donde mi madre y me iban a llevar al Bienestar Familiar, ella les dijo que no porque ella se iba a encargar de mí. Al año de ese hecho, mi mamá murió.
Luego me junté con el papá de mi hija mayor, pero él era solo golpes, maltratos, y me pegué mucho a la droga. Yo lo veía y me daba miedo, me escondía, y yo lo pasaba en un puente y él allá iba a buscarme. La muerte de mi mamá fue lo peor. Para todos fue duro la desaparición de ella.
Posteriormente le pagaba a mi suegra para que se quedara con mis hijas, y yo me quedaba con mi hermano el que es indigente, tres o cuatro días debajo de un puente consumiendo droga. Lo único que hice fue no inyectarme, de resto consumí de todas las drogas, eso fue entre mis trece a mis quince años cuando lo dejé por mi hija.
Cuando mi hija tenía tres años, me separé del papá de ella y volví a recaer en el consumo. Yo salía y caía, salía y caía, y vine a dejarlo nuevamente hace tres años que fue cuando entré a la cárcel El Buen Pastor, entonces tenía veintiocho años de edad. Yo conocí el Cartucho, el Bronx, trabajé para ellos, les conseguía la droga, les guardaba los revólveres, era la mano derecha de los jefes “plumas” en el Bronx, con ellos duré seis años.
Yo andaba como una “desechable”, lo hacía para que la policía no me cogiera, era por estrategia para hacer lo mío, que era manejar la plata, la droga, los revólveres, y ya. Esa era mi tarea diaria. Cuando volvía a mi casa, me bañaba, me vestía como si yo no fuera consumidora y salía normal a la calle. Yo andaba disfrazada de indigente.
Yo me llevaba las “bombas” de droga, me iba para las residencias, yo consumía y vendía, pero en el tiempo que yo trabajé para ese señor, él nunca me tocó un pelo, como si lo intentó hacer mi propio padre, y mi jefe se drogaba, entonces me pegué mucho a ese señor, no sé si aún está vivo o muerto.
Cuando mi hija se enfermó me fui y ahí conocí al papá de mi hija menor. Me dediqué en el barrio a consumir y a robar, pero ya no volví al centro de la ciudad, ni tampoco a vivir ni a consumir debajo de los puentes del barrio San Francisco, El Paraíso, o de la Playa Meissen. Ahora trabajaba en las esquinas, yo intenté, para no robar, dedicarme al reciclaje, porque yo llegaba a la esquina y seguía robando… Robaba tiendas, negocios y bodegas… Esperábamos que cerraran los negocios y rompíamos las chapas. En la calle nunca me hirieron. Me dieron candela en varias ocasiones, pero gracias a Dios jamás me hirieron.
A mi marido si le han dado puñaladas, lo han herido con bala, pero cuando yo salía con él a robar nunca nos pasó nada. A mí el que me pegó y apuñaleó fue el papá de mi hija mayor, lo hizo muchas veces, me partió el tabique. Lo que no me pasó cuando robaba. Yo robé y fumé desde mis quince años hasta los veintisiete.
Cuando robábamos algo de valor y yo sabía que a mis hijos no les faltaba nada pues nos fumábamos esa plata. A mis hijos no les faltaba nada porque yo robaba leche, pan, arroz y aceite, en supermercados. Mis hijos tenían de todo, hasta un televisor que me había robado en una prendería. Tenían nevera, juego de alcoba, de todo… Y todo era robado. Tapábamos las cámaras de seguridad y nos llevábamos trasteos en camiones, el combo era con mi expareja y dos más que están ahora en la cárcel.
Yo corría más peligro porque era la encargada de endulzar al celador. Me les “partía”, les hablaba, y luego con el revolver yo misma les pegaba. Los manes eran todos morbosos y como yo no era fea, pues se “endulzaban”. Yo les pedía un tinto o los hacía tomar trago con pepas y quedaban todos bobitos, entrábamos y hacíamos la fiesta. Yo para eso no me drogaba porque me daba miedo que me volviera agresiva y si los tipos me iban abusar yo de pronto los mataba.
