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Felipe Ossa y el origen del decano de los libreros colombianos

“No le recomiendo a nadie ser librero”, dice el hombre que está próximo a cumplir 60 años en el oficio, todos ellos en la Librería Nacional, espacio que acaba de cumplir 80 años de fundación.

Joseph Casañas Angulo
17 de octubre de 2021 - 02:00 a. m.
La Librería Nacional, la única en la que ha trabajado Felipe Ossa, fue fundada el 7 de septiembre de 1941 en Barranquilla. / Daniel Gómez
La Librería Nacional, la única en la que ha trabajado Felipe Ossa, fue fundada el 7 de septiembre de 1941 en Barranquilla. / Daniel Gómez

El decano de los libreros en Colombia no terminó el bachillerato. Nunca lo vio necesario. Cuenta que la educación de la década de los 50 -marcada por la influencia de la Iglesia católica- confesionista y rígida, lo alejó de los salones de clase y lo acercó a “la vagancia y a los libros”. Felipe Ossa esculca en sus recuerdos.

“Empecé el bachillerato en el famoso colegio académico de Buga (Valle del Cauca), pero a mí nunca me gustaron ni la disciplina ni la educación formal de aquella época, que estaba muy apegada a la religión. Fui un rebelde en ese sentido y procuraba no asistir al colegio. Me iba a vagar con mis amigos, otros vagos iguales que yo. A montar en bicicleta o a caballo, a ir al río, a pasar un tiempo mucho más divertido. Y, sobre todo, me dedicaba a leer. Me parecía mucho más atractivo desde el punto de vista espiritual pasar mis horas en la biblioteca de mi padre, en donde estaban todos los grandes maestros de la literatura universal, la filosofía y la historia, que estar en el colegio. Hasta que me expulsaron y no terminé el bachillerato. Me quedé sin colegio y a la deriva”.

Su papá, Luis Ernesto Ossa, quien tuvo una librería cercana a la Casa de Nariño hasta que los hechos del Bogotazo lo obligaron a buscar nuevas formas de ganarse la vida y trasladarse junto con su familia al Valle del Cauca, tenía una biblioteca con más de diez mil volúmenes. Así, entre las obras y las letras de Wiliam Blake, Shakespeare, Voiture, Victor Hugo, Flaubert, Federico García Lorca, Francisco de Quevedo, entre otros clásicos, el entonces adolescente Felipe Ossa encontró en los viejos libros de su padre a los aliados más cercanos.

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“No volví a entrar a ningún colegio ni nada. Soy un autodidacta. Sí estudié mucho por mi cuenta historia, filosofía, literatura, ciencia y arte. Sistemáticamente me puse a estudiar las materias de las humanidades, pero no terminé el bachillerato. Tampoco tuve la intención de entrar a la universidad. Mi verdadera universidad han sido los libros”, dice.

Ya en los años sesenta, y mientras en el mundo se ondeaban las banderas de las revoluciones, los amores libres, el sexo, el rock, las drogas y el arte por el arte, y con ello o por todo aquello estallaba el boom latinoamericano, Felipe Ossa seguía midiendo calles. Vagando. El centro de operaciones de la bohemia era, en el Cali de aquel entonces, la sede de la Librería Nacional que había sido inaugurada en octubre de 1961.

“Iba mucho allí. Era un sitio maravilloso, porque los muebles de la librería estaban abiertos y uno podía sentarse a leer y a comer helado. Sin embargo, las necesidades económicas de la familia me obligaron a buscar algún trabajo, pero no sabía hacer nada, sino leer.

Le pregunté al portero quién era el dueño, me lo señaló y me acerqué muy audazmente a saludarlo y ofrecerme como empleado. Le dije que había estado muy cercano a los libros por la librería que tenía mi papá, pero que no sabía hacer nada más. Me pidió que le llevara alguna referencia escrita”.

