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“El cáncer siempre ha sido un tabú, hay que informarse más sobre él”


La fundación Funsebas lleva cinco años trabajando para brindar apoyo integral a niños que enfrentan enfermedades como el cáncer y otras de alto costo y a sus familias. Karen García, la directora y fundadora de la organización, habló de su origen y los retos y momentos que han marcado este camino.

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Andrea Jaramillo Caro
17 de marzo de 2025 - 12:00 p. m.
Karen García ejerció como médica cirujana durante 20 años, antes de dedicar su vida a Funsebas.
Karen García ejerció como médica cirujana durante 20 años, antes de dedicar su vida a Funsebas.
Foto: Alexander Martínez Carrill
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¿Cómo fue el proceso de establecer la fundación?

Funsebas nació desde el amor. Con mi hijo, Sebastián, en vida, creamos una fundación que lo motivara a seguir luchando con su enfermedad. En ese momento, él comenzó a ayudar a niños que venían desde otras ciudades a hacer su tratamiento en Bogotá, dándose cuenta de las carencias económicas que tenían y tratando de aportar dentro de sus capacidades, con alimento y ropa. Cuando él partió, en septiembre de 2020, dejó este legado a la familia. Dos meses después, comencé a estructurar la fundación en propiedad. Soy médica de profesión hace 20 años y duré 10 años trabajando con cáncer. Ahora llevo cinco con la fundación y pude estructurarla de acuerdo con mis conocimientos, no solamente médicos, sino también con lo que tuve que adquirir en cuanto a lo administrativo para poder constituir lo que tenemos hoy.

¿Qué líneas de acción ha desarrollado?

La fundación se estructuró bajo tres pilares: cuidado y soporte, capacitación y producción. Tenemos el apoyo y acompañamiento para los niños y sus familias. Les damos apoyo psicosocial, psicolaboral y talleres de formación, desde inglés hasta temas artísticos. También tenemos la unidad de capacitación, todos nuestros jóvenes mayores de 16 años y nuestras mamás o papás cuidadores entran a procesos de formación y capacitación para empoderarse económicamente. Esto lo hacen a través de becas educativas que nosotros logramos conseguir y a través de empresas privadas que les brindan conocimientos. Con eso, pasan al soporte de producción de la fundación mediante unidades productivas que tenemos, como servicios profesionales, manufactura, belleza y alimento.

¿Qué fue lo más desafiante de pasar de la medicina a dirigir una fundación?

Nunca había sido directora, soy médico. Estudié un tema de gerencia en salud, pero afortunadamente pude estructurar más los conocimientos hacia cómo llevar una fundación y que, además, fuera una organización sin ánimo de lucro, pero que sea sostenible. En ese punto está Funsebas.

¿Cuál ha sido la lección más importante que le ha dejado este camino?

Hoy no soy la misma de hace cinco años, cuando vivía en piloto automático, dando todo por sentado, pensando que todo lo que tenía en la vida y todas las cosas que tenía a la mano eran simplemente innatas. Hoy aprendo, valoro y respeto el día a día, el poder compartir con los niños de la fundación, los cuidadores, mi familia, mis amigos, el equipo de trabajo y ha sido un enriquecimiento inmenso para mi ser.

¿Por qué decidió estudiar Medicina?

Llegué de 16 años a Bogotá, buscando una oportunidad de estudio. Yo vengo de Quibdó, Chocó. No encontraba facilidades de estudio allá porque la universidad cuenta con carreras limitadas. Siempre me apasionó la química, la biología y la ciencia. Llegué a Bogotá y estudié esta carrera apoyada por mi familia, pero siempre tuve esa motivación mucho hacia esta parte.

¿Cuál fue el momento que la marcó de los años que ejerció como médica?

En mi primer día de la carrera, cuando nos hicieron el primer quiz de bioquímica, la profesora nos recibió y nos dijo: “Saquen una hoja” y nos puso un quiz. De 40 estudiantes, solo dos, entre esas me incluyo, ganamos el quiz. Ese día, la profesora de bioquímica, que es la rectora de la universidad, se convirtió en mi madrina. Me enteré cuando me gradué de que ella siempre había estado muy pendiente de mí, porque eso también había dejado una huella en ella. Identificó que esa mujer, esa niña, que venía de un pueblo con muchas limitaciones, había podido en su primer día solucionar un problema bioquímico cuando otros no lo habían podido hacer. Esa fue una huella importante en mi vida y en mi carrera.