Nosotros nos movíamos muy rápido, cuando el celador reaccionaba nosotros estábamos en la casa descargando las cosas. Mi hija mayor sabía que yo robaba. A la menor me tocó contarle que estaba presa por haberle quitado algo a alguien. Mi hija mayor tiene su puesto de “líchigo”, lo vende le da la plata a su abuela, la abuela va y compra el mercado y mi hija lo vende, tiene su negocio propio. En una ocasión trabajé un año en un restaurante y lo que me gané en ese año, lo hacía en tres días, robando…
En otra ocasión tuve que pegarle a una señora. Yo la estaba atracando y le dije que se quedara quieta, entonces la señora me pegó un rodillazo y apenas la golpeé se quedó quietica, y me dijo, ¡llévese lo que quiera! Si, después que le di en la jeta perra, le dije… Y me llevé 300 mil pesos, y un teléfono celular. Lo que me sirve para llevar a la casa y sostenerla un mes, me lo hice en un día.
A mí los policías me decían “duende” y mis amigos Sonia la paisa. Los policías me correntiaban en las motos y yo les corría y cuando reaccionaban ya no estaba, o me tenían para ponerme las esposas les forcejeaba y me les perdía, me les subía las lomas en tacones.
Yo “tomasiaba” a los borrachos porque me daba rabia la gente morbosa, me acordaba lo que viví con mi papá, entonces los “tomasiaba”, los dejaba dormidos y me llevaba hasta la chaqueta. Nosotras las mujeres somos muy “habichuelas”, yo usaba pastas o gotas que dormía a los borrachos.
Yo robaba todos los días, todos los días fumaba, todos los días tomaba. Mis hurtos no bajaban de trescientos a cuatrocientos mil pesos diarios. Compré un lote que me lo quitaron, mi hija dice que la persona que tiene el lote no se lo quiere entregar, le llevó la policía y el tipo dice que ella le vendió la casa y mostró unos papeles, es una casa lote en el barrio San Francisco.
El abogado que me dio la Procuraduría me está ayudando a recuperar ese lote, él se llama Aldemar Guarnizo. Un día le robé a un señor corpulento una cadena de oro, lo “tomasie” y se la quité. Ese día me tocó sudar porque el man no se dormía, y el tipo estaba “arrecho” y bailaba conmigo y me lo restregaba, y yo le decía a Dios, ¡ayúdeme!, el hombre me llevó a residencia y allí dije, me tocó…
Yo decía esa cadena es para mí, eso fue un diciembre, tenía dijes con la letra cursiva de la esposa y de él, y yo dele y dele… Entonces yo llamé a una supuesta amiga, pero era mi pareja y le dije que el man no se quería dormir, le pregunté que, ¿qué hacía?, me dijo péguele un cachazo, le dije que no tenía el revólver allí, entonces mi pareja me dijo, pues defiéndase como pueda “perra” y me colgó… Dije me tocó aquí estar con este man. Ese señor me daba asco.
En determinado momento el tipo me dijo, tengo sueño, me voy a bañar, yo pensé, el agua lo va a despertar, entonces le dije que pidiera ron y un tinto, y le mezcle otras pepas con ron y tampoco se dormía, entonces le dije vaya báñese, yo ya estaba sin ropa, el man vuelve y comienza a besarme, y el man se quita la cadena, yo me quedo mirándola, cuando el man se me cae de la cama. Yo me paro, lo miro, y le digo ¿qué tiene?, levántate… Y el tipo comenzó a roncar como un león, a mí me dio miedo.
