¿De dónde viene su gusto por la música?
De una familia a la que le gusta la música y que ha sido cercana a sus distintas formas. Mi abuela paterna estudió piano en el Conservatorio de la Universidad Nacional, tocaba piano en los almuerzos y reuniones familiares, y tenía una de las colecciones más grandes que conozco de acetatos de música clásica. Mi abuelo era apasionado por la tecnología, así que, en esa casa, que fue muy importante en la vida de todos los nietos, siempre había equipos de sonido de última generación. Y las músicas, todas, pasaban por allí. Por el lado de mi mamá, que es de Neiva, se oía la música de “la identidad colombiana”, la música andina del Tolima Grande, del curso del Alto Magdalena, que acompañaba tardes de familia y, también, las jornadas para aprender a bailar. En el colegio tenía clases de apreciación musical con María Cristina Sánchez, clases de canto con personas muy reconocidas en el ámbito de la formación musical. Además, mi radio-despertador sintonizaba Radio Fantasía, que transmitía, como lo recordarán algunos, lo mejor del rock y el pop, incluidos los recomendados de la BBC de Londres. Una mezcolanza total. La verdadera diversidad. Cuando comencé a trabajar como periodista cultural en este diario, en los años noventa, la música pasó a ser parte no solo del material de trabajo, sino de lo que vislumbraba como mi futuro, aún sin nombre: la gestión cultural.
¿Cómo llegó a la Fundación Batuta y qué ha aprendido durante estos años de gestión?
Llegué a Batuta hace más de ocho años mediante un riguroso proceso de selección que hizo la Junta Directiva de la entidad. A mí –que ya tenía una larga trayectoria como gestora cultural- nunca me habían hecho tantas entrevistas y pruebas psicotécnicas y todo parece indicar que las pasé adecuadamente. La propuesta de mi nombre la hizo la entonces Ministra de Cultura, Mariana Garcés, quien conoce muy bien mi trabajo y mi compromiso con el desarrollo cultural de Colombia. He aprendido que Batuta es, diría yo, la entidad más importante de este país en el trabajo de la formación musical infantil y juvenil desde una perspectiva de transformación social. También he aprendido que sí es posible incidir de manera directa en el bienestar de las personas desde una práctica artística tan potente como la música. La formación musical es, por lo tanto, un factor para promover el desarrollo integral y la equidad; para romper brechas y fronteras tanto simbólicas como reales y para promover la felicidad entre las comunidades más vulnerables y afectadas por el conflicto armado.
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¿Cómo ha sido la experiencia trabajando con niños, niñas y jóvenes de diferentes regiones del país?
Uno de los aspectos más valiosos del trabajo que Batuta ha desarrollado durante más de 30 años de existencia es su conexión con las músicas regionales del país. Los repertorios que los artistas formadores preparan para los ensambles de iniciación y coros -650 ensambles y 400 coros infantiles y juveniles- retoman las músicas colombianas y las convierten en herramientas para la formación musical colectiva de calidad. Con ello se promueven valores identitarios, respeto por los territorios, vinculación con saberes y haceres ancestrales y tradicionales, así como un amplio reconocimiento de la diversidad cultural y de la importancia de la interculturalidad a través de las voces y las músicas de más de 40 mil niños y niñas en Colombia. Uno de los ejemplos más interesantes del ejercicio de Batuta en los territorios es la Orquesta Libre de Quibdó, una agrupación sinfónico-coral de 140 niños y niñas que interpretan tanto obras del repertorio sinfónico universal -como el derecho de acceso a todos los lenguajes del arte-, así como arreglos de músicas tradicionales del Pacífico norte en versiones sinfónicas, incluyendo el son chocoano y los alabaos. La orquesta fue denominada Libre por la comunidad, y es una bellísima metáfora sobre lo que significa ser afrocolombiano en este departamento, pero también ser libre para la creación, la práctica y el disfrute de la música.
¿Cómo transformó la pandemia los procesos que lleva o llevaba la Fundación Batuta?