¿A quiénes admira?

Las personas que más admiro en el mundo son mi madre y Sebastián. A pesar de que él no está presente físicamente, para mí sigue vivo en todo lo que hago y en todo lo que hacemos como fundación. Funsebas lo representa a él en todos los sentidos. Él logró hacer en mi vida y en mí una transformación muy importante. Sé todo el proceso y todo su dolor y todo lo que luchó, y lo hizo de una manera digna, impecable, sin quejas, sin reclamos, con tolerancia y con empatía. Empatía hacia otros, por eso admiro muchísimo a mi madre también.


¿Cuál ha sido un momento gratificante en su trabajo en la fundación?

Uno fue cuando una filántropa donó la casa a la fundación. Fue algo que después de mucho trabajo, de estar en medios, hablar, preguntar, querer mostrar lo que nosotros queríamos lograr como fundación, llegó una persona que confía en mí y confía en esta obra. Hoy, después de cuatro años que tenemos la casa, ha rendido unos frutos impresionantes e inmensos.

¿Cómo le gustaría que se viera la fundación y su trabajo en los próximos años?

Tenemos un plan estratégico hasta 2030 y quiero que esta sea una organización con un espacio mucho más grande. Sueño con tener un edificio gigantesco donde los niños y sus familias van a poder encontrar todo ahí, terapias, acompañamiento psicosocial, psicolaboral; van a poder trabajar, hospedarse y alimentarse. Los niños van a poder ser cuidados por otras personas mientras sus mamás trabajan en las unidades productivas de la fundación. Así nos vemos a 2030.

¿Cuál es una meta que todavía tiene pendiente cumplir?

A nivel personal, aprender inglés. Nunca dediqué mi tiempo a esto. Estudié muchísimo y tengo hasta doctorados, pero el inglés es un reto personal que tengo pendiente y más ahora que tengo mucho contacto con personas en el extranjero.

¿Qué cree que una persona que no ha tenido un caso cercano de cáncer o no ha padecido la enfermedad puede aprender de escuchar experiencias como la suya o de pacientes que hayan sobrevivido?

Hay mucho que se puede aprender y por eso me gustan mucho los conversatorios. En esto uno conoce personas empáticas que, a pesar de que no han vivido la enfermedad de cerca, logran entender lo que hacemos como fundación, a los niños y a los enfermos. Eso también tiene que ver mucho con la forma de ser de algunas personas que no hayan pasado por una experiencia dolorosa como el cáncer.

¿Qué anécdota de su trabajo con la fundación recuerda especialmente?

Recuerdo mucho a María José. Nosotros estuvimos en el Hospital de la Misericordia, entramos a doce niños y de ellos solo una vive actualmente. María José era una de ellos y era muy bella. Salió de su trasplante sana y fuerte. Cuando fui a visitarla para saber cómo estaba, ya había partido mi hijo Juan Sebastián. Al llegar al hogar de paso donde ella se encontraba, porque vivía en Neiva, yo iba totalmente destrozada. Una cosa es lo que uno muestra por fuera y otra cosa es el estado interno de uno. María José no sabía que mi hijo se había ido, no se lo contaba a los niños pequeños y ella tenía apenas cinco años. Cuando llegué, ella me miró a los ojos y me preguntó qué me pasaba, me dijo que me veía muy triste y me abrazó. Yo no entendía cómo es que una niña de cinco años podía ver en mis ojos y en mí lo que muchas otras personas a mi alrededor y viéndome todo el tiempo no veían. Ella lo entendió, yo estaba completamente rota, pero las otras personas no lo percibían, ella sí.


¿Qué cree que hace falta para seguir cambiando la percepción de la sociedad frente a los pacientes con cáncer?

Nos hace falta mucho. Primero, dejar de lado el egoísmo. Segundo, que nos volvamos personas más empáticas, que dejemos de vivir como en piloto automático, para que empecemos a ver alrededor lo que está sucediendo; hace falta también mucha comunicación. El cáncer siempre ha sido un tabú, siempre ha sido guardado. Las experiencias, mi historia y las de las mamás de la fundación busco contarlas. Nos hace falta hablar más sobre esta realidad, porque es algo que cada día se escucha más. Debemos informarnos, conocer la enfermedad y entenderla para tomar las mejores decisiones.

Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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