Cogí la cadena, me vestí, bajé la escalera y la recepcionista me dijo, usted no puede salir si su pareja no le da permiso, yo le dije, el señor se quedó dormido, me dijo, despiértelo, le dije, ese man no se despierta sino hasta el otro día, ya eran como las cinco de la mañana. Le insistí, señorita déjeme salir, me repitió no la dejo salir si su pareja no le da el permiso, entonces me subí le quité la plata al tipo como ochenta mil pesos, y volví a donde la señora y le dije, mire yo estoy peleando con él y no quiero despertarlo, entiéndame además ya me da asco ese man, me puse a llorarle, le dije que me ponía los “cachos”, que me tenía aburrida, que esa era la reconciliación, entonces le dije mire apenas tengo para el taxi, saque un billete de cincuenta mil pesos, a ella le brillaron los ojos, tomó el billete, lo doblo y me dijo, salga. Y me voy con mi cadena gruesa de oro.
Esa joya me la compraron por siete millones de pesos. Le compré a mis hijas de todo, le compré a mi suegra, a mi papá, a mis sobrinos, hice un mercado como para un año, llené la nevera. La cadena me la compraron en las compra ventas del centro, allá es donde uno lleva todo lo robado, si lleva papeles, bueno y si no lleva igual, le compran.
En estos días le dije a mi hija; esa nevera y electrodomésticos bótelos, no los vaya a regalar. Le indiqué, cuando yo salga de la cárcel voy a comprar las cosas, pero honradamente, lo robado no es de uno, así como viene se va. Toda la ropa de marca que le compraba a mis hijas se perdió. Cuando mi suegra sacó a mis hijas y mi casa quedó sola se metieron a la casa la desvalijaron y se llevaron hasta las luces, el rancho quedó con el techo y la puerta de entrada.
Yo afuera era la que le resolvía las deudas a mis hermanos y a mi papá; que necesitaban medicinas, tome, les daba, mis hijas necesitaban y yo tome, ahora les toca buscarla a cada uno. Mi hermano ya no fuma tanto para que no le peguen. Mi hija mayor me ha dicho, mami perdóneme por todo lo que usted hacía por tenerme bien a mi…
Mi familia dependía de lo que yo consiguiera robando, con mi marido poco viví, lo dejé desde que me trató de “perra” cuando estaba con el señor al que le robé la cadena de los siete millones de pesos. Le dije, a partir de ahora conmigo no hay nada, él estaba esperando aquel día a que yo saliera, le entregara la cadena y le dijera vaya y véndala…
Desde ese momento iba a la casa y yo no lo dejaba entrar, además mis hijas no lo quieren y yo no voy a meter a una persona extraña a la casa… En la prendería una muchacha amiga mía me dijo, paisa no se deje robar, pídale al man nueve palos, mínimo siete, pero no se deje robar, esa cadena vale más… Cuando el tipo puso la cadena en la pesa para saber cuántos gramos tenía esa aguja se movía como loca, la cadena era muy valiosa… Al tipo de la cadena lo enganche en una taberna del barrio Restrepo… Allá es donde se consiguen los hombres de plata, los hombres morbosos, en ese barrio también hay una calle que llaman “cuadra picha” como la que hay en la avenida Primero de Mayo, también al sur de Bogotá.
A mí siempre me gustó trabajar sola, lo único que hacía en grupo eran los robos de las bodegas, yo nunca tuve miedo de que me violaran o me pegaran, para mí era fácil robar a los borrachos, yo sabía cuánta dosis debía darles, como suministrarla y luego cómo manejarlos hasta robarlos y dejarlos dormiditos. A mí me enseñó una señora que ya mataron, era del centro y le decían la Hormiga y ella hacía eso delante mío, mientras yo consumía pegante ella robaba borrachos, ella me decía; aprenda mija para que no se tenga que “putear”, para que no tenga que prostituirse para conseguir su droga. Ella consumía y se inyectaba, ella era una maestra “tomasiando”.
Yo en aquellos tiempos era presentada como hija de ella. Yo veía cómo ella mezclaba las dosis, cómo miraba al man, como lo cogía, como lo seducía con el perfume, y cómo lo hacía bailar y lo ponía a darle vueltas hasta que el man quedaba mareado, luego lo traía a la mesa, lo sentaba y a los minutos el man estaba dormido… Yo metiendo pegante miraba y me reía y cuando ella coronaba me daba plata para que fuera a comprar más pegante… O me daba para la comida.
