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¿Cuáles son sus motivaciones de vida?
Lo que realmente me mueve en la vida es una profunda pasión por los animales y un constante deseo de aprender. Me interesa mucho lo público y cómo podemos trabajar colectivamente con la gente. Me encanta leer, disfrutar del tiempo con mi familia y viajar. La política es también una gran pasión para mí, no solo como una carrera, sino como algo que me inspira. Los animales son una parte fundamental de mi vida, aunque no puedo tener tantos como quisiera, espero algún día contar con un espacio para cuidar de muchos de ellos.
¿Cómo nació su relación con la política?
Recuerdo que mi papá era un líder comunitario cuando yo era pequeña y siempre estuvo involucrado en la política. Entré directamente a este campo, hace unos 18 años, conocí un proceso en Bogotá, me pareció interesante y desde entonces me quedé. De hecho, estudié administración pública, que es un tema relacionado con el sector público. Fui personera en el colegio. Dos años elegida en 10º y reelegida en 11. Entonces, desde pequeña, siempre fui muy inquieta por estos temas, muy activa en las campañas. Creo que por ahí fue el camino.
¿Cuáles han sido los temas que ha tratado de abordar desde su enfoque político?
Mis principales preocupaciones en el ámbito político han girado en torno a la crisis ambiental. Siempre he sido muy crítica, y estoy convencida de que nos encontramos en un punto de no retorno, donde el daño que hemos infligido al planeta es casi irreversible. Siento una enorme responsabilidad hacia el futuro de las otras especies y el entorno que hemos deteriorado. Uno de los problemas más urgentes que veo es la escasez de agua, un desafío que estamos comenzando a enfrentar en Bogotá. La destrucción de espacios vitales, como los polos y los humedales, está afectando la subsistencia de otras especies y, por ende, la del planeta en su conjunto.
¿Cómo empezó su interés por los derechos de los animales?
Desde pequeña he tenido una relación cercana con ellos, aunque no siempre fue la más adecuada. Recuerdo que cuando era niña mis padres, e incluso mis hermanos y yo, convivíamos con animales en condiciones no ideales; por ejemplo, teníamos canarios en jaulas. Viviendo en el sur de Bogotá, en Bosa, me encontré con numerosos animales callejeros en condiciones muy tristes, lo que me sensibilizó sobre su situación. Mi interés en ayudar a los animales se ha concretado en los últimos 10 años, trabajando en espacios públicos y colaborando para mejorar sus condiciones de vida.
¿Qué tanto ha cambiado su relación con los animales?
He sido cada vez más consciente de la necesidad de transformar la relación vertical que solemos tener con los animales hacia una relación de justicia, reconociendo que ellos también tienen el derecho de estar con nosotros de una manera digna. Actualmente vivo con dos gatos, una gata y un gato, y una perra llamada Cometa, que fue la primera perrita en acompañarnos en el Congreso.
¿Cómo percibe el panorama de cara a las leyes de protección animal en Colombia?
En Colombia, el panorama de las leyes de protección animal ha mostrado avances significativos en los últimos años. Hasta hace poco no existía una ley que penalizara el maltrato animal, pero ahora contamos con una legislación más robusta que marca un cambio importante. La reciente ley que prohíbe las corridas de toros es otro hito. Colombia es uno de los pocos países que aún permitían estas prácticas, y su prohibición representa una declaración contundente contra la tortura humana sobre los animales. Este avance no solo es importante a nivel nacional, sino que también está influyendo en otros países donde las corridas de toros aún se practican. Además, hemos visto progresos en el reconocimiento de las familias de interés especial, un tema que está siendo discutido en la Corte Constitucional. En Colombia, más del 60 %, casi el 70 % de las familias tienen al menos un animal como miembro de su hogar, lo que demuestra una creciente conciencia sobre la importancia de los animales en nuestras vidas.
¿Cuáles retos aún siguen vigentes?
Existen prácticas como las corralejas, las peleas de gallos y las cabalgatas, que son formas de tortura animal disfrazadas de entretenimiento. El consumo masivo de animales también contribuye a la explotación y tiene un alto costo ambiental, desde el calentamiento global hasta el consumo de agua. Aunque hay un movimiento creciente hacia la conciencia sobre el impacto del consumo de carne, la transición hacia una relación más respetuosa y menos explotadora con los animales avanza lentamente. No soy particularmente optimista sobre el ritmo de este cambio, ya que temo que podríamos destruir el planeta antes de adoptar una verdadera relación de respeto hacia los animales. Sin embargo, estamos trabajando en la dirección correcta. Proyectos que buscan proteger los ecosistemas, como la prohibición del glifosato o la transición energética, indirectamente benefician a los animales al preservar sus hábitats. Creo que el enfoque de las políticas públicas debería integrar estas áreas de conservación para contribuir a una protección animal más efectiva.
¿Qué ha sido lo más complejo de estar en el Senado?
Al ingresar a la plenaria del Senado noté que había reacciones encontradas: algunos congresistas se mostraban entusiastas y afines a la protección animal, mientras que otros percibían mi presencia con Cometa como una falta de respeto hacia un recinto que consideran sagrado. Me resulta absurdo que se indignen por la presencia de un animal en un entorno donde se llevan a cabo acuerdos y prácticas cuestionables. El Congreso, siendo una de las instituciones más corruptas del país, debería abordar esos problemas en lugar de criticar la presencia de un animal. Esta contradicción es frustrante y refleja una falta de entendimiento sobre la importancia de los temas que defendemos. Además, ser mujer en el Congreso es complejo.
