¿De dónde surgió su interés acerca de la minería de oro en Venezuela?
Surgió en 2009 cuando un amigo me invitó a las minas de Venezuela, cerca de la mina Las Claritas y Las Brisas. Yo tenía 23 años cuando me invitó a trabajar un tiempo en la licorera de su tío, esa fue mi primera experiencia en un ambiente minero. Quedé impactado con todo ese fervor y energía que se siente alrededor de la mina, el oro y el comercio de otras mercancías; se sentía como del viejo oeste. Toda esa mezcla de cosas quedaron grabadas en mi inconsciente.
El estilo visual de “Morichales” tiene ilustraciones, cámara en mano y una relación de aspecto particular, ¿qué decisiones hubo detrás de esta identidad?
Es muy difícil grabar en las minas, entonces realmente todo fue dictado por los recursos que pedía esa situación. Grabé con una cámara análoga Bolex de 16 milímetros, porque fue con esa con la que me dieron acceso: no te dejan grabar con celular ni audio, te parten los aparatos cuando los ven. Estaba solo con esa cámara vetusta y mi forma de trabajar tenía mucho que ver con exploradores, botánicos, geógrafos y misioneros del siglo XVIII y XIX. Eso significaba que usaba mucho el paisajismo. También, inspirado por ellos, que usaban las ilustraciones como forma de crónica, lo puse en la película. La idea fue primero mostrar los mapas y luego las ilustraciones, porque mi objetivo era hacer una película científica. Con el narrador, que lo usamos como personaje, usamos los dibujos como una representación del arco personal suyo, porque queríamos que cuestionara la propia objetividad y ciencia de todo esto.
¿Qué lo llevó al mundo del cine?
Yo llegué a Colombia en 2006. Estaba estudiando, pero suspendí un semestre porque me invitaron a trabajar en albergues de desplazados en Medellín. Empecé a conocer amigos, que seis años después me invitaron a hacer mi primera película allá en Medellín. Yo estudié Antropología y Geografía, pero el cine ha sido un medio de explorar ese tipo de pensamiento que adquirí en mis estudios para mirar el mundo.
¿Cuál es su interés por hacer documentales?
Cuando empecé a hacer cine, era joven y estaba en una etapa de mi vida en la que estaba buscando algo fuera de mí, en el mundo. El cine se volvió un medio para huir de mí mismo mientras buscaba el horizonte. Mi formación me permitió percibir la poesía y la magia que está en las calles o en la naturaleza. De ahí nació el interés de adentrarme en un espacio. En mi primera película no había casi horizontes, era mucho de primerísimos primeros planos, y lentamente empecé a expandir hacia los paisajes. En Morichales hay una visión casi astrológica, en el que la mirada del minero es hacia abajo, hacia la tierra, porque hay todo un universo mineral dentro.
¿Hay una historia detrás de su cámara Bolex?
Estaba viajando por Europa después de graduarme de la universidad. Iba en bicicleta por Suiza y pasé por las oficinas de Bolex, que produce cámaras clásicas que muchos cineastas experimentales y documentalistas han usado. Esas cámaras trabajan con la precisión de un reloj suizo, son de manivela, no usan electricidad, y por eso son confiables. Mis nacientes intereses en el cine me llevaron a entrar y comprar una cámara de 16 milímetros por un buen precio. Años después, cuando me invitaron a Venezuela, la llevé y grabé unas imágenes, las dejé quietas por nueve años y luego volví a usarla para esta película. Fue un punto de apertura para la conversación con los mineros, me decían que esa era “la cámara de King Kong”, entonces era la forma de generar también esa confianza.
¿Tiene referentes en el género documental?
Los que tengo más claros son los documentales de exploración de los años 30. Morichales toma como referente ese género de cine de exploración con un narrador en off, pero la subvertimos con una conciencia más crítica y más actual. También tomé mucho de escritores del siglo XVIII y XIX, y las primeras imágenes que grabé las hice teniendo en mente a Werner Herzog, que estaba en mi imaginario.
Qué esperaba del público del Festival de Cine de Cartagena...
No esperaba nada en específico, porque no quería limitar la forma en la que se interpretara la película. Yo podía contar mis anécdotas, un poco de mi visión como director, pero lo que más esperaba era escuchar las impresiones de la gente. Eso siempre me hace entender más la película y crear una conversación que trasciende el contexto particular de Venezuela y puede enfocarse en las ideas del extractivismo en la región.
¿Qué proyectos le siguen a “Morichales”?
Esta película cierra de cierta manera una trilogía que yo venía trabajando desde el 2003 cuando saqué Mambo Cool. En 2017 saqué la segunda, que se llamó Mariana. En este momento me gustaría hacer un cortometraje que complemente esta trilogía. Tengo otros proyectos que estoy escribiendo, que también ocurren en Venezuela, en la Guayana, o en La Guajira. Pero nada está muy concreto en este momento.