Yo nunca me acosté por droga con un “pluma” o un jibaro, yo siempre tenía plata para comprar mi droga. La única persona que puede contar cómo se vive en ese mundo es la que ha venido de ese mundo.
Yo no quería volver al centro de Bogotá y me tocó meterme para sacar al papá de mi hija de las drogas. Yo siendo consumidora, porque mi hija lloraba, yo iba y consumía, pero no me degeneré. Él ya estaba metido en el centro fumando… En el centro hay unas piezas que se arman con madera, con tablas, y ahí él se metía a consumir, eso queda llegando a la calle Sexta con carrera Décima.
Mi suegra me llamó y me dijo que Jonathan estaba metido en el centro, pero yo le decía, centro ya no hay porque acabaron el Cartucho, acabaron el Bronx, acabaron La Ele y al lado del batallón Guardia Presidencial en donde nosotros lo pasábamos, allí ya no hay nada… Paola me decía, mami si quiere verme feliz, búsqueme a mi papá, entonces me fui para el centro, me metí por todos lados hasta que lo encontré.
Estaba vuelto nada, él me decía, yo me salgo de acá, peros si usted se va a vivir conmigo, yo le contestaba, si, vámonos de aquí que Paola lo necesita, mi suegra lo necesita, él me decía, pero dígame si se va a vivir conmigo, yo le decía, sí, pero vámonos de aquí… Así lo llevé hasta donde mi suegra, pero yo no volví a vivir con él, yo lo saqué de ese lugar, pero no de la droga.
Yo para disfrazarme de desechable compraba la ropa en el “mercado de las pulgas”, me vestía de “ñera” y me iba a trabajar. La gente me miraba con miedo creyendo que andaba perdida y yo los miraba y me reía porque no sabían que estaba actuando, hacía el papel como en una película, dejaba a la gente “sana” … Por las tardes me vestía como la niña consentida que era, la gente que me conocía cuando me veían, de una u otra forma vestida, sabían si estaba trabajando o estaba descansando.
De “desechable” tuve problemas con mucha gente consumidora, muchos creían que yo llegaba a mandar el pedazo de la cuadra en donde ellos estaban y me reviraban. No, yo me ubicaba por instantes era para transportar lo que se necesitara… Cuando me veían toda bien arreglada, más de uno decía, qué pasó ahí… Cuando me veían llegar con el jefe, era; mis respetos, disculpa. Yo les decía, tranquilos, “todo bien”, no ha pasado nada, cualquiera se equivoca, y el man me decía, usted tiene un corazón muy grande paisa.
A mí me dicen paisa por mi abuelita que era de Bello en Antioquia, mi mamá tiene un revuelto entre Manizales y rola (bogotana), mi padre es de La Peña, Cundinamarca, pero yo tengo mucha sangre antioqueña…
Cuando me fui para Medellín con mi abuelita yo veía todo eso y no me daba miedo. Cuando yo llegué acá a la cárcel El Buen Pastor, más de una niña de la calle me saludó y me recibió y ahora yo recibo a unas que llegan de allá, que conocí allá, muchas de ellas muy consumidas otras no tanto, me dicen, mami yo no quiero seguir en eso, entonces les digo, bueno entonces hable con la capitana para que le colabore, dígale que usted no quiere seguir consumiendo, para que ella la mande a un patio en donde no haya tanta droga.
Los patios en donde se consume más droga es su orden son: el ocho, el cinco y el seis. Yo no necesito de medicamentos para controlar la ansiedad, aquí hay muchas personas que deben estar sedadas para no consumir, yo soy libre de eso. Yo duré consumiendo pegante sólo dos años, es droga es muy diferente a las otras, yo me ponía a ver televisión y en medio del efecto resultaba metida en la televisión cantando, o bailando o haciendo parte de una novela como protagonista, uno con la pegante ve cosas que no son.
