En la confitería Richmond María Kodama y Jorge Luis Borges empezaron a estudiar inglés antiguo. “¿Shakespeare?”, le preguntó ella, con 16 años, en una calle de Florida, a él, que le contestó: “No, mucho más antiguo, siglos VI y VII. Le pregunto si no quiere que estudiemos juntos”. Y así empezó una relación en la década de los sesenta que quedó amparada por los libros que escribieron juntos, por las dedicatorias del argentino y por la acérrima defensa de la escritora y traductora a su obra por medio de la fundación que lleva el nombre el autor de El Aleph.
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“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.
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Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas montañas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”, escribió Borges en el libro La Cifra.
Con Kodama tuvo se segundo y último matrimonio, el primero fue con Elsa Astete. “Mire qué lindo queda su nombre, María Kodama de Borges”, le dijo alguna vez, y ella, que se declaró siempre una mujer libre, le aseguró que ella no era de nadie. Y ese rasgo fue uno de los que más lo atrajo a él, aunque ella reconoció en una entrevista para El Espectador en 2019 que: “A él le gustó mi carácter. Sin embargo, hubo cosas que de seguro le costó aceptar, como mi idea de libertad. Él me decía que yo era la primera prisionera de mi libertad y que yo, para ser libre, era capaz de soltarlo a él. Le dije, de entrada, que era una persona que no me podía sentir atrapada. Si él quería atraparme yo me iba y lo dejaba. Si él no quería atraparme me quedaba para la eternidad. Le costó bastante, pero quedó para la eternidad”.
Se casaron en abril de 1986, luego de más de una década de compartir juntos en varios lugares del mundo. Dos meses después, el escritor argentino falleció por un cáncer hepático -y anoche, Kodama falleció tras padecer por varios años cáncer de mama-. Ya en 1988, la entonces viuda de Borges creó la Fundación Jorge Luis Borges, con la que se dedicó a defender la obra y el legado de su esposo. Y en medio de su libertad, sabiendo que su sello estaba definido, nunca le huyó o le temió a unir sus memorias a la vida del autor. “Casada o no casada yo soy su viuda. La viudez no la traduce un papel firmado que yo no necesito ni necesité, porque era yo quien no quería casarse y yo la que tenía todos sus amigos, los padres de ellos y los míos propios separados”, dijo también para este diario en 2012.
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Desde los cinco años -se llevaban 38 de diferencia con Borges-, Kodama tenía presente al que sería su último amor. Por la pasión de la narrativa anglosajona y por las clases de Literatura en Buenos Aires poco a poco se fue acercando hasta ese encuentro en Florida. Se unieron aún más cuando falleció la madre de Borges, que terminó teniendo una buena relación con la madre de ella pese a que en un principio lo veían a él como a un abuelo que no le traería nada bueno a su vida.
Kodama y Borges publicaron dos libros juntos: Breve antología anglosajona, que reflejó la fijación de ambos por esta literatura, y Atlas, un texto de viajes que contaba con fotografías, notas e impresiones de ambos. Luego de la muerte de su esposo, la escritora siguió dictando clases y escribiendo mientras defendía la obra del argentino -tanto fue así que se enfrentó a autores e incluso al presidente argentino Alberto Fernández por homenajes que no fueron bien vistos por ella por malos usos de las obras de Borges y por objetos que según ella fueron robados-.
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“Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor. No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen. Tomados de la mano seguimos”. Este relato, incluido en el cuento Ulrica, el mismo en el que Borges afirmó que ser colombiano “es un acto de fe”, hace parte de uno de los dos textos en los que María Kodama reconoce que Borges le quiso rendir un homenaje al amor que tenían: “El Aleph en el que convergen las maravillas es este libro que llega a todos, y a mi especialmente, como un complejo y especular tributo al amor, a ese amor que se fue tejiendo desde mi adolescencia, precisamente a través del estudio de las lenguas antiguas, para traducir obras casi desconocidas de un remoto pasado y acercarlas a todos y devolverles la vida, a ese amor que un día me entregó como maravilloso y secreto regalo, un cuento, Ulrica, su único cuento de amor como lo dijera tantas veces Borges. Secreto porque encerraba los nombres que nos dábamos en la intimidad... y este poema, La Luna, la contrapartida, la pública declaración de sus sentimientos.
Ulrica y La luna, unidad como la luna misma con una cara luminosa y la otra secreta, sólo para nosotros. Borges decía que como las antiguas ciudades tenían un nombre oculto, tampoco el nombre de los amantes debe darse a conocer, salvo cuando han cumplido su destino”.
Y así sabemos por qué la luna no aparecerá en la noche de este domingo, porque su espejo en la tierra partió a lo desconocido, a la eternidad que Borges señaló también en una dedicatoria en la que hizo alusión a las Mil y una noches, al número que reflejaba la infinitud. “Hay tanta soledad en ese oro / La luna de las noches no es la luna / Que vio el primer Adán. Los largos siglos / De la vigilia humana la han colmado / De antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo”, dice el poema que Borges le dedicó a Kodama.
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