Fue un momento muy difícil. El 12 de marzo de 2020 nos informaron del Ministerio de Cultura, nuestro más destacado y valioso aliado, que debíamos cerrar los más de 200 centros de formación musical, en los cuales 40 mil niños y niñas enriquecen su vida cotidiana mediante el aprendizaje musical. Nos volcamos, entonces, a producir clases virtuales, a atender a los participantes mediante el teléfono celular y los computadores, a crear la plataforma Batuta E-Learning, a producir el programa radial Batuta Al Aire en asocio con la Radio Nacional, las redes de radios comunitarias y las emisoras de las Fuerzas Armadas; creamos la serie Batuta Pódcast y diseñamos una estrategia de formación por correspondencia: mandamos cartillas de formación musical, USB y lectores de USB a los niños y niñas que no tenían internet o telefonía móvil. También comenzamos a producir conciertos en el mundo virtual -los niños los llamaron “los conciertos de bolitas y cuadritos”- y trabajamos en la virtualidad para proporcionar experiencias significativas de formación musical a nuestros participantes en asocio con músicos profesionales, como los de la Orquesta Sinfónica Nacional y la Filarmónica Joven de Colombia, quienes fueron unos aliados fundamentales en esos durísimos momentos. Creo que la capacidad de reacción de Batuta habla de una muy potente red de conocimiento y de afecto conformada por los niños, niñas, sus familias, sus entornos cercanos, los profesores de música, los profesionales psicosociales y los gestores culturales. Como lo señaló el investigador y experto inglés Anthony Sargent en la investigación “Covid-19 y el sector cultural global: dos años de constante aprendizaje/nuevos cimientos para un nuevo mundo”, “para los niños y las niñas de Batuta se abrieron nuevas puertas de acceso al conocimiento y al aprendizaje a través de las TIC, produciendo un contenido que desafía las limitaciones geográficas y demográficas”.
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¿Qué retos encuentra en la educación musical en Colombia?
Más que retos, encuentro enormes oportunidades para el subsector y para los colombianos. Es necesario ampliar aún más la base de la educación musical en la educación inicial y la educación básica. Es necesario también ampliar la oferta de la formación musical en la jornada ampliada o extendida y poder potenciar las capacidades y los talentos diferenciales brindando un acompañamiento especializado a los niños, niñas y jóvenes más destacados de un sistema integral. En este sentido hay que generar vasos comunicantes entre los planes nacionales de fomento de la música y entidades como Batuta, cuya experiencia debe ser tenida en cuenta en cualquier intervención pública que busque ampliar el impacto y democratizar la formación musical. Los conceptos recogidos al respecto en el programa de gobierno “Colombia, potencia mundial de la vida”, del presidente Gustavo Petro, son un derrotero de la máxima importancia para lograrlo. Las siguientes ideas son una fuente de inspiración para imaginar, por fin, articulaciones que potencien el saber hacer de todos los agentes del sector: arte, cultura, paz y felicidad; arte, cultura, educación e inclusión, y arte, cultura y democratización del espacio virtual.
Hablemos de qué ha surgido del intercambio cultural que se ha dado a nivel internacional en estos años, por ejemplo, el reciente concierto “Cantando con el País Vasco”, bajo la dirección de Josu Elberdin Badiola.
La estrategia de internacionalización de Batuta está orientada, principalmente, a producir experiencias extraordinarias en las vidas de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes de nuestra red, cuya presencia en más de 200 municipios de los 32 departamentos, es sinónimo de diversidad e inclusión. Con frecuencia, buscamos hacer residencias artísticas con participantes de todos estos municipios a quienes juntamos para que trabajen en repertorios complejos y puedan ofrecer conciertos en los teatros y auditorios más importantes de Colombia y de otras partes del mundo. Es el caso del magnífico concierto que hicimos bajo la dirección del maestro Elberdin: 100 niños y niñas de Pasto, Cúcuta, Ibagué, Montería, Medellín y Bogotá estuvieron una semana trabajando intensamente en el ensamble de un repertorio que comenzaron a preparar en sus centros musicales desde febrero. Canciones contemporáneas de España, Brasil, Colombia y Estados Unidos fueron interpretadas magistralmente por este Coro de los 100 que representa las voces de miles de niños y niñas quienes cambian su ethos gracias a la música. El de Batuta, es un trabajo serio y comprometido con la construcción de tejido social, de sentidos de vida, de dignificación de la existencia.
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