A mí todavía me desespera el encierro, todavía lloro, a veces me despierto y no me veo en mi casa y digo, ¿qué me pasó?, y amanezco de mal genio, que no quiero a mirar a nadie de la guardia, que no quiero mirar esas rejas, lo paso encerrada en la celda. Solo cuento con doña Elena Zuluaga, y allá la paso, le pido a Elena para un tinto, le digo Elena regálame para algo y Elena tome, me da… Ella nunca me ha negado nada, doña Elena Zuluaga ha sido para mí una gran ayuda en este lugar, ella también está en el coro de la profe Patricia… Ruby también me abraza, me canta, me consiente.
Antes que llegara la profe Patricia, yo no hablaba con nadie, me la pasaba con la cara “gacha”, triste, no me importaba lo que pasara a mi alrededor, y después de que Patricia, nos reunió, nos habló y nos entregó su corazón y nos dio la confianza de madre. Todo fue muy diferente a lo que veníamos viviendo en este lugar. Con ella sentimos esa compañía, ese amor de madre que no tuvimos, no esa mala cara de la guardia, de la compañera, con la profe Patricia todo es muy diferente… Teníamos temor que por la pandemia la profe no fuera a volver a la cárcel, nosotras extrañamos mucho a la profe, a veces pensamos que se va a quedar por allá en el exterior con sus hijos y se va a olvidar de nosotras.
Nosotras con la profe Patricia hemos cambiado, aquí todas éramos bravas, yo era muy grosera, me dirigía a las personas con malas palabras y mala cara, y no le comía a nadie. Ahora he aprendido a agachar la cara, hoy mi rostro está como si nunca hubiese consumido droga. Ahora todo lo puedo.
En el estudio voy bien, pasé mi año escolar, ahora haré octavo y noveno, la profesora quedó aterrada porque yo le dije que no sabía sumar, ni restar y ella me dijo mírela ya va para octavo y noveno. Ahora voy igual que mi hija mayor que también pasó a noveno, la bebé pasó a quinto primaria. Nuestra compañera del coro que tenía sida, Diana Lugo, ya salió de la cárcel, se fue la semana pasada, a ella la profe Patricia la echó del coro, ella salió a domiciliaria por la enfermedad, era viuda, salió muy delgada, ya casi en los huesos, ya no quería comer ni recibir medicamentos, solo quería dormir y dormir en ese planchón. En la cárcel hay muchas mujeres con sida, por ejemplo, la señora que yo cuido tiene sífilis, esa enfermedad solo se prende por contacto sexual, ella está en tratamiento. Ruby está a punto de irse también en domiciliaria.
Aquí hay una señora que me la tiene montada, las dragoneantes la han frenado más de dos veces, yo he aprendido a tener calma, me acusa de vender droga dentro del patio, de consumir marihuana, la capitana me iba a enviar al patio quinto, entonces tuve que acudir a derechos humanos, y certificaron que era mentira, que yo lo pasó lavándole la ropa a las rancheras que son las que cocinan, lo hago en unas pocetas pequeñas a mano y con eso me gano mi plata. Todos los días me levanto a las tres de la mañana a lavar, me bañó y me pongo una sudadera y una camisa como si estuviera en mi casa y a lavar ropa, cuando acabo, vuelvo y me baño, me arreglo, me maquillo y ya paso el resto del día bien, viendo novelas en televisión y estando regía.
En el patio en donde estoy yo, cada celda tiene televisor, si la gente tiene plata para comprar un televisor lo trae, mi televisor me lo regaló una señora, me dijo, usted Sonia se ganó tanto mi cariño, que le regalo el televisor… Me dijo, usted es una persona que vale mucho.