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Días después Ossa le entregó a Jesús María Ordóñez Salazar, el fundador de la Librería Nacional, una carta firmada por el decano de literatura de la Universidad del Valle. Obtener esa recomendación no fue sencillo. “El doctor Armando Romero Lozano me recibió en su casa y me dijo que me hacía la carta de recomendación, pero que primero tenía que hacerme un examen de literatura. Me interrogó sobre literatura clásica española, francesa e inglesa. Afortunadamente le pude contestar todo, porque la mayoría de esos libros los había leído en la biblioteca de mi papá, entonces él me hizo una carta muy elogiosa que le llevé al dueño de la librería. Así comencé a trabajar allí”.

Así fue como el joven Felipe, que además de contar pasos y leer, alzaba pesas y gustaba del fisiculturismo, consiguió trabajo como asistente de bodega de la Librería Nacional. “Usted tiene el aspecto físico para ser ayudante de bodega y cargar cajas, me dijeron, y por eso entré a trabajar en la bodega”. En ese cargo duró un año ganando $240.

En el sótano del edificio de la Plaza Caicedo no duró mucho. Una mañana, mientras descargaba, abría y clasificaba cajas de libros, el señor Ordóñez Salazar, quien examinaba unos ejemplares que acababan de llegar a la librería, agarró un libro, frunció el ceño y se preguntó en voz alta: “¿Y esto de qué se tratará”?

Ossa, que observaba atento los movimientos de su jefe, se acercó, agarró con confianza el libro que Ordóñez miraba con extrañeza y le dijo, entre otras cosas, que El Kalevala era una obra de poesía épica escrita en el siglo XIX por Elias Lönnrot, que era considerada la epopeya nacional de Finlandia, que allí se condensaban mitos transmitidos a lo largo de las generaciones del país nórdico y que, el propio Lönnrot, las había recopilado en varios viajes por todo el país. El viejo librero quedó sorprendido.

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“Había leído esas sagas porque mi padre las tenía en su biblioteca. Y horas después el administrador de la librería me dijo que el señor Ordóñez le había dicho que yo sabía mucho de libros como para estar cargando cajas. Al día siguiente comencé a trabajar como ayudante de ventas. Ese fue mi primer ascenso en la Librería Nacional”, recuerda Ossa.

Ser librero fue su primer y último trabajo. Ahora que mira los toros desde la barrera y asesora algunos de los negocios de la librería que le cambió para siempre la vida hace 60 años, reflexiona sobre el oficio y los libros sin ser sectario. “Para poder vender los clásicos, así sea en pequeñas unidades al año, es necesario vender los libros que escriben los youtubers o los libros de autoayuda, pero los grandes libros de la literatura universal siempre hay que tenerlos, porque es un honor. La librería es un elemento de conservación de las grandes obras”.

Esperaba un cierre romántico para este texto, y para eso le pregunto: ¿Qué le aconseja a alguien que quiera ser librero? “No le aconsejo a nadie ser librero. Es una profesión muy sacrificada que no se termina de aprender nunca y no es un oficio que económicamente tenga éxito, si uno tiene otros intereses, es mejor dedicarse a ellos. Ahora, si alguien insiste en ello, le aconsejo que lea muchísimo, sea curioso y tenga la vocación de enseñar. Que motive a la gente a leer. Es como un sacerdocio”.

Joseph Casañas Angulo

Por Joseph Casañas Angulo

Comunicador social y periodista egresado de la Universidad Los Libertadores con diez años de experiencia en medios de comunicación.@joseph_casanasjcasanas@elespectador.com

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gmendozad1(t22m3)18 de octubre de 2021 - 12:34 a. m.
“Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía.” John F. Kennedy Tenía toda la razón. Leyendo cada quien a su propio ritmo, de pronto mira hacia atrás y se da cuenta de cuánto ha disfrutado y aprendido. Las biografías de Zweig, la historia universal de Asimov, las novelas y cuentos de Saramago, los cuentos de autores rusos (Pushkin, Chejov, Sholojov), . . .
David(26932)17 de octubre de 2021 - 02:25 p. m.
Bonito llamado el del señor Ossa
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