La historia de Débora, personaje principal de Privilegio, la nueva novela de G Jaramillo Rojas, nos lleva a pensar en la culpa, en la justicia, en la sororidad, en los asuntos que muchas veces develan las verdades más profundas de la condición humana. Un libro con tintes kafkianos y un relato a manera de diario que nos conecta un poco más con el drama y el destino de una mujer que busca su libertad en medio de su condena.
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¿Por qué elegir la estructura de un diario para esta novela?
Al haber sido profesor de escritura creativa y ensayística en un penal femenino y gracias a mi disposición periodística, la primera idea a la hora de pensar formalmente una historia que reuniera mis apuntes y la experiencia en sí misma, fue la de escribir una crónica larga o incluso un libro de no ficción, pero después de darle vueltas al asunto y esbozar las primeras imágenes, me pareció un poco arrogante e inapropiado asumir ese rol testimonial y, básicamente censor, a propósito de lo que contaría y lo que no respetando el pacto de verosimilitud. Así, empecé a proyectar una historia universal, con un personaje sincrético si se quiere, que pudiera congregar muchas de las historias que escuché, leí, vi o, incluso, situaciones que yo mismo atravesé. Mientras escribía, recuerdo que estaba obsesionado con los diarios. Todo empezó con La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro y, de ahí en más, Esculpir en el tiempo de Andrei Tarkovski, La conquista de lo inútil de Werner Herzog, la Novela Luminosa de Mario Levrero, El oficio de vivir de Cesare Pavese y los Diarios íntimos de Teresa Wilms Montt, entre otros. Ya con la historia planteada de principio a fin, un día me animé a empezar a fechar y vi que la cosa agarraba forma y, además, esa estructura me permitía otro tipo de licencias narrativas que no requerían justificaciones argumentales en algunas situaciones, digamos oníricas, y también me invitaba a jugar dramáticamente con cosas como el extrañamiento, el dolor, la espera, el tiempo, etc.
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La historia está acompañada de una serie de canciones que están especificadas al final. ¿Por qué ese elemento de la música, en qué ayuda en la narrativa?
Tuve la sensación de que algunas de las situaciones dramáticas trabajadas estaban perfectamente definidas por canciones latinoamericanas que había escuchado en algún momento de mi vida, o que de alguna manera perfeccionaban esa atribulada emocionalidad de la protagonista, entonces me di a la tarea de recopilarlas e incluirlas en el texto con el objetivo de que se movieran entrelíneas como los paisajes interiores y muchas veces aciagos que son aquellas piezas musicales.
El relato de Débora muchas veces se vuelve un relato en verso. ¿Por qué elegir la poesía también como un complemento de la narración?
En el penal femenino daba dos talleres: uno de escritura creativa abierto a toda la comunidad carcelaria, y otro de ensayo al cual sólo podían acceder aquellas mujeres que estuvieran estudiando una carrera universitaria del programa de educación en contexto de encierro que ofrece la Universidad de Buenos Aires. Al taller de escritura creativa llegaban mujeres que incluso no sabían leer ni escribir, pero que recitaban hermosas oraciones o cantaban canciones propias con una gran factura lírica. También estaban las que sólo podían expresarse por medio de versos o poemas, ya que esta expresividad se ajustaba elocuentemente a sus conmociones interiores, sobre todo con temas como la familia, los hijos, los hombres, el desamor, la injusticia, la soledad, la violencia, etc. La poesía era el mecanismo que más usaban para sublimar, quizás, el encierro y sus frustraciones y, esta, como recurso literario, no sólo me parecía que aportaba verosimilitud al relato, sino que lo construía desde una intimidad torrencial.
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Me llama mucho la atención la solidaridad entre mujeres en la novela. Siento que es una manera de abordar un tema que está en auge, pero sin caer en un relato panfletario o activista. ¿Por qué quiso resaltar este rasgo en el libro?
La sororidad es una cosa increíble y a su vez maravillosa. Me pasó que no encontraba disparadores para poner a rodar la creatividad literaria y una tarde cualquiera una de las chicas habló de sus hijos y todas se sensibilizaron tanto que terminaron envueltas en un mismo llanto. Las siguientes cinco o seis sesiones del taller todas quisieron hablar y contar sus experiencias como madres y, lo que era más asombroso, absolutamente todas escribieron y cantaron y dibujaron a sus hijos. Esa conexión que tú llamas solidaridad es todo un paradigma no sólo de relacionamiento, sino de empatía y comprensión mutuas, es como un milagro que difícilmente la masculinidad alcanza, por lo menos, a figurar.
La cárcel como la reunión de las injusticias. Esa frase me llamó la atención también. ¿Cuál es su reflexión sobre la justicia?