Ya estoy desintoxicada, cuando mi madre se murió yo le canté una canción de Marbelle, le canto a mis hijas, al papá de mi hija le canté la canción que dice: rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida… Yo estaba muerta en vida, he vuelto a vivir, mi suegra me dijo; ahora si veo a la mujer de la que mi hijo se enamoró, una hermosa niña, con ojos tan hermosos, y en broma le dije a mi suegra, huy suegra como que le estoy gustando…
Cuando salga libre quiero seguir cantando en el coro, con mi hija cantamos una de Rocío Dúrcal que habla del corazón partido. Mis amigas en la cárcel todavía me dicen, venga y lo “pegamos”, venga y nos echamos una pepa, aquí en la cárcel hay niñas que están drogadas todo el día, todos los días, yo prefiero irme a dormir.
El veinticuatro de diciembre me dicen paisa, tenemos perico, pepas, marihuana, que quiere, les digo, gracias, me dicen, a lo bien marica, les digo, para mí, ya lo que fue, fue… Algunas me felicitan, las viejitas que están en el tramo de mi celda, me adoran, porque madrugo, me río, recocho, yo hablo, con las dragoneantes me pongo a reírme, me pego a la reja y les digo “drago” estoy aburrida, me dicen salga, me abren la puerta del patio y me pongo a barrer, canto y bailo con la escoba y las guardianas me dicen, Sonia qué cambio tan grande, de la Sonia que llegó, a la Sonia de hoy.
Me dicen y ¿por qué? canta, les digo, porque tengo que ensayar porque donde llegue la profe y no haya ensayado me coje a zapato, a pata… Como estoy en el mismo tramo de Ruby, ella comienza a cantar y yo la escucho a lo lejos y comienzo a cantar también, eso es muy lindo y las otras se divierten con nosotras.
Yo cumplo años el 26 de agosto, ya voy para los 31 años. Lo más duro para mí en la cárcel ha sido estar sin mis hijas, yo sueño con ellas, las siento, las niñas van por buen camino porque la grande vio todo lo que yo hice, como me golpeaba su papá, como mi padre me trataba, para él era la peor perra que podía haber, por haber quedado embarazada tan pequeña, él decía que le daba vergüenza esa hija que tenía, mi hija se ha dado cuenta de mi lucha, en dos ocasiones vendí dulces en los buses, canté en los buses, pero no faltaba la persona que me hiciera cuentas de cuanto estaba ganando todo un día y cuanto me podía ganar en unos minutos robando… Fui y ensayé y me quedé robando… Y para qué tanta plata que recogí robando, para nada.
En la cárcel me han salido negocios grandes para vender droga, ganando más que lavando ropa, prefiero seguir lavando ropa, yo pongo un radio y ahí paso el tiempo trabajando de manera honrada. Las chicas de al lado venden droga y se agarran y se apuñalean… Yo ya no quiero eso para mí, ya me hice daño en mi corazón ahora no quiero hacerme daño en mi cuerpo, ahora soy una mujer libre, la profe me corrige y me quiere, yo siento el amor de ella, cuando perdí a mi bebé, ella fue la que estuvo conmigo, con sus dos hijos. La profe Patricia tiene a su hijo David Sebastián que es un “papacito”, es muy lindo, tiene unos ojos bellos.
Cuando yo comencé a consumir la gente de la cuadra me decía, Sonia usted no tiene necesidad de esas vueltas, usted es guerrera, usted sola ha sacado sus hijas adelante, que le pasa “china”… Yo les decía, con la droga me meto en otro video… Yo no hacía caso y me iba a consumir cuando medio reaccionaba, me decía tengo que ir a hacer la comida, me preocupaba lo del pañal de mi papá, llevarlo al hospital, ahora a mi papá lo cuida su esposa, él consiguió una señora.
Yo cuando salga de la cárcel, cuando deje de ser una de las 3509 internas de El Buen Pastor, no quiero salir con rencores, pero a mi papá no quiero ni saludarlo, no lo quiero volver a ver, hasta que mi Dios decida llevárselo.
Saldré a ver por mis hijas, afuera ya tengo trabajo, no es haciendo nada malo, es para manejar un Fruver en Abastos, yo sé trabajar, escapé de la calle, que es más complicado que escaparse de la cárcel… En la calle vi como mataban delante de mí…
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