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“El papel del artista es hacer preguntas e incomodar”

Su más reciente obra de teatro, “Gorgonas”, fue el punto de partida para conversar con Maldonado sobre la amistad, el paso del tiempo, el fracaso y el precio de vivir del arte.

Paula Andrea Baracaldo Barón

26 de septiembre de 2025 - 08:02 a. m.
Maldonado es maestro en artes escénicas de la Universidade Federal da Bahía en Brasil.
Foto: Camila Loboguerrero
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Un chat con: Matías Maldonado, dramaturgo, director y actor

¿De qué trata “Gorgonas”? ¿Cómo se enlaza con situaciones que usted ha visto o conocido de cerca?

La obra trata sobre la amistad y la fragilidad de los vínculos. Esa frontera tenue entre el amor y el odio: cuando queremos profundamente a un amigo, pero ese afecto puede transformarse en rabia, envidia o resentimiento. La historia sigue a dos personas rebeldes, con diferencia de edad entre ellas, que participan en movilizaciones similares a las del estallido social, y terminan involucradas en hechos que las llevan a la cárcel. Allí, compartiendo celda, van construyendo una relación marcada por el cariño, pero también por los celos, la envidia y las tensiones que aparecen en la convivencia.

Precisamente, la experiencia artística permite ver el mundo desde distintos ángulos. ¿Qué facetas del ser humano siente que el arte aún no logra descifrar?

Creo que uno de los conceptos más difíciles de comprender, y que más dolor genera, es el inexorable paso del tiempo. El teatro tiene una belleza y una limitación en eso. A diferencia de otras artes que fijan un instante para siempre, como la fotografía o el cine, el teatro está inmerso en el mismo flujo de la vida. Lo que ocurre en escena desaparece tan pronto sucede. Esa condición le da una enorme poesía, pero también una nostalgia similar a la de la propia existencia: lo que fue, nunca más será.

Su trabajo lo ha llevado a escenarios internacionales. ¿Qué reflexiones le han surgido allí sobre el rol del teatro y la actuación en la sociedad?

Viajar con una obra, una película o cualquier pieza artística permite entender que no estamos tan solos ni somos tan únicos. Muchas veces uno piensa que lo que crea solo será comprendido en su contexto, pero al salir se da cuenta de que personas de otros países, incluso hablando otros idiomas y con problemáticas distintas, pueden conectarse. El arte es un lenguaje más universal que cualquier idioma. Permite compartir sentimientos comunes con un artista de India, de Rusia o de Bolivia.

Se dice que todo personaje guarda algo de quien lo crea. ¿Qué explora en sus trabajos que no suele permitirse en su vida cotidiana?

En cada personaje uno deja algo propio y, al mismo tiempo, termina construyendo a quien lo interpreta. Es un proceso de ida y vuelta que moldea la identidad. Lo que me fascina del teatro es que allí todo es posible: cualquier lugar puede ser recreado, cualquier personaje puede existir. Uno puede ser el rey de Inglaterra, un mentiroso o lo que quiera. En la vida real, en cambio, tendemos a establecernos en un único personaje: el que mostramos a los demás. Quizá por eso en el teatro me atrevo a explorar cosas radicalmente distintas que no me permito en mi vida cotidiana. Es una forma de ser más valiente y más atrevido.

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¿Cómo entiende su responsabilidad como artista en una sociedad atravesada por la violencia? ¿Considera que el arte puede desligarse de lo político?

Es imposible, porque la vida en comunidad implica una visión política. No necesariamente hablo de partidos o ideologías, sino de la manera en que se habita. Incluso decir “no soy político” ya es, en sí misma, una postura política.

Más que entrar en debates partidistas, el papel del arte es señalar lo que ocurre en la sociedad y en el ser humano. La responsabilidad del artista es hacer preguntas, incomodar, abrir espacios de reflexión. Es una posición privilegiada, pero con ese privilegio viene la obligación de no quedarse solo en entretener, sino también en cuestionar.

¿Qué enseña el fracaso —o el hecho de que a veces se cierren puertas— que el éxito nunca podría enseñarnos?

El otro día vi una entrevista con un actor argentino que decía: “Yo nunca he visto a nadie que diga: ‘¡Cómo aprendí con ese éxito que tuve!’”. El éxito más bien confunde. El fracaso, en cambio, enseña mucho: nos obliga a reconocer errores, a revisar la prepotencia o el exceso de confianza. Este trabajo debe hacerse con enorme humildad, pero a veces se olvida; entonces uno empieza a creerse demasiado el cuento, y ahí la vida le da un pequeño coscorrón para recordarle que debe volver a lo esencial: hablar de la condición humana. Eso requiere humildad absoluta.

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¿Cree que hay un precio que se paga por dedicar la vida al arte?

Existe una visión idealizada del artista: la fama, el éxito, la vida feliz. Pero también hay un desgaste emocional y psicológico. Un actor trabaja con emociones intensas: la alegría, la tristeza, el odio, la envidia, los celos. Eso deja huella, no pasa desapercibido. No es que sea un sufrimiento insoportable —yo disfruto profundamente este oficio—, pero el arte siempre cuesta algo. Hacer preguntas incómodas, tocar temas sensibles y mantener la independencia implica un esfuerzo. Ese quizá sea el precio, aunque uno lo pague con gusto.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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