La justicia, como algo unitario o general, no existe. Es como la realidad: hay infinitas realidades y todas son tan reales que contenerlas es imposible. Los relatos generalizantes se quedaron atorados en el siglo XX, ahora sabemos que, aunque todos estemos viendo la misma catedral, el mismo día y a la misma hora, todos estamos viendo cosas distintas. Estamos determinados por nuestra historia de vida y, de acuerdo con lo que hemos pasado, pensamos y asumimos las nociones de justicia, libertad, amor, etc. No obstante, en el caso específico de la justicia legal (nos lo enseñó Maquiavelo), ésta está hecha ni siquiera para el que la conoce, sino para el que la sabe y la puede manipular. A los demás sólo nos queda resistirla. La justicia la dictamina el poder y, si el poder es egocéntrico por naturaleza, no debería ser un escándalo su accionar tan opresor como desigual.
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Débora insiste en varios momentos de la novela en la responsabilidad de cada ser humano consigo mismo, sus decisiones y circunstancias. ¿Piensa lo mismo que su personaje?
No pienso lo mismo. Ese discurso de autosuperación es una estrategia narrativa que permite delinear el convulso estado emocional de la protagonista. Es, también, una excusa que descansa sobre el hecho ficticio de creerse culpable de algo y asumirlo como verdad absoluta. Pasa con la religión y el lugar común de la persona que mató y robó y una vez en la cárcel se arrepiente y se convierte de forma fanática al cristianismo o a lo que sea y con eso, aunque permanezca encerrada, expía la culpa. No creo que la responsabilidad de un crimen sea el que sea, tenga un ascendente estrictamente individual, vivimos en sociedad y de muchas maneras todos estamos involucrados en lo que sucede dentro y fuera de casa. La culpa es católica y la responsabilidad social.
En el epílogo se habla de una “fuerza kafkiana”, y es que el libro hasta el final lo hace a uno pensar en un libro como La metamorfosis, pero también como El proceso. ¿Hay algún eco de Kafka o qué libros le ayudaron a construir esta historia, si es que hay uno?
Sí, difícilmente creo que alguien que intente escribir seria o reflexivamente desde 1924, año de la muerte de Kafka, pueda escapar de él, si bien no como influencia, pero sí como ascendente. Kafka nos enseñó que, en literatura, como pasa en la vida misma, se avanza retrocediendo. Podría citar también el Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin, los Siete cuentos misóginos de Patricia Highsmith, Catedral de Raymond Carver y Música para camaleones de Truman Capote.
¿Conocer el rumbo de nuestro destino nos haría más libres?
Conocer el supuesto rumbo de nuestro destino nos hace más frágiles y maleables. Es lo que ha hecho el catolicismo ¿no? Hacernos repetir que todo está firmado y estipulado previamente y, vista así, toda vida es una condena que sólo acaba con la muerte y aquella falsa promesa del paraíso: Dios dispuso para ti la pobreza, Dios quiso para ti la enfermedad, Dios envió a este pueblo la guerra. Pura demagogia que lo único que gestiona es la aceptación y crucifica la acción. Creo en el azar, pero también en la ambición del individuo y en los sueños perseguidos, y aquí cito a Hunter S. Thompson: “La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf, vaya viajecito!”.
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No me parece menor el hecho de que Débora sea extranjera. Es una suerte de cadena de varios vacíos o abandonos. Es ajena a todo en la cárcel. ¿Hay alguna intención de haberle otorgado este rasgo a la protagonista?
Intenté construir ese personaje con sincretismo, tipo el tirano del Otoño del patriarca de García Márquez, que es un tirano que puede ser guatemalteco, panameño, ecuatoriano, chileno o argentino. Así, quise que esa voz no se pudiera identificar como una mujer de nacionalidad específica presa en un país específico, sino que tuviera la posibilidad de la universalidad. No importan las nacionalidades ni los países, sino las circunstancias de vida en una prisión que, por lo menos en Latinoamérica, son muy similares ya sea en Tijuana, en Cali o en Ushuaia. La condición de extranjería, además, hacía doblemente vulnerable a la protagonista porque la ponía en una subcategoría en la pirámide de la cárcel. Además, esa decisión no fue algo azaroso, sino que fue algo real: el primer día de trabajo como docente de escritura en el penal la primera presa que conocí fue una bogotana y pasaron seis meses antes de que ella se decidiera a ir al taller de ensayo para terminar su licenciatura en filosofía. Al volver me dijo: sentí mucha vergüenza ese día, los dos nacimos en la misma ciudad y nos conocimos en una ciudad ajena, la diferencia entre usted y yo es que usted hizo las cosas bien y yo las cosas mal, mejor dicho, usted es profesor y yo una criminal. Ahí empecé a escribir el libro, pero lo descubrí años después.
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