El Magazín Cultural

Alejandra Pizarnik, cincuenta años después

La autora es sin duda una de las escritoras argentinas de mayor connotación poética en el siglo XX. Este 25 de septiembre se cumplen 50 años de su muerte, por su propia mano.

Carlos Luis Torres Gutiérrez
25 de septiembre de 2022 - 02:00 a. m.
"La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos", decía Alejandra Pizarnik en uno de sus  poemas.
"La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos", decía Alejandra Pizarnik en uno de sus poemas.

Nacida el 25 de abril de 1936 de padres emigrantes (judíos polacos que huían de la guerra) y que en busca de un lugar menos frío se instalaron en Avellaneda, en el sur de ese gran Buenos Aires que era ya, por aquella época. Estudió en la escuela pestalociana y desde muy chica aprendió yiddish al igual que español. Luego inició sus estudios de periodismo, literatura y filosofía al mismo tiempo, en busca de un lugar donde ubicarse, pues su desacomodo interior y exterior hizo que sus primeros versos nacieran de sus intentos en la pintura (en el surrealismo), pero la escritura era su lugar: donde la luz es difícil, donde el silencio y los deseos de estar dentro, en un morir constante… le permitieron escribir su primer libro de poesía (tenía 22 años): La tierra más ajena, que fue editado por su padre Elías Pizarnik, quien vendía baratijas de oro para poder vivir en una ciudad donde la vida no es fácil.

Ese poema primero titulado Yo soy da cuenta de su primera vida. ¿Mis alas? / Dos pétalos podridos/ ¿mi razón? / Copitas de vino agrio. / ¿Mi vida? / Vacío bien pensado/ ¿Mi cuerpo? / Un tajo en la silla. Después de publicar La última inocencia y Las aventuras perdidas decide viajar a París, donde se instala y se hace la poeta que hoy deambula en la boca de muchos jóvenes en el mundo entero, que leen y se estrujan por sus versos y de muchos otros, que admiramos su gran connotación poética y la construcción de un mundo literario que se hace con su propio cuerpo… hasta el suicidio, con la delicada sonrisa de un verso suyo, escrito días antes.

En París conoce a Julio Cortázar y a Aurora Bernardes, con quienes entabla una profunda amistad, y a Octavio Paz, quien se maravilla con los poemas de su libro Árbol de Diana y lo prologa con entusiasmo. Ella trabaja en una revista de estudios latinoamericanos, traduce, realiza entrevistas, escribe ensayos, llora, corre, sufre, viaja muy poco, se esconde en una ciudad donde es feliz fumando en una mesa, sola y con un libro mientras los tranvías deambulan por París como las palomas.

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Poemas suyos se van entre papeles, se extravían en mudanzas, en amores dolidos, en fugas y en la multitud de cartas con su psicoanalista, con Victoria Ocampo, con Ivonne Bordelois (compiladora luego de su epistolario), con Antonio Beneyto, con Olga Orozco, en las notas dejadas en servilletas, pero sobre todo en su diario que se convierte poco a poco no solo en los borradores de su obra, sino en el pensarse a sí misma, en el desangrarse poco a poco, en el registro de sus miedos, de sus profundos deseos de morir y en lo que hoy es Diarios, su obra literaria de especial reconocimiento en la literatura latinoamericana.

Los trabajos y las noches (publicada en 1965), La extracción de la piedra de la locura (1968), El infierno musical (1971) y muchos otros poemas, no recogidos en libros, se perfilan en París y luego continuaron su difícil camino a su regreso a Buenos Aires, donde volvió, casi obligada por sus padres, y abandonó un espacio donde ella misma afirma “yo era feliz”… a pesar de sus dificultades económicas, de su trabajo de mecanógrafa, de sus amores fracturados, de las cartas melodramáticas que llegaban de su madre.

Leer la poesía de Pizarnik es un quedarse en silencio, un reflexionar sobre un lugar inexistente por no poder llegar, por desacomodo, por no ser de este mundo simple, porque una sinrazón no es suficiente, por un vacío que se originó al nacer y que ella hace, de su llenado, una tarea constante, dolorosa, lírica, delicada, fina, trabajada, propia que es su poesía. Sólo la sed/ el silencio/ ningún encuentro/ cuídate de mí amor mío/ cuídate de la silenciosa en el desierto/ de la viajera con el vaso vacío/ y de la sombra de su sombra

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Rescate: Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río/ Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquel. (A Octavio Paz).

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Fuga en lila: Había qué escribir sin para qué, sin para quién. / El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara. / Si silencio es tentación y promesa.

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En Buenos Aires escribe desgarrada, se asfixia, se fractura y eso hace con el sintagma; romperlo, ella se envuelve, inventa sonidos, palabras. Aborda la locura, lo macabro, lo demoníaco, lo soez. Su obra más extensa es La condensa sangrienta, inspirada en la novela de Valentine Penrose que relata la historia de la condesa Barthory, quien asesina 650 mujeres jóvenes a finales del 1.500 por allá en Eslovaquia. Luego La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa, obra de teatro. Textos difíciles, cacofónicos y rugosos; es ella: Alejandra con las piernas desnudas y blusa de pepones azules bajo un paraguas verde. Es ella en su lucha contra ella misma: ser es la dificultad de los que escriben sobre sí mismos.

Ella se va una tarde hace cincuenta años, se alejó para no volver. Por eso el recordarla, el leerla, el disfrutar ese lugar áspero y bello, tiene hoy sentido.

Se ha escrito mucho sobre la poeta Alejandra Pizarnik. Muchos estudios de su obra en diversas universidades del mundo se publican frecuentemente, se han reproducido una y otra vez sus versos y diarios, se memorizan muchas de sus frases, se encuentran vídeos, bocetos de su rostro y se escriben novelas sobre ella. Pero, debemos leerla con cuidado, escribir muy respetuosamente sobre su sentimiento, debemos escribir sin plagiarla, sin atribuirle aristas, sin especular comercialmente, sin querer figurar con su nombre y obra, ella era lo otro…

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Sólo vine a ver el jardín. / tengo frío en las manos. / frío en el pecho. /frío en el lugar en donde en los demás se forma el pensamiento. / no es este el jardín que vine a buscar /a fin de entrar, de entrar, no de salir (1972)

Silencios: La muerte siempre al lado. / Escucho su decir. /Sólo me oigo.

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Este último poema... extremo de una cuerda tensionada sólo sujeta a una de sus puntas. Exposición magnífica de lo comprimido, anulación, vacío y absoluto... connotación en alto grado. Este, tomado de Los trabajos y las noches, la consagra definitivamente como poeta y hace de su muerte una verdadera posibilidad, pues es la puerta de entrada a la búsqueda de un más allá poético donde poner la cota superior a su propia poesía. Búsqueda que se transforma en fractura, pulverización, dispersión, lenguaje hermético, brutalidad, obscenidad, rasguño sobre su misma herida o un pararse en el lugar más extremo del final...

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* Carlos Luis Torres Guitérrez es Magister en Literatura latinoamericana, escritor y librero. Ha publicado varias novelas, entre ellas Alejandra, la poeta que murió de su vestido azul (Sílaba Editorial,2019),

Por Carlos Luis Torres Gutiérrez

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