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¿Cómo fue el proceso de creación del CEFE?
Este fue un concurso de diseño arquitectónico nacional que salió en 2018, promovido por la Alcaldía de Bogotá, la Secretaría de Cultura y la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Nos presentamos con mi oficina, Alejandro Rogelis Arquitectura. Yo tenía una expectativa de dónde iba a estar ubicado el Centro Felicidad Chapinero, porque ya se habían hecho varios en Bogotá, y cuando se decidió el lugar donde estaría ubicado, fue una sorpresa. De inmediato, lo vi como un lugar que sin duda generaría controversia, e investigando, efectivamente, ya había propiciado una controversia importante en la opinión pública. Lo habían cuestionado por esa idea preconcebida de que los equipamientos públicos se deben construir siempre en los lugares desfavorecidos, y no en un lugar en el que, en teoría, hay un público privilegiado. A mí me parecía que construir un club para un público privilegiado era una acción ilegítima, fue lo que pensé en ese momento. Empecé a tratar de pensar cómo podía tener sentido esta acción.
¿Qué conceptos influyeron en su visión para el proyecto?
Nuestra aproximación fue pensar que estas zonas exclusivas de las ciudades al final también son lugares de encuentro para personas de distintas procedencias. La población flotante de Chapinero es más alta que la residente. Es gente que viene a trabajar, estudiar, recrearse... Esta población flotante es casi un habitante igual de legítimo que el que vive acá. Pensándolo de esa forma, rechacé totalmente la idea de exclusividad. Cuando propusimos el proyecto, decidí que para que esta acción pública tuviera sentido en el contexto más exclusivo de Bogotá, teníamos que hacer el edificio más incluyente de la ciudad. Tiene que ser un símbolo de inclusión, tenemos que tomar una posición radical con la arquitectura para hacer un edificio que sea un mensaje poderoso. De ahí surgió el concepto del proyecto y así lo presentamos al concurso. El CEFE es un proyecto más de urbanismo que de arquitectura; es como una extensión de la ciudad vertical, una especie de génesis de una ciudad vertical que democratiza las alturas de la ciudad.
¿Cómo fueron los primeros bocetos y cómo cambió la propuesta?
Tenía ese conflicto interno mientras pensaba en ese proyecto como una acción ilegítima, pues la sugerencia era hacer una suerte de club, como un edificio cerrado. Al principio, no tenía muy claro cómo llevarlo a cabo. En la oficina siempre nos damos un tiempo para pensar los proyectos y creo que esa visión crítica de cuestionar la naturaleza misma del encargo es necesaria e importante. En algún momento pensé que esto no debía ser un edificio. Quería desaparecer la arquitectura. Hice una serie de bocetos muy básicos y unos textos que reflejaban esto que hablamos. Le dije al equipo: vamos a hacer que este sea un edificio sin puertas, porque todos podrán entrar. No fue un proceso sencillo de diseño, lo completamos y nos lanzamos a presentarlo al concurso. Después de ganarlo, el jurado y la Secretaría de Cultura de ese momento nos apoyaron totalmente. Nos pidieron llevarlo al extremo y eso hicimos.
¿Cómo aborda cada uno de los proyectos en los que trabaja?
Con una visión crítica. Siempre trato de encontrar un sentido en lo que hacemos. Nuestra aproximación a la arquitectura no es desde la estética, aunque no digo que no sea importante, pero lo principal para nosotros es cuestionarnos el sentido de las cosas o el sentido de la función. Esto implica preguntarnos por lo que significa un espacio y su uso en el tiempo. Un ejemplo con el CEFE es que nos pedían tener un teatro tipo black box, que fuera cerrado, al estilo de los del siglo XX. El teatro siempre ha sido el reflejo de su tiempo e hicimos una revisión de cómo ha evolucionado este espacio. Así fue como decidimos hacer un teatro urbano abierto, inspirado en las ágoras griegas. Para mí es muy importante cuestionar los encargos, porque no pueden ser iguales a lo que se construía hace 50 años. Hay que tratar de entender qué es lo que significa cada uso, cada función en este momento de la historia, para el usuario específico que uno encuentra.
¿La mirada crítica ha sido algo que ha practicado durante su carrera?
Cuando empecé a estudiar, busqué, a través de mi tesis, entender que la arquitectura era un reflejo de la cultura. Hay que comprender cuáles son los procesos culturales y sociales para ver si la arquitectura que está ahí responde a ellos y es un instrumento para que se desarrolle. El caso de mi tesis se encontraba en la Ciénaga Grande de Santa Marta, en una población ribereña que se inundaba. Lo que tenía que hacer con la arquitectura era que la cultura de esa población se acomodara a los cambios naturales, pero respetando su cultura. Había que hacer que la arquitectura fuese un medio capaz de crear unas simbiosis entre cultura y naturaleza. Desde nuestra mirada, intentamos estudiar lo que más pudimos del contexto.
¿Qué cree que dicen las construcciones actuales sobre el momento cultural que atravesamos?
Por ejemplo, en cuanto a la construcción de vivienda en Colombia, me preocupa mucho que esté en manos de desarrolladores inmobiliarios a quienes solo les importa vender. Cuando piensas en qué patrimonio estamos construyendo en la ciudad, los barrios más interesantes son los más antiguos. En el caso de Chapinero y el barrio en el que se encuentra el CEFE, el valor más grande que hay es el urbanismo que se realizó hace 50 años. Aunque los edificios se han ido transformando en oficinas o residencias, la estructura urbana, los espacios públicos, los parques, las alamedas y los senderos son el patrimonio. La ciudad está más pensada en estos barrios. Si uno va a la periferia, se están construyendo conjuntos cerrados con centros comerciales cerrados, los parques son espacios residuales, ¿qué patrimonio estamos haciendo ahí? Creo que es clave entender la arquitectura como urbanismo que construye la ciudad y la igualdad, y rechaza la segregación y la exclusión. Con lo que se está construyendo actualmente no sé qué vamos a mirar en 50 años.
